Las FARC cambian y se 'reinventan'. Enrolamiento de menores y mujeres: las primeras víctimas

AutorJaime Contreras
Páginas61-80

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CAPÍTULO 4.

LAS FARC CAMBIAN Y SE “REINVENTAN”. ENROLAMIENTO DE MENORES Y MUJERES: LAS PRIMERAS VÍCTIMAS

Jacobo Arenas había conseguido elaborar un instructivo relato, de gran impacto emocional, el cual debería divulgarse por todos los Frentes, que por entonces oscilaban entre seis y ocho, y que debería llegar a todos los casi 1.000 jóvenes que, por estas fechas, engrosaban las filas del grupo subversivo, muchos de los cuales acababan de alistarse al “proyecto” del que desconocían casi todo. Porque, a diferencia del modelo que representaba Magdalena, una gran parte de estos reclutas recién llegados a la guerrilla, lo habían sido contra su voluntad, bien impulsados por el miedo o bien “elegidos” por el azar o la coacción, como estaba ocurriendo en algunos lugares en los que la organización obligaba a cada familia a “destinar” un hijo para la causa revolucionaria, como llegó a suceder en lugares donde la guerrilla tuvo dificultades de asentamiento.

Sin embargo, en estos años de principios de los 80, por lo general, en las formas de acercamiento a las comunidades rurales los guerrilleros buscaban crear confianza y, por lo mismo, no se presentaban como tales, sino como “campesinos o activistas” que trataban de poner de relieve, ante la comunidad, el incumplimiento de las obligaciones del estado en materia de administración, justicia o servicios sociales. Desde tal planteamiento, y siguiendo los principios de las “comisiones de masas”, resultaba fácil, al grupo insurgente, expresar la necesidad de un cambio de la situación que, necesariamente, la guerrilla protagonizaría con la necesaria colaboración de la comunidad. A partir de este momento el grupo armado comenzó a ejercer el control total de la vida comunitaria, tanto en sus formas productivas como en sus manifestaciones político-administrativas; y, como expresión de ello, el reclutamiento de jóvenes y menores resultó ser una consecuencia ordinaria de tal dominio, ejercido con mayor o menor violencia; desde entonces los menores fueron parte substancial de la guerrilla fariana. En 1996, por ejemplo, Human Rights Watch recogía un informe de la Defensoría de Pueblo, dependiendo del gobierno, en el que se concluía que el 30% de algunas unidades guerrilleras de las FARC estaba compuesto por niños, y que, en sus milicias urbanas, la mayoría de sus reclutas eran jóvenes que no habían cumplido los

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18 años79. No puede decirse, por tanto, que el enrolamiento de menores, en el grupo subversivo, haya sido una excepción, sino que ha obedecido a una consciente estrategia mantenida desde sus inicios.

En efecto, las FARC nunca tuvieron escrúpulo alguno para aceptar a adolescentes en sus filas, y en tal proceder siguieron el ejemplo de otros revolucionarios, como Fidel o Mao, en la constitución de sus milicias durante el tiempo de sus largas marchas en pos del poder. El niño o el adolescente es, pensaban en las FARC, un futuro buen soldado en cuya formación no han incidido otros condicionantes, sino los principios y valores principales del grupo; por ello su adaptación a la guerra y a sus ritmos de violencia, por un lado, y la aceptación de los principios ideológicos de la guerrilla, producto de un “adoctrinamiento” intenso sin influencias externas, por otro, hacen de él un combatiente siempre obediente; en el que, además, se da la circunstancia singular de que “no es imputable frente a la justicia” puesto que los organismos de derecho internacional lo consideran siempre como víctima y nunca como victimario.

Tal relevante circunstancia, desde luego, no escapó a la atención de los jefes guerrilleros que la aprovecharon, en muchas ocasiones, como instrumentos de negociación y propaganda con organismos internacionales. Desde luego que los órganos rectores del grupo armado negaron sistemáticamente la coacción en el proceso de reclutamiento. Aunque las prácticas arbitrarias del “enganche” de menores procedían de mucho antes, fue en la Séptima Conferencia, celebrada en el páramo de Sumapaz en Mayo de 1982, cuando las FARC decidieron regular mejor el reclutamiento y, en concreto, el asunto “molesto” de los menores de edad. En un lenguaje muy “institucional” y burocrático la Conferencia recomendó que el reclutamiento, coordinado por una comisión “ad hoc”, debía hacerse con “estricto tacto y cuidado”, aceptando a hombres y mujeres por igual, sin discriminación alguna y delimitando la edad mínima para el ingreso en los 15 años, acogiéndose a los criterios definidos por el DIH (Derecho Internacional Humanitario) según figuraba en el Protocolo II adicional a los convenios de Ginebra. Tal decisión fue fijada, con precisión, en los estatutos de la entidad en los que se ponía, al menos en el documento oficial, un especial acento en la voluntariedad del ingreso y en la plena consciencia del mismo. El artículo 9 del capítulo V de tales estatutos manifestaba a este respecto que: “(…) las FARC-EP se componen de combatientes que se unen conscientemente en la lucha armada80.

Sería una excesiva ingenuidad sostener que la plena consciencia y la libre voluntad fueron las motivaciones principales que llevaron a cientos de jóvenes adolescentes a las filas de las FARC. De la práctica de actitudes coactivas hay motivos más que sobrados que la demuestran: coacción ejercida con violencia y directamente sobre las familias asentadas en áreas en las que la presencia guerrillera era dominante como ocurría –ya se indicó– con la obligatoriedad de “ entregar” al grupo armado un hijo por cada hogar; pero coacción y violencia persistente, también, en aquellas zonas próximas a los campamentos y sobre las que, con frecuencia, se hacían razias en busca de “material de repuesto”. En un informe de la Defensoría del Pueblo y de la Unicef de 2002, se podía leer lo siguiente: “Los informes oficiales plantean que los grupos utilizan el reclutamiento de niños, niñas y jóvenes para reponer sus fuerzas perdidas.

79L. A. Fajardo Arturo. Reclutamiento de niñas y niños como crimen organizado de las FARC en Colombia. Ediciones Universidad Sergio Arboleda. Planeta; Bogotá 2014, pp. 34-35.

80Estatutos de las FARC-EP. Capítulo V, artículo 9.

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FARC-EP: INSURGENCIA, TERRORISMO Y NARCOTRÁFICO EN COLOMBIA

Los persiguen de manera incesante a ellos y sus familias, sean niños o niñas del pueblo, campesinos o indígenas, hasta lograr engrosar sus filas con la fuerza del trabajo infantil. Las dimensiones de esta persecución son de tal magnitud, que son muchas las familias desplazadas a los centros urbanos o aún dentro de la misma región de donde son oriundos, que llegan en busca de un lugar seguro donde esconderse de las amenazas y presiones de los grupos armados para reclutar a alguno de sus hijos”81.

No puede negarse que la autoridad moral de las entidades que emiten estos juicios avalan la certeza de los mismos, y por consiguiente, es correcto afirmar que el grupo armado forzó en extremo la presión en sus zonas de control para cubrir sus necesidades; y en tal sentido el discurso fariano, que sostiene la voluntariedad en el ingreso a sus filas, carece de fiabilidad y certeza. Por supuesto que para atraerse voluntarios las FARC desplegaron sus mejores recursos de propaganda ideológica, predicando –como en el caso de Magdalena– la llegada del reino de la felicidad en la sociedad sin clases, pero también es verdad que tales discursos, en medio de la violencia de la guerra, tenían una eficacia limitada; porque, finalmente, las razones para engrosar en las filas de la guerrilla podían ser muchas, pero todas ellas, en mayor o menor medida, venían determinadas por razones de marginación y de exclusión sociales. Resulta ser una evidencia comprobar que la mayoría de jóvenes de origen campesino que llegaron a la guerrilla, procedían de zonas periféricas en las que las instituciones del estado eran pocas, débiles o mal organizadas; áreas de escasas dotaciones educativas donde el analfabetismo no había sido desterrado plenamente; lugares de difícil acceso a las zonas urbanas y en los que las explotaciones agrícolas apenas lograban alcanzar el nivel de la mera subsistencia. Ahí, en ese humus social, pudo encontrar acomodo el discurso guerrillero al recoger la tendencia emigratoria natural de las familias de esas zonas; y así, en busca, de una esperanza de futuro que el predio agrícola no garantizaba, muchos niños y adolescentes se enrolaron en el grupo subversivo; huían, claro, de un medio deprimido en el que las estructuras familiares tampoco posibilitaban una segura reproducción de sus estructuras económicas.

Las FARC fueron así un destino de estos adolescentes desarraigados que, unas veces huían del medio familiar y otras veces salían, abandonando, junto con sus padres, la parcela campesina para dirigirse a la ciudad, como refugiados, y engrosar allí el magma de una nueva marginación. Y ya fueran espacios rurales o urbanos, la verdad era que tanto las FARC como otros grupos insurgentes e, incluso, algunos más de naturaleza “contrainsurgente”, ahora en estos años, en los que las actividades económicas del “narco” se presentaban con tonos atractivos, pugnaban por atraerse, hacia sí, a niños y jóvenes con señales evidentes de desarraigo. Y hubo tensiones, en tal sentido, entre diferentes grupos guerrilleros que operaban en los campos y conflictos en los suburbios de algunas ciudades por el encuadramiento en una o en otra organización.

Cuando, desde los años ochenta, las FARC se hicieron presentes en las zonas “llamadas a producir coca”, de inmediato se dispusieron a establecer, sobre tales zonas, un fuerte control social, económico y militar basado, sin duda, en la más bronca de las intimidaciones; allí fijaron salarios, determinaron los cultivos, fueran de coca o no, y, sobre todo controlaban a la comunidad campesina como si se tratara de las autoridades estatales; en tales circunstancias el reclutamiento de jóvenes era una normal

81L. A. Fajardo Arturo...

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