Epílogo: la articulación de lo humano en sociedad

AutorAna Marta González
Páginas231-236

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Apuntaba en el prólogo que los estudios morales de Hume no persiguen otra cosa que mostrar la normatividad interna de un nuevo espacio de relaciones sociales, específicamente diverso de las relaciones familiares y políticas: el espacio de la sociedad civil. Espero que los análisis realizados a lo largo de las páginas anteriores, permitan comprender algo mejor el sentido de aquellas palabras, y el modo en que resuelven el objetivo general que Hume se proponía en la introducción al Tratado de la Naturaleza Humana: sentar las bases de una ciencia de la naturaleza humana.

A estas alturas de nuestra investigación parece claro que esa ciencia de la naturaleza humana, que Hume perseguía fundamentar en el Tratado, adopta la forma de una teoría de las instituciones, es decir, una teoría de la formación de espacios sociales diferenciados, ajustados a condiciones psicológicas y materiales, cada uno con un propósito específico y definido mediante reglas igualmente específicas, cuya identificación y preservación tiene importancia no solo a la hora de proponer una teoría de la civilización, sino, más fundamentalmente, a la hora de garantizar el sentido humano del desarrollo social.

En efecto: si bien la interpretación por largo tiempo dominante del pensamiento moral de Hume acostumbraba a presentarlo sobre todo como un precedente de la ética utilitarista, pienso que tal interpretación –más plausible desde el Enquiry que desde el Treatise– no hace justicia a la complejidad de su argumentación, y, en particular, a la importancia que él concede a la historia y a la configuración de formas institucionales, a medio camino entre las relaciones familiares y las políticas, y de los que depende en gran medida el despliegue articulado de la libertad.

Por eso, antes de dar por concluido este trabajo, me ha parecido oportuno realizar una breve reflexión encaminada a destacar el sentido ético

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de este descubrimiento. A fin de cuentas, como adelantaba en la introducción, «la teoría social de los ilustrados escoceses se enmarca en el contexto de una reflexión moral y sirve en gran medida a un propósito moral», y pienso que dicho propósito moral tiene mucho que ver con asegurar espacios para el desarrollo diversificado de la naturaleza humana: no es lo mismo, en efecto, desplegar la propia vida exclusivamente en el ámbito de la familia, que implicarse además en la vida pública; no es lo mismo relacionarse con los familiares y amigos que hacerlo con los extraños; no es igual entablar relaciones movidos por el afecto, que hacerlo movidos por el interés. Por ello, la clase de regulación ética esperable en cada ámbito de acción, va a depender en cada caso de acentos especiales, en parte ya recogidos en la distinción entre virtudes naturales y artificiales, es decir, virtudes cuya valoración moral positiva encuentra inmediato respaldo en un sentimiento moral, y virtudes cuya valoración moral positiva presupone alguna convención ordenada a la utilidad social.

En efecto: aunque la formación del juicio moral –que también rige en el ámbito privado, permitiendo distinguir entre excesos y defectos respecto de un término medio virtuoso– requiera asimismo de la mediación o del marco proporcionado por las virtudes artificiales, persiste el hecho de que las virtudes llamadas por Hume «naturales» encuentran un referente claro en la operación de la naturaleza: el deber moral, que incumbe a los padres, de...

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