Entrevista a D. Elías Díaz

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Pregunta.- Profesor, antes de centrarnos en su trayectoria intelectual, nos gustaría repasar algunos aspectos menos conocidos de su vida personal. Por ejemplo, ¿cuál es la imagen más representativa de su niñez?

Respuesta.- Los primerísimos recuerdos son los bombardeos de la aviación republicana sobre Salamanca, el penetrante sonido de las sirenas de alarma y las carreras hacia los refugios más cercanos. Después, ya en la inmediata postguerra, las experiencias del frío, la escasez de todo, la gente medio hablando, medio no hablando de la cercana guerra y de sus consecuencias, de la represión y de las condiciones imperantes tan opuestas según se hubiese estado en el bando vencedor o en el bando de los vencidos (...). Se vivía con la constante advertencia del "cuidado no hables", "no te metas", "ten mucha prudencia": es decir, se vivía con temor. De la Salamanca de esos años recuerdo, pues, la guerra, el frío, la escasez y el miedo. También visualizo los soldados alemanes por las calles de la ciudad y algún acontecimiento público oficial con ellos en la Plaza Mayor. Enseguida empezaría la guerra mundial el 1 de septiembre de ese 1939. Con unas cosas y otras yo estuve en guerra, uniendo ambas, hasta más allá de los diez años de edad.

P.- ¿Y cuáles son los recuerdos cálidos de su niñez?

R.- A pesar de todo, muchísimos. Cuando se es niño, se ven y se "anotan" muchas cosas... En el contexto social en el que yo vivía, tenía relación con personas y familias de muy diversas condiciones. El sueldo de mi padre -funcionario del Ayuntamiento de Salamanca con mujer y cinco hijos- nos daba para vivir a un nivel digno, diferente del de algunos de mis amigos que realmente estaban muy cerca de la pobreza. Las nuestras eran unas condiciones que permitían la felicidad de un niño, de poder estudiar, de poder jugar, de "tener un futuro". Recuerdo también algunas pequeñas cosas que me permiten darme

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cuenta de lo buenos que éramos de niños: así, por ejemplo, yo siempre ambicioné tener una bicicleta, nunca tuve la tal bicicleta y, sin embargo, cuando llegaban los Reyes Magos, al niño vecino mío cuyos padres tenían un comercio próspero en Salamanca todos los años le dejaban una nueva bicicleta. Esto nos parecía normal; sigue siendo así. Por eso decía que qué buenos éramos, porque aquellos Reyes eran impresentables. Estoy seguro que los padres lo pasaban mucho peor que nosotros, los niños, sobre todo al tratar de explicárnoslo.

Pero usted preguntaba por los recuerdos amables. Mis recuerdos amables los sitúo en el entorno familiar. Tengo un excelente recuerdo de mis padres y de los hermanos. Éramos cinco hermanos en la casa. Jugábamos mucho entre nosotros. La calle, los amigos, era otro ámbito importante. Se hacía mucha vida en la calle. Se jugaba a diferentes cosas, pero sobre todo al fútbol, a veces con una pelota de trapo, aunque otras veces alguien tenía una de goma y aquello era ya el súmmum. Pero, en definitiva, jugábamos mucho, lo pasábamos bien, aprovechábamos al máximo. Tengo, ya digo, una imagen feliz de mi infancia. Una infancia feliz en el entorno de esos inviernos fríos, terribles, de entonces. Luego, un poco mayor, vendrían los años del bachillerato, de la enseñanza media, donde se hacían más necesarias y apremiantes aquellas advertencias sobre el silencio o la gran precaución al hablar con los demás de ciertas cosas. Entre gentes más o menos cultas siempre estaba la imagen de Unamuno, que era el alma de la ciudad. Había muerto el 31 de diciembre de 1936, dejándonos para la memoria aquel 12 de octubre en el Paraninfo de la Universidad enfrentándose con un gran valor cívico a Millán Astray y a otros prohombres del régimen de Franco. Unamuno -no sin contradicciones en otros momentos- era el referente, el alma de la ciudad, desde aquel infausto 18 de julio. Todos aquellos recuerdos y experiencias hicieron que Unamuno haya sido un intelectual, un escritor que tuve desde entonces presente y que he seguido leyendo siempre.

P.- La vocación académica ha marcado claramente su vida pero, si no se hubiera dedicado a la Universidad, ¿qué otra profesión hubiera ejercido?

R.- La vida académica y suelo añadir que la vida intelectual. Yo siempre preciso esto porque si yo no hubiera estado en la Universidad, y hubiera trabajado en otro lugar, me habría faltado sin duda un elemento importantísimo, que es el contacto con vosotros, profe-sores y estudiantes, y con todo lo que significa la enseñanza. O sea que sí: la vida académica e intelectual, porque si no hubiera tenido esto también habría tratado de escribir, de leer (¡de pensar!), de relacionarme con gentes del mundo que llamamos intelectual. Pero, desde luego, todo ello habría sido mucho más difícil y peor sin la Universidad.

P.- Y si no hubiera sido profesor, ¿qué otra vocación le hubiera gustado desarrollar?

R.- Las vocaciones van unidas también a las condiciones concretas de los tiempos. En

Salamanca había cuatro Facultades Universitarias en aquellos momentos. Yo no podía irme

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a estudiar fuera de Salamanca. Yo he podido ser universitario porque vivía en Salamanca. Las becas eran escasísimas e incluso con beca no tenía posibilidades económicas para irme a estudiar fuera. Si no hubiera vivido en una ciudad universitaria puede que no hubiese sido ni graduado universitario. Pero, como digo, en Salamanca sólo había esas cuatro Facultades: Medicina, Ciencias, Letras y Derecho.

En esa situación, hasta por exclusión o división del trabajo, la Facultad de Derecho se me presentaba en Salamanca, por así decirlo, como la Facultad de Ciencias Sociales y por eso precisamente escogí esa opción. En aquel plan de estudios de la Facultad de Derecho se estudiaba Economía, Sociología, Historia, Filosofía... Es lo que me interesaba. Como pude comprobar enseguida, y como me ocurría a mí, la predisposición de los estudiantes no era por lo general reductivista -saber casi exclusivamente lo que dicen las normas jurídicas- sino que incluía una perspectiva más amplia de las Ciencias Sociales. Conocer por qué esas normas y no otras e, incluso, interpretar las vigentes desde tales perspectivas críticas. Era quizás el signo de los tiempos. Eso tan complejo es lo que más me atraía de esa Facultad, lo que me sigue atrayendo, y lo que sigo considerando que debiera orientar también hoy a las Facultades de Derecho. Algunos de mis compañeros me han oído siempre decir que yo estoy en contra de que nuestras Facultades se reduzcan a formar "asistentes técnicos jurídicos". Pero creo que existe un cierto riesgo -cada vez mayor- de que precisamente las Facultades de Derecho se conviertan sin más en Escuelas que habiliten sólo como "asistentes técnicos jurídicos". Esto está bien, es una profesión muy digna; pero pienso que la Facultad de Derecho es más, bastante más. Desde aquel tiempo de mis estudios universitarios, así lo he vivido yo. Sé que hay que especializarse -también lo hacemos los iusfilósofos-, pero que la especialización no signifique reducción ni negación de todo lo demás.

Pero la pregunta era: ¿qué hubiese hecho de no haber sido profesor? Posiblemente ser juez. Juzgar es algo muy arriesgado. Implica muchos y graves problemas el atreverse uno a juzgar, pero es una profesión -un poder- que exige conocer el Derecho en profundidad y cómo aplicar las leyes de la manera más justa posible. Pienso que quizás, de no haber sido profesor, hubiera intentado ser juez.

P.- Una vez que obtiene su licenciatura en Derecho, inicia en España una carrera universitaria crítica y comprometida políticamente. Más tarde comienza su andadura por Europa. ¿Cómo es la Universidad que lo recibe y a la que decide dedicarse? ¿Cuáles son los recuerdos de esos años de formación?

R.- La Universidad "que me recibe" cuando comienzo a estudiar Derecho es la Universidad que va de 1951 a 1956. A todo hay que ponerle fechas. Sí, esto es necesario porque casi todas las cosas tienen que explicarse en su contexto histórico. Así, por ejemplo, no es lo mismo hacer una interpretación de la Constitución cuando se estaba redactando (o recién promulgada), que ahora con toda la legislación y la jurisprudencia que ya se ha producido después. Para el buen entendimiento hay que poner fechas a casi todo.

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Mis años universitarios fueron, pues, del 51 al 56. En este tiempo el Régimen de Franco trataba de ocultar su anterior colaboración con el Nazismo y el Fascismo. Era una dictadura que pretendía ser admitida en un mundo donde Alemania e Italia habían perdido la guerra y que habría quedado fuera de todos los Organismos Internacionales. Sin embargo, el "Golpe de Praga", entre 1947 y 1948, y la implantación del denominado "Telón de Acero", hacen que las democracias prefieran un dictador anticomunista que va a permitir la instalación de una base nuclear a escasos kilómetros de la capital. Con ello se pierden todas las posibilidades para el regreso de los exiliados y para que la República y la demo-cracia vuelvan a España -ni siquiera para que lo haga una Monarquía de ese carácter-. El régimen franquista entra en Naciones Unidas, entra en los Organismos Internacionales y se consolida internacionalmente. Hay que resaltar que la República -la democracia española- fue así abandonada y traicionada dos veces: la primera, del 36 al 39, con "el pacto de no intervención" que fue respetado por las democracias, pero no por los países del Eje (Alemania e Italia). La República -la democracia- perdió lógica y solidariamente la guerra que el fascismo ganó. Con la segunda traición la República -la democracia-, perdió ilógica e injustamente la guerra que en 1945 la democracia ganó y el fascismo perdió.

P. ¿Qué es lo que le gustaba de la Universidad y de aquella Universidad?

R.- La posibilidad de seguir estudiando una vez acabada la licenciatura, es decir, de seguir aprendiendo: o sea, la cultura, el saber, seguir interrogando la "razón de ser" de las cosas. Por lo demás, junto al diálogo, los compañeros míos me recordaban...

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