La cuestión social en el espejo literario: proletariado urbano y novela realista española del XIX.

AutorRafael Sastre Ibarreche
CargoUniversidad de Salamanca
Páginas227-245

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1. Introducción

Las reflexiones esbozadas a continuación pretenden simplemente sugerir un breve recorrido literario por algunas de las novelas españolas publicadas entre finales del siglo XIX y principios del XX que mejor reflejaron la cuestión social o cuestión obrera, eufemismo que, como es bien sabido, se extendió para sintetizar las pésimas condiciones de vida y la explotación laboral sufridas por el proletariado como consecuencia de la industrialización capitalista1. Sobre la base de dos obras significativas y sin olvidar la existencia de algunos autores posteriores que, a partir de una perspectiva temporal más amplia, también eligieron como marco histórico de alguna de sus obras dicha época, se trataría, así, de utilizar la Literatura como medio de aproximación a los orígenes y desarrollo de los conflictos industriales y campesinos, al asociacionismo obrero, a las condiciones sociales y laborales en que se gestaron las normas del trabajo. Supondría, en suma, acercarnos a un momento histórico y político a través, no del tradicional y más científico recurso a las fuentes o testimonios documentales, sino valiéndonos de una vía alternativa llena de elementos sorprendentes: la de la ficción literaria encarnada en el género novelesco.

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Como ya había adelantado A. MARVAUD a la altura de 19102, conviene recordar que, desde el punto de vista metodológico, los historiadores no han desdeñado el recurso a las fuentes literarias ni la perspectiva interdisciplinaria, aunque expresen lógicas cautelas ante esta inclusión de las obras artísticas entre las posibles fuentes de conocimiento histórico3. Sin embargo, la pretensión de estas páginas es, como puede deducirse de su propio título, bastante más modesta y restringida. Modesta, primero, porque se opta por postulados más descriptivos que especulativos, en una perspectiva que prescinde de mayores reflexiones de calado teórico, por ejemplo. Y restringida porque el ámbito material aparece, de antemano, notablemente limitado. En efecto, de lo que se trataría es de brindar al lector algunos reflejos del trabajo industrial y de la condición obrera en dos concretas novelas del Realismo español y, en particular, de su fase naturalista, con el telón de fondo que supuso la incipiente legislación obrera de carácter protector. Desde el punto de vista literario, se ha optado por limitar también el análisis a las novelas publicadas en aquel momento, lo que significa la adscripción de las obras seleccionadas a la estética realista por antonomasia, es decir, el Realismo decimonónico -y, más concretamente, al Naturalismo-, movimiento que, precisamente, hizo de la novela el género literario por excelencia. Ello también comporta una cierta coincidencia temporal entre hechos novelados y biografía del autor, una contemporaneidad que podría facilitar un conocimiento de primera mano, por parte de éste, de los problemas sociales reflejados en la obra. Evidentemente, casi está de más advertir de que la mera proximidad cronológica no garantiza dicho conocimiento, impidiendo incluso, a veces, una perspectiva de conjunto de la época, objetivo al que se acercan escritores posteriores que han vuelto sobre ese pasado -Concha Espina, Julián Zugazagoitia, Ignacio

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Agustí, Eduardo Mendoza, Ramiro Pinilla, Juan Cobos Wilkins-, pero desde postulados estéticos ya distintos.

2. Aproximaciones a la cuestión social en la novela española, en particular, durante el realismo decimonónico

Evidentemente, no es este el lugar ni el momento para replantear un tópico tan manido pero tan complejo, a la vez, en la Teoría literaria y en la propia Filosofía como el de las interrelaciones entre la obra de ficción y la realidad4.

Sobre los planteamientos considerados clásicos, en que la Literatura aparece ya como mimesis o representación verosímil5, la aspiración a la verosimilitud alimentará, en gran medida, el Realismo del XIX como movimiento artístico volcado en "la descripción de la realidad contemporánea, inmersa en la objetividad dinámica de la historia"6. Más precisamente, se ha apuntado que "la cuestión del Realismo no radica sólo en la presencia de algún reflejo de lo real en la obra de arte, sino que depende del grado de atención y del papel que se le otorga a la realidad. Surge pues la orientación realista, como fenómeno de época, con la conciencia colectiva de que la realidad por sí sola (es decir, no sometida a un proceso de idealización) merece ser objeto de arte"7.

De forma cristalina lo expondría Benito Pérez Galdós en su discurso de ingreso a la Real Academia Española, leído en 1897 y significativamente titulado «La sociedad presente como materia novelable»: "Imagen de la vida

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es la novela, y el arte de componerla estriba en reproducir los caracteres humanos, las pasiones, las debilidades, lo grande y lo pequeño, las almas y las fisonomías, todo lo espiritual y lo físico que nos constituye y nos rodea, y el lenguaje, que es la marca de la raza, y las viviendas, que son el signo de familia, la vestidura, que diseña los últimos trazos externos de la personalidad: todo esto sin olvidar que debe existir perfecto fiel de balanza entre la exactitud y la belleza de la reproducción"8.

Como es sabido, en la historia de la Literatura española, el Realismo será objeto de una recepción tardía, en comparación con otros países europeos: la novela realista es un género típicamente burgués cuyos presupuestos políticos, en España, hallan su punto de partida en la Revolución de 1868, constituyendo una fecha clave la de 1870, momento en que se publica La Fontana de oro, de Galdós. De esta manera, no podría hablarse de una etapa de plenitud sino hasta 1875-1880, con una fase de predominio del Naturalismo que se situaría en la década de 1880 a 1890 y a la que ya sucedería, con posterioridad, un Realismo espiritualista y el Modernismo. No existe un acuerdo en la crítica en torno a la naturaleza del Naturalismo, si bien la opinión predominante es aquella que lo considera como una fase más dentro del Realismo. Aceptado esto, conviene indicar que la fe en la Ciencia y el recur-so al método experimental -esto es, la explicación de los comportamientos humanos como fruto de la interacción de fuerzas tales como la herencia y el medio- van a marcar una nueva postura ideológica. En efecto, mientras que el Realismo sensu stricto enfrenta al individuo problemático con la sociedad, el Naturalismo, en cambio, determinista para la esfera individual, cree en la capacidad colectiva para el cambio, de manera que se trata del primer gran movimiento moderno que no parte de presupuestos individualistas, que sitúa al individuo no como agonista de la realidad colectiva, sino como un mero miembro de un espacio global, y que incluso lo supone determinado por ese medio. Este decidido vuelco ideológico tiene evidente conexión con la presión cada vez mayor del proletariado urbano y del movimiento obrero. La aparición del grupo como protagonista introduce la tentación del simbolismo social, con el que se traiciona la estética realista: así, por ejemplo, en Germinal (1885), de Émile Zola, la mina se erige en el símbolo del monstruo que devora las vidas humanas.

El fenómeno de la industrialización -muy limitado regionalmente, eso sí-, generará durante la Restauración y el tránsito de siglo una problemática antes desconocida en España, tanto desde el punto de vista jurídico como desde el socio-económico. Escenario histórico atractivo en el desarrollo de no pocas novelas, una panorámica general ampliada también a obras y autores posteriores nos proporciona ciertas pistas sobre los principales temas frecuentados por relevantes escritores españoles de la época y hasta la

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actualidad, si bien sólo en casos muy concretos podríamos hablar de auténticas novelas sociales9. Carece, quizás, la novelística española de una figura emblemática que elevara este nuevo fenómeno a eje central de obras señaladas, como sí ocurrió en Inglaterra con Benjamin Disraeli y Sybil or the Two Nations (1845), Charles Dickens y Hard Times (1854) o en Francia, con Émile Zola -sobre los precedentes de Hugo y Balzac- y Germinal o Travail (1901), pero ello no significa, ni mucho menos, que pasara desapercibido para muy relevantes escritores.

En efecto, según se comprobará inmediatamente, la descripción de las condiciones de vida y subsistencia de las clases más desfavorecidas se eleva a un primer plano en obras como La Tribuna, de Pardo Bazán, en las distintas novelas sociales y en parte de las del ciclo valenciano, de Blasco Ibáñez, o en La busca, de Baroja. De modo particular, el tema de la vivienda encuentra acomodo en dichos textos y, asimismo, en manifestaciones singulares de la novelística galdosiana, como es el caso de Fortunata y Jacinta.

Y, desde luego, la pobreza y la miseria constituyen el marco esencial en que transcurre la acción de las obras barojianas en La lucha por la vida -especialmente, en La busca y en Mala hierba- o de La horda, de Blasco Ibáñez, recorridas por abundantes personajes pertenecientes al lumpenproletariado madrileño, retratos de una mendicidad que Galdós elevaría a protagonista absoluta en Misericordia. Singularmente, el fenómeno de la inmigración ocupa un lugar importante en diversas obras, como La busca, El intruso, de Blasco Ibáñez o El metal de los muertos, de Concha Espina, siendo retomado por novelas actuales que han recreado la época de la primera industrialización en España. Así, la trilogía Verdes valles, colinas rojas, de Ramiro Pinilla o El corazón de la tierra, de Juan Cobos Wilkins.

Naturalmente, el trabajo asalariado, la actividad laboral por cuenta ajena, en sus diferentes modalidades, se halla presente, en distinto...

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