Efervescencia morbosa

AutorVincenzo Ruggiero
Páginas61-90

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¿Cuáles son los factores que nos permiten reconocer hechos «morales»? Durkheim (1974) trata de hallar una respuesta a esta pregunta; para ello, buscará las diferencias que existen entre las normas morales y las normas de cualquier otro tipo, y procederá a su análisis sometiendo varias leyes a la prueba de la violación.

Normalmente, quien transgrede las reglas se enfrenta a desagradables consecuencias, que a veces pueden ser un simple efecto mecánico de la propia infracción. Por ejemplo, «si violo la norma higiénica que ordena que me aleje de un foco infeccioso, el resultado automático de mi acto será la enfermedad» (ibíd.: 42). En este caso, es el acto mismo el que provoca la consecuencia, haciendo previsible el efecto de la acción; sin embargo, violar la norma que prohíbe matar no produce respuestas o consecuencias automáticas: asesinar no se asocia mecánicamente a la culpa y al castigo. La relación entre la acción y sus consecuencias depende de un artificio externo de carácter «sintético», definido en este caso como «sanción».

No es la naturaleza intrínseca de mi acción la que produce la sanción que le sigue, sino el hecho de que la acción viola una regla que la prohíbe. En realidad, dos actos idénticos que producen el mismo efecto serán reprobados sólo si existe una norma que prohíba ambos [ibíd.: 43].

Durkheim ilustra esta sintética definición de teoría del etiquetaje ante litteram con el ejemplo utilizado por Howard Becker y varios de sus seguidores: el homicidio, condenado en tiempos de paz, pierde su carácter criminal en tiempos de guerra.

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Este capítulo parte de la idea de que las reglas morales po-seen un «carácter obligatorio», en el sentido de que hay que abstenerse de realizar ciertos actos simplemente porque las normas los prohíben. La contribución de Durkheim al análisis de la violencia política será percibida como un conjunto coherente, a pesar del fracaso que supondrá la definición de la posición política del autor. Su investigación está específicamente asociada al movimiento socialista, y su pensamiento tiene como objetivo la violencia institucional, centrándose en la gran devastación sufrida en la Primera Guerra Mundial. Se estudiará también el trabajo de Marcel Mauss; su análisis sobre el cambio social violento y el socialismo nos ayudará a esclarecer el punto de vista de Durkheim con respecto al mismo tema. En la última parte del capítulo se presentan las posturas de Parsons y Merton y se hará una reflexión sobre el papel de la violencia política que, en los análisis de ambos autores, estimula u obstaculiza el cambio social, respectivamente.

Regulación y violencia

Para Durkheim (1960a), el problema de la sociedad moderna es la lenta erosión de la autoridad moral; por ello, el compromiso del estudioso consiste en describir este deterioro y ofrecer una nueva posibilidad para la restauración de la auto-ridad en declive. Según su opinión, es necesario buscar una serie de principios eficaces que confieran cierta autoridad moral a las normas y a las prácticas sociales, sin las cuales la disciplina se presentará como pura regulación externa, artificial. Por ejemplo, la obediencia a las prácticas religiosas produce «autocontrol», mientras que la acción altruista genera «ascetismo personal», presupuestos necesarios para la vida asociada en su conjunto. Las convicciones y las prácticas religiosas son interpretadas como representaciones colectivas de la sociedad y sus consecuencias implícitas son el compromiso y los lazos sociales: el ejercicio de la fe y el sacrificio del ascetismo dan forma a importantes normas altruistas (Wach, 1944). Por tanto, el problema de la sociedad moderna deriva del estado de transición que atraviesa: los viejos dioses han muerto, y los nuevos aún no han nacido.

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Durkheim, distanciándose de la tradición utilitarista, rechaza la noción de sociedad como resultado de un contrato: la sociedad es un organismo y los contratos entre los individuos son ineficaces, a menos que se basen en valores y convicciones profundamente arraigados, sacralizados por la costumbre y los rituales (Turner, 1996).

Los seres humanos poseen dos naturalezas opuestas, pudiéndose definir su especie como Homo duplex. Son violentos y sociables simultáneamente y la estabilidad exige que la primera característica se subordine a la segunda. La conducta de los individuos debe estar basada en el interés del orden social, sean cuales sean los costes a nivel personal o colectivo. Cuando la solidaridad y los sistemas de normas y valores compartidos se deterioran, los seres humanos se exponen a su ambición y a sus deseos más extravagantes. El egoísmo resultante promueve aspiraciones ilimitadas, que, a su vez, difunden un gran males-tar social.

La enfermedad de las infinitas aspiraciones

Durkheim pone de relieve el surgimiento de un malestar semejante en el ámbito de la vida material. Según el autor, la economía atraviesa una constante condición patológica, en lo que se refiere al desarrollo y al cambio que produce incesantemente; parece que en esta específica área de la vida colectiva se huye de la acción moderadora propia de las reglas morales. Prevalece un clima crónico de competición, en el cual los individuos se liberan de las ataduras que comúnmente guían y filtran sus aspiraciones (Durkheim, [1897] 1951). De forma semejante, la inestable regulación ocupa un puesto capital en el célebre análisis de Durkheim sobre el suicidio, que marca un estado patológico mental «acompañado de desilusión, cansancio, agitación, descontento, rabia y disgusto provocados por la vida» (Lukes, 1967: 139). Sin embargo, los índices de suicidio pueden variar directa o inversamente al grado de integración en el grupo social al que el individuo pertenece. Una forma distinta de suicidio como, por ejemplo, el suicidio egoísta, muestra bajos niveles de integración o también ausencia de identificación con la vida colectiva y sus fines sociales. En cambio, unos altos niveles de integración pue-

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den dar lugar a un tipo de suicidio diferente, que es el resultado de un sentimiento excesivo de altruismo como, por ejemplo, «los sacrificios humanos de los pueblos primitivos, o las valerosas pero mortales proezas de los soldados modernos» (Hagan, 1987: 149). A su vez, una imposición abusiva de normas puede conducir a formas fatalistas de suicidio, caracterizado por el deseo de huir de un sistema represivo, previsible y conformista. En resumen, una leve regulación puede provocar el suicidio anómico, que es consecuencia de la incapacidad personal para afrontar los rápidos cambios económicos. Por ejemplo, en las economías desregularizadas las fluctuaciones causan un incremento en los índices de suicidio, tanto en períodos de depresión como de expansión; en otras palabras, su aumento no se debe sólo a la creciente pobreza material, «ya que, normalmente, aquellos que han sido siempre pobres presentan un índice de suicidio limitado». Por tanto, las tasas de suicidio suben también en períodos caracterizados por un boom económico, «por lo cual, los factores causales no residen en las circunstancias materiales, sino en la inestabilidad que se produce en la vida social» (Giddens, 1978: 45).

Si extendemos este análisis a la conducta colectiva, podemos llegar a la conclusión provisional según la cual, en deter-minadas circunstancias, las que Durkheim define como «normas morales» pueden perder su fuerza reguladora; esto se produce sobre todo cuando el cambio político o económico altera las expectativas individuales y de grupo y sitúa la precedente división del trabajo en una condición nueva, provisoriamente desregularizada.

Las necesidades y los deseos han sido liberados del freno moral, y así han perdido todo punto de referencia. En tiempos pasados, el tradicional orden moral lograba calibrar las expectativas de rédito. Su influencia se dejaba sentir tanto en los trabajadores como en los patronos, en los ricos y en los pobres [...] era Dios quien asignaba la cuota de riqueza de cada una de las clases sociales [...] Este antiguo orden moral ha sufrido una rápida erosión a causa del cambio que se ha producido en las formas de trabajo, lo cual se une también a la carencia de nuevas modalidades de control de la vida económica. La consecuencia es la desmesura de los deseos. La búsqueda de dinero se hace incontrolada y por ello irrealizable; a pesar de que los individuos acumulen riqueza, se sentirán siempre insatisfechos [ibíd.: 46-48].

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Suicidio y homicidio

Por esta razón, los episodios de violencia autoinfligida están determinados por una existencia privada, aunque densa, de significado: en algunas comunidades, la autodestrucción confiere cierta honorabilidad debido a su carácter altruista; de este modo se muestra un fuerte arraigo a los valores de la comunidad. Por ejemplo, en las sociedades preindustriales la autodestrucción honrosa es frecuente y es el resultado de una excesiva subordinación del individuo al grupo. Es el caso contrario de lo que sucede en las sociedades industriales, donde la autodestrucción muestra la ausencia de tal subordinación (Downes, Rock, 1988).

Ahora podemos plantearnos una pregunta inicial: ¿es posible aplicar las categorías propuestas por Durkheim para la clasificación del suicidio, entendido como violencia autoinfligida, en el análisis de la violencia aplicada a otros en los ámbitos de la política y de la guerra? Durkheim incluye a los soldados entre los individuos más proclives al suicidio, ya que el servicio militar exige una extrema subordinación ante las reglas imperativas, junto a formas excesivas de integración en un orden moral nacional. Por otra parte, se repiten algunos elementos...

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