Ética y pobreza mundial: fundamento y límites de una respuesta centrada en los deberes de humanidad

AutorFederico Arcos Ramírez
CargoUniversidad de Almería
Páginas150-178

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1. Un punto de partida: las respuestas morales para la pobreza mundial extrema

A fuerza de escucharlo y verlo pero quizás no creerlo nos hemos habituado a convivir con un hecho de proporciones apocalípticas: alrededor de 2.800 millones de personas (el 46 por 100 de la humanidad) viven por debajo del umbral de la pobreza que el banco mundial fija en 2 dólares diarios. Cerca de 1.200 millones viven con menos de la mitad. Cada año mueren unos 18 millones prematuramente a causa de la pobreza extrema y masiva. Lo más dramático es que todo ello no es el resultado de ninguna catástrofe natural, alguna epidemia incurable o de una guerra planetaria, sino el producto de una diabólica combinación de factores naturales y humanos, nacionales e internacionales, que podían haberse evitado con imaginación y voluntad política. Con sólo transferir el 1 por 100 de la renta global agregada de los ciudadanos de los países ricos (el 79,7 por 100 de la global), se erradicaría la pobreza extrema1. Page 151

Ante el conocimiento de estos datos nuestro primer sentimiento, incluso nuestra primera intuición moral, es que debemos hacer algo para acabar con la pobreza extrema o, como mínimo, para reducir sus descomunales cifras. Los pobres deberían ocupar, por tanto, un lugar muy importante en nuestro ámbito de incumbencia moral. Detrás de las cifras reseñadas hay tantísimo sufrimiento que parece imposible que no nos sintamos, de una u otra manera, interpelados por las voces sordas de quienes lo padecen. Sin embargo, el hambre y la pobreza extremas no son una preocupación prioritaria para los ciudadanos de los países más ricos sino un problema que perciben muy alejado de su realidad social e individual. ¿Qué explicación tiene todo ello?

Al margen de argumentos tan radicales y simples como que los hombres son egoístas e insolidarios por naturaleza, una de las respuestas más habituales para esta desconcertante despreocupación es que vivimos en una cultura que, aunque no rehúya las imágenes ni los relatos que dan cuentan de esta realidad, nos aleja psicológica y moralmente de la pobreza extrema. La conmoción que nos producen los testimonios de las víctimas, las crónicas periodísticas y las imágenes televisivas se apaga rápidamente cuando salimos a la calle y nos vemos rodeados de gente rica y civilizada. Lo que unos minutos era una realidad difícil de soportar termina pareciéndonos sólo una horrenda pesadilla de la que acabamos despertando. Puesto que en mundo cada vez más globalizado parece difícil sostener, como hacía Adam smith, que esta indiferencia hacia los que se hallan tan lejos de nosotros obedezca a un sabio designio de la naturaleza, la explicación para tal desengament quizá pueda encontrarse en el abismo que media siempre entre la realidad y su representación2. La lucha por no mirar para otro sitio, por creer en lo que vemos3, por pensar en esas cosas y asumirlas lo suficiente para sentir la obligación de actuar contra ellas4, se convierten así en objetivos primordiales de la reflexión ética.

Otra de las razones que pueden explicar esa falta de compromiso con el sufrimiento de tantos seres humanos se encontraría en la reflexión ético-política, en el modo en que ésta ha situado el fundamento y los límites de los derechos y deberes que conformarían el contenido Page 152 de una ética frente al desafío del hambre y la pobreza extrema5. El pensamiento político no habría acertado a la hora de hallar un fundamento para los deberes que la pobreza extrema impone sobre los más ricos y aventajados que, además de ser correcto en la teoría, sea capaz de funcionar también en la práctica, esto es, que logre estimular a los titulares de estos deberes a observarlos. De conseguirlo -tal y como concluye al final de la introducción de La pobreza mundial y los derechos humanos- «tal vez la mayor esperanza de los pobres radique en nuestra reflexión moral»6.

Ciertamente, para cualquier teoría moral decente una situación humana de tales características habría de traducirse en el reconocimiento de algún deber de ayuda o asistencia sobre quienes viven en condiciones de vida mucho mejores. Saber que millones de personas están muriendo, enfermando o viviendo unas existencias muy breves y sin esperanza de futuro y no hacer nada por evitarlo o paliarlo atenta contra el progreso y la sabiduría moral que la humanidad ha logrado alcanzar. Como escribe Thomas Nagel, sufrir a causa de las inevitables ráfagas del destino es bastante malo, sufrir debido a que otros no estiman el verdadero valor de nuestra vida es mucho peor7. Esta certeza que parece presidir la intuición inicial de que tenemos el deber de acabar con la pobreza extrema o, como mínimo, de reducir sus descomunales cifras flaquea considerablemente cuando nos interrogamos por el fundamento de esta exigencia y sobre el alcance y el destinatario/s de esa obligación de ayuda. Por muy simple que esta cuestión pueda parecer a primera vista, lo cierto es que la justificación de los deberes de ayuda constituye un problema filosófico muy complejo para las teorías liberales de la justicia.

Como posible fundamento de tales exigencias, Dower señala el deber específico de aliviar el sufrimiento y la aplicación importante de un deber más general de beneficencia (una parte importante del deber hacer el bien es reducir el mal) que puede basarse, a su vez, en la justicia, la realización de los derechos humanos o algún principio de justicia social que exija satisfacer las necesidades básicas de todos8. Por su parte Marisa Iglesias señala tres líneas de razonamiento surgidas dentro del liberalismo ético dirigidas a reivindicar un deber moral de contribuir a paliar el hambre en el mundo. La primera -centrada en cuestiones de responsabilidad y justicia reparativa- lo considera una mera derivación del deber general negativo de no dañar a otros. La segunda considera que la pobreza extrema representa Page 153 una forma de desigualdad de recursos inaceptable a la luz no ya de un igualitarismo extremo sino también de uno mínimo. La tercera afronta el problema de la pobreza mundial por medio de los deberes morales que derivan de los principios de humanidad más básicos9.

Este trabajo intenta profundizar en algunas claves sobre el fundamento y los límites de una respuesta al desafío moral de la pobreza extrema centrada en los conocidos como deberes o estándares de humanidad. Veremos cómo parece existir un cierto consenso en que, para evitar una interpretación agregacionista de estas exigencias, la mejor forma de concebirlas es situando su fundamento moral en una concepción de la imparcialidad que, en la línea ofrecida por Rawls, Nagel o Iglesias, sea capaz de tomarse en serio el valor intrínseco de cada ser humano. También parece existir un consenso importante acerca de la necesidad de que cualquier reflexión sobre la ética internacional debería incorporar este tipo de exigencias. Tanto los defensores del cosmopolitismo como sus críticos coinciden en que el cuadro de la incumbencia moral debería incorporar no sólo deberes de justicia sino también deberes de humanidad. El debate no gira, pues, en torno al reconocimiento de estos deberes, tampoco (al menos en un primer momento) sobre su fundamento sino, más bien, acerca de estas otras dos cuestiones:

a) En primer lugar, la del alcance que debe reconocerse a estas exigencias. En los últimos tiempos, esta es una cuestión que, en gran medida, se enmarca en la discusión en torno a si los deberes de justicia tendrían o no un fundamento similar al de los de humanidad. Para los cosmopolitas la respuesta a este interrogante es afirmativa; para los defensores de una concepción patriótica o política de la justicia, es negativa.

b) En segundo lugar, la defensa de una ética de los deberes de humanidad debe enfrentarse a la crítica según la cual la representación racional de la igualdad moral de las necesidades más básicas y urgentes de todos y cada uno de los seres humanos no parece ofrecer, por sí misma, una motivación lo suficientemente persuasiva como para dar lugar a acciones colectivas e individuales de ayuda o asistencia. Veremos cómo esta crítica ha propiciado una interesante reflexión en torno al modo en que debería concebirse la expansión de la incumbencia moral que demanda la ética de los deberes de humanidad: si a través de la razón o de emociones como la compasión. Page 154

2. Los deberes de humanidad

Diversos autores vienen reivindicando que el desafío que para la ética representa la pobreza global debe ser afrontado desde el lenguaje de la humanidad y no del de la justicia social o distributiva. A juicio de Campbell, Peter Jones y, fundamentalmente, Marisa Iglesias, debemos paliar el hambre en el mundo no tanto porque la pobreza extrema represente una forma de desigualdad inaceptable, ni siquiera porque represente una violación de los derechos humanos, sino, fundamentalmente, por razones de humanidad. El hambre y la pobreza extrema exigen nuestra ayuda o asistencia en virtud del vínculo o relación que tenemos todos los seres humanos por el mero hecho de serlo.

Los deberes de humanidad se dibujan, de esta forma, como exigencias que, a diferencia de las que habituamos a denominar como derivadas o propias de la justicia, son anteriores o existen al margen de algún tipo de vínculo (relacional, contractual o asociativo) o interacción especial entre las personas y/o las sociedades y de algún principio de reciprocidad o fair play como el que, a juicio de algunas interpretaciones, hace posible la cooperación social. Los deberes de humanidad...

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