La efervescencia del terror

AutorAlejandro González-Varas Ibáñez
Páginas25-34

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La violencia es un hecho constatable a lo largo de los tiempos. Su existencia, con sus diversas manifestaciones, ha discurrido paralela al propio ser humano. Una de sus expresiones ha sido el terrorismo. No es objeto de este trabajo la realización de un recorrido histórico por las maneras en que la ira humana se ha desatado a través de la siembra del terror, ni menos aún explicar sus insondables causas. Se pretende, más sencillamente, constatar un hecho evidente como es que, desde hace unos años, distintas partes del mundo se han visto sacudidas por el flagelo de la actividad terrorista perpetrada a partir de una interpretación integrista del Islam. Se intentará exponer en un primer momento qué partido esperan obtener de la violencia quienes hacen uso de ella en aras de unos complejos fines que aúnan intereses varios, especialmente los de carácter religioso, político, y económico. Una vez examinada esta cuestión, se expondrán las medidas que se han adoptado en el ámbito internacional destinadas a erradicar este fenómeno o, al menos, minimizarlo en el mayor grado posible. Se hará una referencia especial a la reacción francesa, país particularmente golpeado por un virulento terrorismo que ha dejado, junto con sus víctimas, una preocupación y un debate social que no puede

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ser sino referencia para los países de su entorno, así como unas medidas legales dignas del mayor interés.

Fiel a este planteamiento, conviene continuar indicando que los terroristas islámicos emplean el terror como un arma. La divulgación de imágenes espeluznantes y demás medios de difusión de su violencia genera un clima de pavor que termina provocando oleadas de desplazados y refugiados en los lugares donde se plantea un conflicto armado abierto. Con ello logran varios objetivos a la vez. Por una parte, consiguen vaciar de población los espacios que pretenden conquistar, con lo que tienen más garantías de éxito en su empeño bélico y de ocupación. Por otro lado, logran generar más problemas a las autoridades de los territorios adonde se desplazan las personas que huyen. Y, por último, pueden utilizar a la población civil como escudos humanos2.

Es, además, obvio, que estos atentados y demás muestras de violencia pretenden causar un efecto directo sobre la población de los países occidentales3. Precisamente –y tal como se examinará más adelante– este deseado efecto de propagar la intimidación y el terror es uno de los elementos que ha pasado a configurar el tipo penal de la comisión de actos

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terroristas. Se intenta provocar un miedo que incida sobre las conductas de los ciudadanos europeos y condicionar las decisiones de sus gobernantes. Aparece asimismo otro efecto deseado como es ahondar en la fractura existente entre los musulmanes y el resto de la población de estos países en beneficio de las organizaciones terroristas y sus objetivos.

Por cuanto se refiere a las causas, puede entenderse que estos atentados son una manifestación extrema de un problema de fondo como es la crisis política y religiosa que atraviesa el mundo islámico desde la desmembración del imperio otomano en 1919 y las sucesivas intervenciones de las potencias occidentales en esa área4. Desde ese momento la idea del panarabismo se difuminó porque Francia y el Reino Unido dividieron el territorio árabe en distintos Estados sobre los que no renunciaron a mantener una influencia directa, como luego lo intentaron también Estados Unidos y la Unión Soviética5.

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Heredero del panarabismo clásico fue el denominado “Islam político”. Comienza a difundirse en la segunda mitad del siglo XX entre los países del Maghreb y de Oriente próximo, una vez que el panarabismo no alcanzó su meta de formar una gran nación islámica desde Oriente al Atlántico. Se encontró favorecido, a su vez, por el descontento que estaba produciendo la explotación occidental de recursos energéticos6. Estos factores, aunados con las diferencias étnicas que suelen producirse en numerosos países como consecuencia de las fronteras establecidas por acuerdos de las potencias extranjeras, el afán por emular la organización política de la metrópoli y la consiguiente frustración porque este trasplante no ha producido los resultados esperados, y el deseo de revitalizar las instituciones tradicionales –muchas de ellas de origen religioso–, explican los cambios de organización política que han arrostrado estos países7. Todo

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ello se produce, en cualquier caso, dentro de un contexto caracterizado, por regla general, por la presencia de regímenes autoritarios en toda el área que, además, consiguieron controlar el Islam político.

La capacidad de estos países de someter a un seguimiento cercano a las manifestaciones políticas de origen islámico –de un modo particularmente valioso a los ojos de las potencias internacionales desde los atentados del 11 de septiembre de 2001–, junto con la posibilidad de aprovecharse de las extracciones de petróleo y gas, fueron el principal motivo por el que las potencias occidentales apoyaron a estos regímenes, a pesar de ser conscientes de su falta de legitimidad democrática8.

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Esta fue la atmósfera que favoreció que, algunos años más tarde, estallaran las denominadas “primaveras árabes”9.

Se trató de las revoluciones que se propagaron por varios países del norte de África y de Oriente medio desde finales del año 2010 con el fin de derrocar a los regímenes autoritarios imperantes en la zona. Tuvieron un origen eminentemente popular sin que interviniera el factor religioso –y me-

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nos aún el extremista– al menos en sus momentos iniciales. Esto causó la sorpresa de Occidente e...

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