Intervención del presidente de la Asociación Española de Profesores de Derecho Administrativo, don Francisco López Menudo, en las solemnes sesiones de apertura y clausura del IX Congreso

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Excmos. e Ilmos. Sres., vicepresidente del Gobierno de Galicia y consejero de Presidencia, Administraciones Públicas y Justicia; valedor del Pueblo de Galicia; director del Comité organizador y miembro de nuestra Junta directiva, profesor José Luis Carro y Fernández-Valmayor; profesores Alba Nogueira López y Antonio Javier Ferreira Fernández, miembros del Comité organizador, y preciados soportes del mecenazgo de este Congreso. Queridos compañeros administrativistas, colegas portugueses e italianos; señoras y señores:

Tengo la certeza de que a todos los miembros de la Asociación Española de Profesores de Derecho Administrativo que vamos a concelebrar este IX Congreso, nos alegra profundamente haber arribado a esta ciudad sin par de Santiago de Compostela bajo los auspicios de su emblemática universidad. Y también estoy seguro de que, además, muchos sentiréis la emoción de poner los pies en esta tierra de peregrinos, en este punto cardinal del planeta.

En ocasiones iguales a esta, tanto el presidente Lorenzo Martín Retortillo como yo, veníamos considerando cosa obligada recordar de dónde procedíamos, hacer memoria del camino ya transitado, porque esos nuestros primeros pasos han sido cruciales para la existencia misma de la Asociación. Por ello era tan importante refrescar el recuerdo de aquella suerte de Vereinbarung que brotó en la primavera de 2004, durante un Congreso italo-español celebrado en Sevilla, donde cristalizó un animus colectivo que venía fraguándose tiempo atrás: el de unirnos bajo el techo común de una Asociación abierta en todos los sentidos. Y así fue. En Toledo, hace nueve años, la criatura ya alumbrada se puso de pie y dio su primer paso; y la llamamos familiarmente «la AEPDA».

Sin embargo, en esta ocasión, por primera vez, me he dejado guiar por la intuición de que inventariar los lugares donde estuvimos ya no es imprescindible. Además, ya no va siendo fácil recitar de carrerilla las paradas del camino, como gustosamente hacíamos, prueba reveladora de que hemos crecido y ma-

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durado, de que ha dejado de ser noticia el hecho mismo de caminar, quizás porque ya hemos aprendido a hacerlo con cierta soltura.

Desde luego, aunque solo fuere por un deber para con la Historia y la Cultura, sería inconsecuente visitar esta tierra y no evocar de algún modo las riadas de romeros que durante siglos, guiados certeramente por la Vía Láctea, advenían por las rutas jacobeas, haciendo patria común a su paso, europeizándose, curándose de sus toscas adicciones territoriales; en fin, superando sus visiones aldeanas del mundo y de la vida. Y al igual que esos peregrinos, que al coronar el Monte do Gozo olvidaban sus llagas y las calamidades del camino, lo que importa para nosotros, aquí y ahora, es que hemos llegado en tan gran número, superando los peligros de tan adversa meteorología, dispuestos a gozar de este grato encuentro de colegas, prestos una vez más, con el bagaje del saber jurídico, a arrimar el hombro con el fin de mejorar nuestro oficio y el propio Derecho Administrativo hasta donde ello nos resulta posible.

Observo a nuestra Asociación con ojos críticos, mirando lo que ya somos y lo que podemos ser mañana, y me atrevo a confesar otra intuición, esta muy firme: el futuro es alentador. Insisto en que me refiero a nosotros mismos, a esta gran familia de administrativistas –somos ya 325–, no a otra cosa; pues lamentablemente –o quizás por fortuna– no tengo el don de adivinar qué será de la política, de la economía, de los desempleados, de los pobres, ni de esos altos problemas de Estado que tanto nos inquietan.

Y siento este optimismo observando cómo las nuevas hornadas de profesores toman el relevo y sobrellevan las muchas cargas, unas razonables y otras superfluas, que dejan caer sobre nosotros estas Universidades nuestras tan raquíticas en casi todo como nos cantan los conocidos rankings europeos y mundiales; estas Universidades que, por si fuera poco, se encuentran tan injustamente retadas a saldar déficits que no nos corresponden; sí, levantar las pesadas hipotecas de las que dan cuenta esos informes PISA que cuando aparecen nos suelen poner a los españoles la cara colorada. Mas, paradójicamente, unas cargas que coexisten de puro milagro con una labor investigadora intensa y en muchos casos brillante, como precisamente sucede en esta Universidad de Santiago, según un solvente...

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