Enigmas y perplejidades en torno al Ministerio Fiscal

AutorLuis Bueno Ochoa
Cargo del AutorAbogado. Profesor de la Universidad Pontificia Comillas
Páginas181-203

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1. Proemio

Siguiendo el íter que hiciera célebre Cicerón (106-43 a.C.) a la hora de decidir qué tres cosas ha de tener en cuenta un orador, el abordaje de este trabajo va a atender a la triple secuencia siguiente; a saber: qué decir, en qué orden y cómo decirlo1.

Así pues, en estos primeros compases de la exposición no será redundante despejar qué se va a decir y en qué orden se va a proseguir. En cuanto al cómo, habrá lugar a reenviar esta cuestión al resultado final o, dicho de otro modo, a la visión de conjunto que oportunamente se forme quien sea competente para ello que no será otro sino el crítico lector.

Desde luego, tras un título tan recargado como el del encabezamiento, Enigmas y Perplejidades en torno al Ministerio Fiscal, no parece innecesario insistir en la conveniencia de dar una explicación preliminar que sirva como orientación o, más bien, como justificación del mismo. A eso se va a dedicar, tal como se tendrá oportunidad de comprobar a continuación, buena parte de lo contenido en este apartado inicial o de planteamiento de la cuestión objeto de tratamiento.

Tras emprender y culminar, con más o menos éxito, la tarea justificativa del título habrá lugar a descender al nudo, propiamente dicho, de la exposición; dicho nudo comprenderá dos lazadas: una relativa a los Enigmas

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y, otra, a las Perplejidades vislumbradas en torno a la figura del Ministerio Fiscal en nuestro país.

Sólo después de haber dado las dos lazadas que comprenden el nudo o contenido nuclear de lo que se pretende transmitir, a través de los apartados segundo y tercero, será momento de concentrarse en un último y breve episodio. Así, como colofón y, más en particular, a modo de desenlace, bastará casi con citar a dos reputados juristas italianos en aras de contar con alguna suerte de cobertura de todo cuanto haya sido dicho hasta ese momento conclusivo.

Pues bien, en coherencia con lo anunciado corresponde ahora concentrarnos en intentar dar una explicación justificativa del título en el que se ve enmarcada esta contribución que antes se ha tildado de recargado y que no deben dolernos prendas en reconocer que puede resultar chocante. Aunque sea a través de circunloquios y evocando el día en que fue hecha pública la ponencia que comprendía las líneas generales de lo que ahora puede ser leído, será oportuno remontarse a la tarde del pasado veintitrés de abril de 2009. En un día tan señalado como el indicado, festividad de San Jorge, Día del Libro, se pensaba que la labor de explicar y justificar un trabajo debía hacerse a través de una doble recomendación bibliográfica ante la imposibilidad manifiesta de proceder, como es costumbre en otros lares, y como hubiera resultado mucho más apetecible, es decir, regalando un libro y una rosa al respetable. No creo que haya otra posibilidad sino mantener la posición sostenida entonces. Por consiguiente, se estima adecuado dotar del carácter de recomendación bibliográfica a dos libros, en el bien entendido que las obras que se dirán han sido las portadoras de la inspiración necesaria para decidirnos avanzar, en congruencia con el rumbo marcado por la dicotomía del título, en la labor propuesta.

Así pues, por un lado, cuando se haga alusión a los Enigmas cumple señalar que la inspiración (impulsión) se encontró en una colección de ensayos (publicados en las décadas de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado) de un escritor cubano, José Lezama Lima (1910-1976), titulada Los enigmas permanentes. Una obrita de perfil poético y calado, finalmente, filosófico, que versa sobre distintos autores franceses como Valéry, Rimbaud, Mallarmé y Pascal, que resulta útil para percibir lo enigmático, o sea, el "dicho o conjunto de palabras de sentido artificiosamente encubierto para que sea

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difícil entenderlo o interpretarlo"2. Dichos ensayos arrojan luz, ojalá fuese así apreciado, para dar cuenta del "dicho o cosa que no se alcanza a comprender, o que difícilmente puede entenderse o interpretarse"3al referirse, aun en clave tautológica, a "...un enigma que al deshacerse reaparece, en nuevo puro enigma permanente..."4. Los enigmas pasan por ser acreedores, podríamos decir, no sólo de trasfondo telúrico, cuando no atávico, sino también de vocación de permanencia; mas no sólo eso ya que el aliento poético lleva a que "por desconfiar de la fijeza de la percepción, [se] desconfía de todo lo categorial"5. La colección de ensayos a que se ha hecho mención podría terminar siendo, al menos como sugerencia, una invitación o una especie de aperitivo para adentrarse en el festín neobarroco que constituye la famosa novela de Lezama, todo un clásico, titulada Paradiso (1966)6.

Y, por otro, cuando de lo que se trate sea de las Perplejidades es de recibo participar que la inspiración apareció en el tratado Guía (o Doctor) de perplejos o descarriados (1190), de Moisés ben Maimón o Maimónides (1135-1204), judío cordobés quien, al decir de Menéndez y Pelayo, debe ser considerado el "Aristóteles judío de los tiempos medios"7. Una obra exegética ideada como antorcha esplendorosa de la Verdad cuyos destinatarios no son sino los perplejos o descarriados, es decir, los que dudan. Tratar de armonizar la verdad especulativa (la razón filosófica de una minoría preparada para captar los argumentos demostrativos) y la verdad revelada (centrándose, en este

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caso, en el Talmud y en la generalidad, o multitud, proclive a los argumentos persuasivos) proporciona una mixtura teológico-filosófica, claramente emparentada, por cierto, con el orbe jurídico, que opera como segunda fuente de inspiración. Y es que a nadie le deberá pasar desapercibido que merced al valor intelectual que hay que reconocer a la duda, esta segunda referencia bibliográfica puede ayudar a perfilar con maestría los contornos de la noción de perplejidad que atañe a la "irresolución, confusión, [o] duda de lo que se debe hacer en algo"8.

Una vez hecha la doble reseña bibliográfica anunciada deviene obligado plantearse aprovechar la fuerza de la inspiración que se ha creído encontrar. Incluso se podrá estar en condiciones de acceder a una dimensión adecuada que reporta la distinción entre lo enigmático y lo que suscita perplejidad. Obsérvese, pues, que, bien mirado, lo que se procura con el desglose entre Enigmas y Perplejidades es conciliar dos vertientes: así, en efecto, mientras los primeros discurrirán por derroteros en los que se acabará imponiendo el sesgo teorético o especulativo; las segundas contemporizarán con una vertiente eminentemente práctica, imbuida de eso que se conoce, comúnmente, como práctica forense.

Este desdoblamiento entre Enigmas y Perplejidades remite, por tanto, al binomio teoría y praxis. Sin embargo, no está de más señalar que este reenvío no puede apreciarse que sea concluyente sino sólo más bien orientativo. No es nada infrecuente, a decir verdad, que a cualquiera le asalten las dudas a la hora de delimitar la teoría de la práctica y/o viceversa. Y como muestra de esta posición dubitativa, podrán consignarse, con rango de lugar común, un par de citas que potencian este desconcierto que actúa como disolvente de la diferencia entre una y otra; así, por una parte, podría afirmarse que "no hay diferencia, en teoría, entre la teoría y la práctica; aunque en la práctica sí que la hay"; y, por otra terciar, como contrapunto, con que "no hay mejor práctica que una buena teoría".

Sin perjuicio de lo anterior y, aun admitiendo que la proyección ofrecida de los Enigmas y las Perplejidades que apunta, respectivamente, a la "funesta distinción", que diría Nietzsche9, entre teoría y praxis, no resulta del todo satisfactoria, sería factible plantearnos un nuevo paralelismo. Y de esta ma-

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nera, con ecos orteguianos, podríamos atrevernos a relacionar la teoría de los Enigmas con las "ideas" y la práctica de las Perplejidades con las "creencias", habida cuenta que "las ideas se tienen; [y] en las creencias se está"10. Es decir, mientras unas se utilizan "para designar todo aquello que en nuestra vida aparece como resultado de nuestra ocupación intelectual [...] las creencias se nos presentan con el carácter opuesto [...y ] constituyen la base de nuestra vida, el terreno sobre el que acontece"11. Se trata, en consecuencia, de hacer reverdecer un nuevo dualismo, en cuya virtud se hace imprescindible que aprendamos a separar la "vida intelectual" de la "vida viviente, de la real, de la que somos"12.

Llegado el caso, todavía podríamos dar un paso más en la proyección dual otorgada al empeño fijado. De hecho, podría hacerse aún más acusada la separación entre las «ideas» y las «creencias» poniéndolas en relación con dos de los pilares característicos de la cosmovisión occidental como son el mundo griego (asociado a las «ideas») y el mundo romano (asociado a las «creencias»). El profesor Prieto lo expresaba con mucha claridad en el tramo final de un párrafo que pasa a ser reproducido a continuación: "Recordando ahora la distinción entre ideas y creencias en el sentido que la estableció Hume y entre nosotros divulgó en un brillante ensayo Ortega, decimos que Grecia fue el país de las «ideas» y Roma fue el país de las «creencias». Y éstas son precisamente las que más influyen en la práctica. En Grecia los filósofos buscaron solución a los problemas especulativos. Los romanos se plantearon problemas prácticos, concretos..."13.

De lo expuesto en último lugar, y, más en concreto, de la mano de la distinción entre la orientación teórica y la orientación práctica; la idea de logos (razón) y la idea de ius (Derecho); y, en suma, la contraposición (siquiera sea meramente indicativa) entre la razón teórica y la razón práctica; estaríamos en disposición de llegar a proponer, incluso, un titulo alternativo de modo que en lugar de referirnos a Enigmas y Perplejidades podríamos

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habernos decantado por otro encabezamiento del...

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