Elementos politicos de la monarquía constitucional

AutorArmando Zerolo Durán
Páginas91-132

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Chateaubriand partirá de una vieja convicción muy arraigada en él, como es la de la idoneidad de un gobierno mixto, sin duda uno de sus caballos de batalla dentro de la facción monárquica. Ya en 1797, en uno de sus primeros escritos, durante el Directorio y desde el exilio forzoso, escribió que «los gobiernos mixtos son ciertamente los mejores, porque el hombre en sociedad también es él mismo un ser complejo, y a la multitud de sus pasiones hay que oponerle una multitud de límites. Esparta, Cartago, Roma e Inglaterra han sido consideradas por esta razón como modelos políticos»82. Esta concepción le llevó a oponerse en igual medida a los ultra monárquicos y a los philosophes. A los primeros por defender una monarquía ideal, y a los segundos por negar la raíz histórica de las formas políticas y su vínculo con la moral.

Para Chateubriand, «la monarquía representativa conviene a un pueblo envejecido en el que la educación ha extendido, en todas las clases sociales, conocimientos aproximadamente iguales y puesto en circulación un cierto

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número de ideas políticas»83. La monarquía debía ser un nuevo sistema que conservase lo antiguo y diese cabida a lo nuevo, ampliando el espectro de la representación.

Su intento más elaborado de llevar a la práctica una monarquía moderada, con una posibilidad real de influencia, lo realizará en su ensayo La monarchie selon la Charte. El 4 de abril de 1814 el Senado terminó por decreto con el Imperio de Napoleón (1804-1814), dejando sin trono al emperador y sin legitimidad a su dinastía, lo que suponía que el ejército y los franceses quedaban libres de obedecerle. El 7 de abril el Senado proclamaba un proyecto de Constitución en el que se decía que el pueblo francés llamaba al rey para que ocupase el trono, pero Luís Estanislao Javier, hermano de Luís XVI, ya había iniciado la invasión militar y, por tanto, no se sentía obligado a aceptar la legalidad. El 2 de mayo de 1814 proclamaba en la declaración de Saint-Ouen, al tiempo que rechazaba la Constitución, que daría a los franceses un gobierno representativo y que conservaría los derechos adquiridos.

Este acto fue muy significativo y lastraría el desarrollo ulterior de una forma política monárquica y moderada. La realidad era que la declaración era una carta otorgada y que el rey, rechazando la Constitución aprobada por el Senado, hacía una muestra clara de rechazo a cualquier tipo de constitucionalismo moderno y reclamaba para sí y su dinastía toda la legitimidad, en la línea más próxima al absolutismo prerrevolucionario. No aceptaba nada que proviniese del pueblo. Chateubriand, no obstante, se mostró desde el primer momento adalid de los nuevos principios y consideró que su misión era enseñar a los monárquicos más ultras la conveniencia de aceptar algunos de los principios parlamentarios.

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Monarquía limitada

Chateaubriand manifestó cómo tendría que ser la política francesa en sus grandes líneas y señalaba lo que sería el gran problema de los años posteriores a Napoleón. Para él cualquier medida relativa al diseño de la nueva constitución debería satisfacer a los liberales y a los monárquicos, en un ejemplo de conciliación y, principalmente, de compromiso político. Enseñaba a los liberales el exceso de sus exigencias y a los monárquicos la imposibilidad de hecho de sus deseos.

En uno de sus escritos más comprometidos titulado Reflexiones políticas84 el autor expuso una de sus constantes: que la Restauración solo debía serlo en parte y que era necesario adoptar los principios del constitucionalismo moderno. Que la Restauración debía serlo solo en cierta medida quiere decir que los monárquicos, les gustase o no, deberían asumir que la monarquía, tal y como fue antes de la Revolución, era imposible y que se debía aceptar la fuerza de los hechos. También señalaba a los liberales que no se podía ir demasiado lejos y que, en política, hay que contar siempre con la realidad presente. No obstante, al menos por aquella época de 1814, en la que las cosas estaban por hacer y en la que todavía no había hecho una opción política expresa por los ultras, Chateaubriand se mostraba más próximo a las doctrinas liberales de Royer-Collard, Contant y Stäel.

En el capítulo primero de La monarchie selon la Charte retomó su principal argumento, que en realidad era una declaración de intenciones para la monarquía que venía. Decía que, si bien Francia deseaba a su rey legítimo, había tres formas de desearlo: «1º, con el Antiguo Régimen; 2º, con

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el despotismo y 3º, con la Carta.» Tres posiciones muy distintas que marcaban la línea divisoria entre los ultras, los tradicionalistas y los constitucionalistas.

El Ántiguo Régimen, ya lo había dicho en sus Réflexions politiques, era inviable. Para una monarquía despótica haría falta un ejército de 600000 hombres como el de Napoleón, «un brazo de hierro y un espíritu inclinado a la tiranía», y nada de eso existía ya. Era difícil y poco deseable encontrar un déspota como Bonaparte entre los Borbones, o al menos eso quería pensar Chateaubriand.

Así pues, según esos argumentos, la Monarquía Constitucional «es la única buena hoy y, más aun, la única posible y esto zanja la cuestión»85. No siendo posible volver al Anti-guo Régimen y no pudiendo hacerse una restauración total, era necesario partir de lo existente para consolidar una monarquía acorde con las necesidades de Francia. «Tenemos una Carta y no podemos tener otra cosa que esta Carta»86. Hagamos todo lo posible por el bien de Francia y de los franceses con lo que tenemos, diría él, y dejemos de soñar con otras realidades ideales. «Hay que sacar lo mejor de lo que tenemos en las manos»87. Es evidente que este discurso, y su consiguiente programa, no iba dirigido a los jacobinos, sino a los monárquicos más convencidos, para aquellos cuya fidelidad a la monarquía era tal que iban más allá de lo posible y clamaban por un neo-feudalismo. Quizás fuesen estos personajes, de hecho, sus enemigos más concretos, sin duda por ser también los más próximos.

Su propuesta para la Francia restaurada era lo que él llamaba un «gobierno representativo» que, en realidad, sería

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lo más parecido a una Monarquía Constitucional muy limitada por la intervención de las Cámaras y con amplias libertades individuales, como la de prensa y la religiosa. La articulación de los poderes estaba muy inspirada por la lectura que Montesquieu hizo de la monarquía inglesa y llevó a Francia instituciones ajenas a su tradición como la Cámara de los Pares. En efecto, el nuevo sistema, que ya no partía de la organicidad medieval, ya desaparecida durante el absolutismo francés, contaba con cuatro elementos que debían contrapesarse entre sí: el Rey, la Cámara de los Pares, la Cámara de los Diputados y el Ministerio.

Legitimidad histórica de la «monarquía mixta»

En su discurso se puede apreciar claramente, como en su compatriota Montesquieu, la admiración por la Constitución inglesa y el modo concreto en que al otro lado del Canal de la Mancha se adoptaban las nuevas tendencias de la política moderna. Como señala Millán, «uno de los intentos fundamentales de Chateaubriand durante la Restauración, y todas las Memorias dan cuenta de ello, es el empeño por dotar al país de una Monarquía Constitucional que entienda la libertad como lo han hecho los ingleses, que sirva de contrapeso a la pasión exclusiva y autodestructiva, común a todos los tiranos y a sus súbditos, de la igualdad absoluta»88.

En ocasiones aludió claramente a esta cuestión entrando directamente en discusión con los monárquicos, intentando hacerles comprender que, en realidad, la división de poderes era algo tan típicamente francés como inglés. Así, explicaba a los ultras que «no hay por qué pensar que la forma actual

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de nuestro gobierno [Monarquía Constitucional] sea algo absolutamente nuevo para nosotros»89. Sí es cierto que se podía mirar al país vecino para ver cómo habían conseguido hacerlo posible en aquel momento, pues los franceses no parecían saber dar con la manera de llevarlo a cabo.

Según Chateubriand, el régimen mixto no tenía por qué ser contrario a la tradición, sino más bien todo lo contrario. Para él, «todos los antiguos pensaban que el mejor gobierno posible sería aquel que reuniese esos tres poderes, el monárquico, el aristocrático y el democrático»90. Perfecto conocedor de los clásicos, podía citar los pasajes de Pitágoras, Platón, Aristóteles, Licurgo, Polibio y Tácito. De ellos destacaba la sabiduría que limitaba el poder del rey y los abusos del pueblo, pero no deducía que un pueblo pudiese cambiar de gobierno a su antojo. Cosa distinta era si se producía como cuestión de hecho, tras una revolución violenta. Entonces, lo que la historia demostraba a su parecer era que un régimen mixto sería seguramente la mejor solución.

En opinión de Reboul, Chateaubriand «habla de un gobierno mixto91 como se entendía entonces. Para él no se trata de un modo de gobierno en el que el Rey, los Pares y los Diputados se equilibren, sino también de un gobierno y de una nación en los que la monarquía, la aristocracia y la democracia tengan cada una su lugar, su expresión y su acción. Política no formal, sino real»92. Así, el modelo propuesto «es en un prudente término medio donde debemos

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buscar la gloria y la felicidad de Francia»93. De los autores modernos citaba a Montesquieu, para quien el sistema inglés era un modelo, aunque consideraba que había que remontarse a los romanos según los retrató Tácito, para encontrar su fundamento. «Si es así, escribe Chateaubriand, no haríamos otra cosa, como también los ingleses, que recuperar el gobierno de nuestros padres»94.

Según esta retórica, lo más acorde con los...

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