Entrevista a Edmund D. Pellegrino en Diario Médico. Diario Médico, 3 de octubre de 2005

Páginas153-156
ENTREVISTA EN DIARIO MÉDICO
CUADERNOS DE BIOÉTICA XXV 2014/1ª
153
ENTREVISTA A EDMUND D. PELLEGRINO EN DIARIO MÉDICO
(DIARIO MÉDICO, 3 DE OCTUBRE DE 2005)
A sus 85 años, Edmund Pellegrino, uno de los padres
de la bioética, continúa pasando consulta de Medicina
Interna. No dejará de hacerlo ahora que emprende un
nuevo reto: dirigir el trabajo del Consejo Presidencial de
Bioética de Estados Unidos. En una entrevista concedida
a DM tras la clase que impartió en el Master de Bioética
de la Universidad de Navarra, repasa algunos de los te-
mas más candentes en esta disciplina.
En España el principio de autonomía está pujando
con fuerza: el consentimiento informado fue regulado
en la Ley General de Sanidad y en 2002 se aprobó la Ley
de Autonomía del Paciente. Este concepto es de origen
estadounidense, donde su historia es mucho más larga.
¿Ha servido para mejorar la relación médico-paciente?
¿Ha tenido efectos secundarios?
—Es una pregunta muy interesante, porque la auto-
nomía se ha convertido en uno de los temas cruciales
del debate bioético actual. La autonomía es la capacidad
para el autogobierno, la autodecisión. Siempre ha estado
ahí, incluso antes de que la bioética la descubriese, pues
está inscrita en la dignidad de la persona. A mediados de
los años 60 del siglo pasado se convirtió en objeto de la
bioética al hacerse explícito que un paciente podía recha-
zar el tratamiento. Esto tuvo un precedente judicial en los
años 40 que acabaría convirtiéndose en ley.
Sin embargo, hoy en día la autonomía ha tomado
una deriva muy interesante en la mentalidad popular:
no consiste ya en el derecho a rechazar, sino en la ca-
pacidad de pedir. Como médico, procuro vivir la infor-
mación al paciente, hacerle comprender su patología y
los tratamientos posibles para que, en su caso, pueda
rechazar uno u otro. Pero la autonomía ha evoluciona-
do hacia su absolutización, de modo que hay quienes
piensan que si el paciente desea algo, el médico está
obligado a proporcionárselo.
Sin embargo, el médico también es una persona, tie-
ne derecho a su propia autonomía, aunque esto origi-
ne conf‌lictos. Y de la misma manera que el médico no
puede imponer nada a un paciente, el paciente no pue-
de imponerse al médico; de modo que si alguien, por
ejemplo, pide al profesional que le ayude a suicidarse, el
médico podrá decir: “No, soy un médico y eso va contra
mi conciencia”. El médico es libre y el paciente es libre;
el paciente es libre para decir no al médico y, correlati-
vamente, el facultativo tiene derecho a rechazar lo que
el paciente pide.
En España es una queja común que la presión asis-
tencial impide informar bien al paciente y a veces se
delega esta misión en los formularios escritos. ¿No cons-
tituye esto una forma de abandono ante un cúmulo de
información?
—Por supuesto que es un abuso. El médico tiene la
obligación de decir al paciente cuál considera que es la
elección más acertada. No puede dejarle sin más ante
tres o cuatro opciones terapéuticas y pedirle que decida
sobre una. Como profesional debo dar al paciente mi
criterio, pero también la oportunidad de hacer cuantas
preguntas precise —que dependerán de su nivel cultural
y de la propia percepción sobre la enfermedad— para
que luego pueda tomar una decisión. Lo contrario cons-
tituiría un abandono. La falta de tiempo no puede ser
una excusa: el médico debe encontrar siempre la ocasión
para informar al paciente, porque es loque marca la
diferencia en la relación clínica.
¿Qué lecciones pueden extraerse del caso Terry
Schiavo?
—Es un caso tan complicado que es difícil concretar.
Casi cada uno ha aprendido algo diferente y podríamos
estar no menos de hora y media hablando sobre él. Pero
si hoy me pide que concrete una lección es que ante
casos tan complicados es importante anticiparse a los
acontecimientos: que el médico discuta con el paciente
desde la primera consulta qué debería hacerse en esas
circunstancias, porque así se podrá conseguir el objetivo
asistencial, que es respetar al paciente. En Estados Uni-
dos tenemos a muchas personas en la misma situación
que la señora Schiavo, pero no se han convertido en un
caso Schiavo.

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