Evidencia científica y discurso bioético

AutorLuis Miguel Pastor García
CargoDepartamento de Biología Celular e Histología Facultad de Medicina. Universidad de Murcia. Campus de Espinardo. 30100 Murcia. Spain 868883949, bioetica@um.es
Páginas454-469

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1. Introducción

Una de las ideas más extendidas entre los profesionales que se dedican exclusivamente a la bioética o de sus divulgadores es que esta disciplina posee un carácter esencialmente interdisciplinar1. Ahora bien, esta idea compartida por todos y perteneciente al corpus mismo de la bioética tiene que ser explicada no sólo de una manera fáctica sino diríamos de una forma viva o dinámica. Es decir, dando respuestas a preguntas como: ¿cuál es el modo en que las diversas materias que confluyen en la bioética se relacionan entre sí? ¿qué criterio determina, si es que existe, una jerarquía entre las mismas? o ¿cúal es el papel de determinada disciplina dentro de Page 455 la elaboración del discurso racional de la bioética? En este artículo nos centraremos en esta última pregunta aplicada a un caso como es el de las ciencias biomédicas. En concreto nos interesa determinar si: a) la bioética requiere del dato científico para una adecuada elaboración de la misma; b) hasta que punto ese dato es determinante en el discurso bioético y c) cuáles serían los criterios que deberían regir las relaciones entre el ámbito estrictamente biomédico y el bioético.

Antes de iniciar el desarrollo de este artículo, considero oportuno poner de manifiesto que el objetivo del mismo no sólo responde a una cuestión meramente académica en el marco de la bioética sino que también responde a un debate que puede observarse en el entorno sociopolítico y al cual no se sustrae la misma investigación biomédica. En estos últimos meses hemos asistido a numerosos debates sociales sobre cuestiones bioéticas en los cuales ha estado implicada la ciencia biomédica, en unos casos para apoyar una determinada posición bioética o en otros su contraria. En esos debates los contrincantes han argüido que el dato científico fundamentaba una determinada posición bioética, en otras ocasiones se sostenía que tal dato era susceptible de variadas interpretaciones o, en otras, de forma más radical, se afirmaba que el mismo estaba siendo manipulado y puesto al servicio de una determinada ideología2. Ante esto las preguntas surgen: ¿qué papel tienen los datos o hechos científicos biomédicos en Page 456 la elaboración de un discurso bioético?, ¿son susceptibles éstos de ser interpretados ideológicamente?, ¿existen datos científicos evidentes y libres de interpretaciones?, ¿ellos, de por sí, son suficientes para resolver dilemas éticos que tiene planteada la biomedicina actual?

Como se ve para contestar estas preguntas se requiere no sólo conocer la naturaleza epistemológica de la bioética, sino también considerar cual es el alcance de verdad que tienen las proposiciones de la ciencia experimental o, por decirlo de otra forma, qué tipo de racionalidad poseen las ciencias biomédicas. Por lo tanto, conocer el papel de las ciencias biomédicas en el hacer bioético exige saber cual es el modo de conocimiento que nos aportan estas ciencias y cómo éste se puede insertar con otras fuentes de conocimiento como es, en este caso, el propiamente bioético, más cercano al de las ciencias humanas.

2. La racionalidad de las ciencias biomédicas
2.1. La racionalidad de las ciencias positivas en la filosofía de la ciencia contemporánea

En este apartado como es lógico no se pretende hacer un análisis exhaustivo de algo que es estudiado en profundidad en la filosofía de la ciencia. En esta disciplina se ha discutido durante todo el siglo XX sobre este particular, considerando desde varias perspectivas la racionalidad científica. Los análisis habidos han dejado, en mi opinión, el problema sin resolver, pues, si por un lado, la tendencia positivista - a través de la verificabilidad- ha intentando fortalecer a la ciencia experimental Page 457 como el único modo de conocer objetivo de la realidad -lo que algunos denominan cientifismo3- por otro, diversas posiciones más cercanas a la historia de la ciencia han puesto de manifiesto que, tras el quehacer científico, existe un humus social e histórico que lo condiciona, con lo que tras los datos científicos aparentemente neutros, siempre existen interpretaciones subjetivas previas. Junto a esto la posición de Popper y sus seguidores parece intermedia entre ambos extremos, pues nos presenta una ciencia creada con rigor lógico4. Ahora bien, al mostrarla siempre inacabada o provisional en sus resultados -una tarea sin término, debida a que toda proposición científica es verdadera sólo mientras no sea falseada- su posición al final apoya la idea de que la racionalidad científica no sólo es limitada si no que no nos permite conocer la realidad tal como es. En síntesis, la filosofía de la ciencia contemporánea al reflexionar sobre la racionalidad de la ciencia experimental la muestra como un conocimiento relativo o nos la muestra dogmáticamente como la única forma de conocimiento verdadero de la realidad. Page 458 Este análisis, tan contrapuesto, se hace patente en nuestra sociedad en dos actitudes que simultáneamente podemos observar. Por un lado, la más extendida y popular, es la de la admiración ante todas las afirmaciones que lleven la etiqueta de científicas y, por otro lado, una cierta desconfianza hacia el conocimiento y poder ciego de la ciencia que empuja a muchas personas a una búsqueda de verdad a través de lo irracional o lo esotérico. Llegados a este punto podemos preguntarnos ¿estas explicaciones sobre el conocimiento científico responden a su realidad?; ¿puede ser posible que la filosofía de la ciencia moderna descanse sobre una teoría del conocimiento previa que la hace balancearse entre los extremos del escepticismo y el puro cientifismo?; ¿cabe otra explicación de la racionalidad científica que nos muestre a ésta de una forma más equilibrada?

Considero que estas preguntas son importantes pues de lo contrario el tema que estamos tratando estaría zanjado. Me explico, si la ciencia experimental y en concreto las biomédicas fueran la única fuente de verdad en el ámbito de la vida y lo demás respecto a ese ámbito fueran sólo opiniones habría que afirmar que la evidencia científica determinaría necesaria y suficientemente el discurso bioético. Al final, los problemas éticos en las ciencias de la vida se reducirían sólo a cuestiones científico-técnicas que se dejarían en manos de los expertos, los cuales dictaminarían sobre su bondad o maldad, o mejor de lo correcto o incorrecto de ellas. Ahora bien, si las ciencias biomédicas aportan siempre conocimientos provisionales que pueden cambiar con el paso del tiempo y cuyo valor de verdad es relativo habría que afirmar que el discurso bioético no puede basarse en esos conocimientos. Podría ser o autónomo de lo que dice la ciencia biomédica, o a lo sumo, podría partir de ella aunque no tendría por qué sentirse determinada por la misma. En suma, los dos ámbitos de conocimiento interactuarían a través de relaciones de dominio o primacía del uno sobre el otro. A mi modo de ver, si esta fuera la relación que existe entre ciencias biomédicas y bioética no estaríamos dando una clara explicación a hechos que para muchos de los bioéticos son evidentes. De un lado, la insuficiencia de la ciencia biomédica, como toda ciencia experimental, para dar respuesta desde sí misma a los interrogantes sobre el significado, sentido o fin de sus actividades expresado en el axioma «no todo lo que se puede hacer se debe hacer». De otro lado, la también insuficiencia de un discurso bioético encerrado en sí mismo y hecho o a espaldas del dato científico o basado en ocasiones en interpretaciones del mismo que lo instrumentalizarían ideológicamente5. Page 459

2.2. La importancia de una teoría del conocimiento previa: realismo gnoseológico

Llegados a este punto pienso que hay que retornar a las últimas preguntas realizadas y contestar, en primer lugar, que sí existe otra forma de entender, desde la perspectiva filosófica, la naturaleza del conocimiento científico. Para ello es necesario basarse en una teoría del conocimiento distinta a la que ha sido utilizada en la modernidad. Se trata de partir no de una voluntaria decisión de sospecha sobre la capacidad de conocer la verdad de las cosas por parte de nuestra razón -dudar de la razón siempre como inicio del conocer-, sino más bien de la aceptación intelectual de que nuestra razón conoce esa capacidad como una evidencia que nos es dada en la misma actividad del conocimiento y que nos permite, dicho sea de paso, distinguir, cuando es el caso, la verdad del engaño. Se trata de superar el «cogito» cartesiano sin volver a caer en la tentación -absurda por otra parte- de Page 460 buscar certeza a nuestro conocimiento a través de una demostración realizada también por nuestra propia razón. Intentarlo es caer o en un círculo cerrado o en una interminable demostración al infinito, en la cual estaríamos siempre buscando la verdad de la verdad6. Se trata de asumir que en el origen de nuestra actividad racional hay conocimiento y amor, verdad y libertad, ser medidos por la realidad y elegir ser medidos por ella. Este realismo gnoseológico reivindica la opción de la evidencia como punto de partida pues, de lo contrario, nos vemos abocados a una razón que sólo puede aportarnos conocimientos circunstanciales, fragmentarios e históricos y que es incapaz de dar respuestas a las preguntas últimas sobre la realidad del mundo y del hombre. Se trata pues de rescatar a la razón en su actividad sacándola del pensamiento débil, el cientifismo y del nihilismo a que está abocada, abriéndola no sólo a un conocimiento de hechos sino también...

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