Estructura social y exégesis simbólico-cultural. El arranque de la antropología hermenéutica de Galicia

AutorEnrique Couceiro Domínguez
Páginas151-160

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Resulta desafiante la tarea de glosar empresa tan ambiciosa y extensa como la antropologización integral de la morada cultural específica de los gallegos, de gran profundidad histórica y dotada de pluralidad de habitáculos, de modos, problemas y soluciones para habitarla, y de representaciones e imaginarios de sus moradores. Una empresa de antropologización que alcanza registros épicos cuando, además, procura que, merced a la constelación de aspectos y experiencias abordados, de considerable complejidad y calado existencial, este particular modo cultural de representar y representarse, sentir, valorar y actuar colectivo llegue a revelar universales de la condición humana. Condición humana con todo lo que ésta implica: su inevitable modo simbólico cultural -característicamente constructivo, imaginativo-figurativo, creencial, moral y diverso- de aprehensión y relación con la realidad; los ideales, valores, aporías, problemas, temores, utopías y distopías, desgracias, órdenes, desórdenes, inquietudes, certezas, verdades y ultimidades que pueblan la existencia individual y la experiencia vinculativa; la varia herramienta lingüístico-narrativa, ritual, agonística, racional-irracional y creativo-convencional con que cualquier humano se enfrenta grupal e individualmente a esa realidad, y desde cualquiera de las caracterizaciones simbólico-culturales de la misma.

El demiurgo del cosmos cultural no es otro que la propia sociedad que por generaciones lo ha ido gestando, ideando y habitando conforme a su práctica vital y acervo experiencial e imaginativo. Pero también cuenta con valor genésico-testimonial el papel del examen etnográfico y síntesis exegética que acomete y nos brinda desde su experiencia personal dilatada e interiorizada el antropólogo. Hermes mensajero de la creación colectiva, profesional del umbral y mediador, el antropólogo sitúa el momento crítico de su tarea en la hora y trance de la gadameriana fusión de horizontes, para precisar una mirada comprensiva, aquilatada mediante el diálogo transcultural, del encuentro contrastativo de prejuicios propios -también en el sentido de Gadamer (2002)- con representaciones y juicios locales; y sitúa la culminación en esa interpretación que nos brinda en su escritura monográfica, y que retomamos para reinterpretar en cada lectura crítica de la misma, en un proceso siempre inacabado y provisional, como señala Ricoeur (1999).

1. La serie «Antropología cultural de Galicia»: cordillera programática

Tal empresa es la que acomete Carmelo Lisón con su magna obra-cordillera de la Antropología cultural de Galicia, comenzada en 1964-1965 con su tiempo fuerte de ubicuo trabajo de campo galaico, prolongado con visitas intensivas hasta 1976 e intermitentes hasta 1995. Empresa que, si no resulta coextensiva a la variada totalidad de su investigación campera y reflexión teórica, sí constituye el eje vertebrador y alma mater de la aportación etnográfico-antropológica del autor, pues ha sido -creo- el crisol principal y decisivo de su experiencia con el otro cultural. Crisol tanto por la profundidad e intensidad vivenciales que expresa, como por su ejercicio -enérgicamente exhaustivo e intensivo, cooperado por Julia C. Houssemayne, su esposa- de recopilación de millares de expresiones y observaciones en cientos de enclaves locales, y por el escrutinio tenaz de los niveles semánticos específicos y comunes de incontables prácticas observadas y creencias verbalizadas, que lo organizó y trabó en consistencia teórico-interpretativa. Crisol asimismo, porque tal esfuerzo de tectónica investigadora y bibliográfica fue pio-nero, fundador y paradigma vertebrador del quehacer en antropología social herme-

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néutica en España, a partir de la década de los setenta del siglo pasado. No en balde, el primer capítulo de Perfiles simbólico-morales de la cultura gallega da un repaso admonitorio, pero optimista, de todo un repertorio de fenómenos de axial entidad sociocultural a la sazón «inmaculadamente vírgenes en la antropología zonal española», como, entre otros, la relación entre la élite y la masa en todos los niveles, o las prototeorías culturales que enfrentan los misterios y enigmas de la vida: nada de ellos había porque España no había comenzado a ser investigada desde el punto de vista antropológico social.

Comaroff (1992) propone la cultura no como un mero orden abstracto de signos o relaciones entre signos, ni como la simple suma de prácticas habituales, ni el puro lenguaje o habla, ni como un sistema cerrado o enteramente coherente; y como un conjunto que contiene mensajes, imágenes, acciones polivalentes y potencialmente contestables; como -en suma- un conjunto de significantes en acción, a la vez simbólicos, sociales y estéticos, históricamente situados y desplegados. Pero el hacer antropológico social y cultural integral de Lisón, no admitiendo ciertamente reduccionismos o categorizaciones cerradas, tiende a impugnar descartes, sustituyéndolos por una decidida acción conjuntiva, pues aún asumiendo que la cultura comprende significantes en acción, no descuida que la investigación antropológica requiere, como condición para el éxito de la exégesis de tales significantes, examinar también los órdenes y asociaciones de signos y símbolos que como síndromes condensan la cultura -así, el síndrome doméstico casa-troncalidad-dote, el celebrativo- colaborativo-ritual aldeano, o el bruja-meiga-envidia. Es menester considerar asimismo las prácticas habituales que en los órdenes laboral, festivo, ritual-curativo o ritual-existencial permiten actualizar los contenidos culturales y la misma aportación creativa agencial. Obliga, especialmente, al estudio de la palabra en su diversidad idioléctica, en su evocación fonológica, como narración, y como principal condensador y vehículo de expresión simbólica de la experiencia cultural local. Precisamente, sitúa la palabra oída en el centro mismo de su objetivo hermenéutico, en colaboración-oposición a la observación del comportamiento, como explicita en Brujería, estructura social y simbolismo en Galicia (1979). Y, por último, si bien Lisón subraya el carácter inacabado del sistema cultural, tentativo, abierto, impreciso, a ratos contradictorio y fragmentado en modos de interpretación nativa, también estima el particular estilo de coherencia que aquel pone de manifiesto. Coherencia que posibilita percibir en las representaciones simbólicas de una población la refracción de sus planteamientos y problemas sociales, así como de las inquietudes y perspectivas existenciales de las personas, que condicionan y argumentan aquellas como sentidos connotados. Coherencia que, desde la perspectiva complementaria, permite condensar e inscribir simbólicamente normas, valores, inquietudes, angus-tias, enigmas, aporías, representaciones y categorías de la realidad; constelarlos en síndromes, y así comunicar, organizar moralmente y dinamizar la convivencia social y la experiencia y acción personales en la realidad diaria.

Denominé obra-cordillera la serie Antropología cultural de Galicia, pretendiendo captar en una imagen, en primer lugar, el carácter unitario pero multidimensional, vertebrado, no obstante el tiempo y el parcial giro hacia un hacer aún más marcadamente hermenéutico que transcurren entre la primera (Antropología cultural de Galicia, 1971) y la más reciente (Qué es ser hombre: valores cívicos y valores conflictivos en la Galicia profunda, 2010) de sus monografías elaboradas sobre la reflexión en etnografía gallega. Y es que desde un primer movimiento focalizado en la estructura, simbolismo y expresión de la dimensión social y ecológica del hábitat gallego, cotejando sus estructuras material, interactiva y normativa, en textos...

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