Elementos para una aproximación epistemológica

AutorIñaki Rivera Beiras
Páginas15-44

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1) Los conceptos de Política y las distintas racionalidades que les inspiran

Etimología y primeros significados de la Política

Desde luego, no se pretende aquí ofrecer una teoría general en torno a la política, ni siquiera en torno al poder. El desarrollo de la Ciencia y Filosofía políticas ha dado cumplida tarea de ello y, como es bien sabido, la vasta literatura en torno a estos problemas es tan amplia como la misma historia de la humanidad. Tan sólo se pretende que, antes de penetrar en los significados de lo que ha sido establecido gnoseológicamente como política criminal, se reflexione acerca de algunos elementos —previos— que han caracterizado, a través del repaso por los autores más clásicos de la politología, a lo que se ha denominado como actividad política.

Tal y como indica Bobbio en su Dizionario di Politica (1992: 800), desde un punto de vista etimológico, la «política» traduce una derivación del adjetivo de «polis» (politikós), significante de todo lo referido a la ciudad. En ese sentido, el propio Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la define como «arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados. // Actividad de los que rigen o aspiran a regir los asuntos públicos».

Por cuanto hace a su significado clásico-antiguo, sin duda, al referirse a la política, debe hacerse una mención especial a Aristóteles, a partir de quien se localiza el primer gran tratado titulado La Política, referido a la naturaleza, funciones y particiones del Estado y sobre el arte y formas de gobernar la Polis. Aristóteles señaló ya el decisivo elemento del «poder» al referirse a la políti-

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ca, efectuando una tipología que destacó tres tipos de «formas de ejercer el poder»: a) el poder paterno, ejercitado en nombre del hijo; b) el poder despótico, ejercitado en interés del patrón; c) el poder político, ejercitado en interés de quien gobierna y es gobernado. Estas distinciones, como luego se verá, darán paso a distintas expresiones de legitimación del poder.

Expresiones modernas de la Política

Durante siglos, sin embargo, el término «Política» fue empleado fundamentalmente para señalar obras dedicadas al estudio de toda esfera de actividad humana que tuviese, en cualquier manera, una relación con el Estado (Bobbio, ibídem). Es a partir de la Edad Moderna cuando el vocablo adquiere nuevas expresiones: como «ciencia del Estado», como «doctrina del Estado» (Jellinek, 1900),1 como «Ciencia Política», como «Filosofía Política» (Hegel, 1821).2Asimismo, será también en esta época cuando se retome y se considere especialmente el elemento del «poder» (político) como conjunto de actividades que se expresan en determinados verbos: conquistar, mantener, defender, ampliar, reforzar, abatir.

La expresión de «lo político», entonces, va a ir siendo paula-tinamente asociada al control y, especialmente, al control del territorio, del espacio. Como indica Bobbio,

[...] a la esfera de la política pertenecen actos tales como mandar (o prohibir) algunas cosas con efecto vinculante para todos los miembros de un determinado grupo social; ejercitar un dominio exclusivo sobre un determinado territorio; legislar con normas válidas erga omnes; extraer y distribuir recursos de un sector a otro de la sociedad, etc.

En tal sentido, y dentro del significado propio de la Edad Moderna del término «Política», cuando la idea de Estado va asumiendo un lugar central, los verbos y las principales «actividades» del «poder político» van a ser: organizar, burocratizar, estudiar, justificar, modificar el Estado. A partir de este momento, y a través de la decisiva vinculación con el «poder», los tres conceptos que rondan irán siempre vinculados: Poder-Política-Estado.

El problema de la «legitimación del poder» se revela decisivo. De acuerdo con la concepción hobessiana, el poder se vincu-

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la con los medios para obtener cualquier ventaja. B. Russel, en 1938, en su obra El Poder, entendió a éste como el conjunto de medios que permiten producir los efectos deseados (1972). Max Weber expresó que «poder significa la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad» (1984: 43). De ellos, y otros, se extraerá la idea de que el poder siempre supone la relación entre dos sujetos, de los cuales uno impone al otro su propia voluntad porque tiene la posesión de los medios necesarios para ello; medios que siempre van a referirse al dominio sobre otros o al dominio sobre la naturaleza. El «poder político» se vincula con la primera expresión de dominio o dominación.

Algunas tipologías en torno al poder-político

En este punto, como se anticipó ya, vale la pena recordar la tipología aristotélica que destacó tres formas de ejercer el poder: a) el poder paterno, ejercitado en nombre del hijo; b) el poder despótico, ejercitado en interés del patrón; c) el poder político, ejercitado en interés de quien gobierna y es gobernado. Esta tipología fue perfectamente reasumida por el iusnaturalismo, el cual se abocó al tratamiento de la cuestión más trascendente cual fue la de la legitimación y el fundamento del poder, cuestiones que pueden hallarse con claridad en el Cap. XV del Segundo Tratado sobre el Gobierno, de Locke. Allí se añadirán a las mencionadas formas de poder aristotélicas, ciertas fuentes de legitimación: a) para el poder paterno: la naturaleza; b) para el poder despótico: el castigo por un delito cometido (la única hipótesis en este caso: la del prisionero de guerra que ha perdido una guerra injusta); c) para el poder civil: el consenso.

A semejantes fuentes de legitimación del poder, le corresponden a su vez las tres fórmulas clásicas de fundamento de las obligaciones: ex natura, ex delicto, ex contractu. Así, en la realidad de los gobiernos, las relaciones entre soberano y súbditos vendrá más o menos asimilada al vínculo entre padre-hijo; amo-esclavo; necesidad de lograr el bienestar público fundado en el consenso (Bobbio op. cit.: 801).

Señala Bobbio que, dentro de una relación de poder, y atendiendo al medio del que se sirve el sujeto activo para condicionar el comportamiento del sujeto pasivo, pueden distinguirse tres grandes clases en el ámbito del concepto más lato de poder: el poder económico, el poder ideológico y el poder político.

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El primero, el poder económico, implica la posesión de ciertos bienes, especialmente para la producción de otros bienes. Se mantiene la hegemonía pagando un salario por la fuerza de trabajo.

El segundo, el poder ideológico, se funda sobre la influencia de ideas mantenidas por alguna persona investida de una cierta autoridad (el sabio, el sacerdote, el gobernante) frente a la sociedad para cumplir el proceso de socialización que se entenderá como necesario para el mantenimiento de la cohesión social y la integración del grupo (ejemplo: el poder de definir).

El tercero, el poder político, está fundado en la posesión de los instrumentos a través de los cuales se ejercita la fuerza física (las armas de cualquier especie y grado). Se trata del «poder coactivo» en el sentido más estrecho de la palabra.

Esas tres formas de poder sirven al mantenimiento de una sociedad desigual: ya sea dividida entre ricos y pobres, sabios e ignorantes, o fuertes y débiles. En cualquiera de los tres casos, se trata de mantener «superiores e inferiores» (Bobbio op. cit.: 802).

Esta distinción entre tres tipos principales de poder, se corresponde con la mayor parte de las teorías sociales contemporáneas en las que se pueden observar tres subsistemas principales como son la organización de las fuerzas productivas, la organización del consenso y la organización de la coacción.

Cuanto acaba de señalarse se vincula, entonces, con el elemento de la «fuerza» y con el uso exclusivo de la misma. Se trata claramente del «poder de coacción» al que recurre todo grupo social (la clase dominante de todo grupo social), en última instancia, como extrema ratio, para defenderse de los ataques externos o para impedir con la disgregación del grupo la propia eliminación (Bobbio ibídem). Evidentemente, la fuerza y el poder de coacción sirven, en caso extremo, para impedir la insubordinación o la desobediencia de una parte de la sociedad contra quien detenta el poder y, en tal sentido, se revela como instrumento para la conservación del poder mismo.

Como se irá viendo más adelante, la fuerza, el poder coactivo, el ius puniendi del Estado, se expresan en amplias gamas de sanciones posibles. Pero desde ya cabe señalar con Bobbio que, por ejemplo, si bien la amenaza de sanciones económicas constituye un poder de los que se está tratando, sin duda es la guerra el ejemplo paradigmático del uso de la fuerza.

Ahora bien, si el uso de la fuerza es una condición necesaria, o elemento distintivo del poder político (respecto de otros poderes), ello no significa que sea suficiente para ello. También pueden usar la fuerza grupos armados, asociaciones para delinquir, etc. y no por ello ejercitan un poder político considerado legíti-

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mo. Lo que caracteriza el uso de la fuerza —para poder hablar de poder político— es la exclusividad de ese uso respecto de todas las personas y grupos sociales, a través del proceso de monopolización de dicho uso, del ejercicio de la coacción física. Este proceso de monopolización se expresa con el «proceso de criminalización y penalización» de todos los actos de violencia que sean cometidos por personas no autorizadas, extraños de los...

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