Editorial

AutorColegio Provincial de Abogados de Cádiz
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La ciudad de la justicia está en el limbo, durmiendo el sueño de los justos. Durante más una década se ha especulado con su necesidad mientras fuerzas de la naturaleza, incluidas las humanas, han ido desgranando un rosario de sedes judiciales de transitoriedad perenne.

Sólo se leen críticas a la dilatada construcción de nuestra iustitiae urbis, pero nadie parece reparar en las ventajas de esta sabia decisión de espera.

Así, nos ha permitido conocer y dar a conocer soberbios edificios como el de la antigua Cárcel Real, y mantener aforismos como el que figuraba en su entrada: "odia el delito, compadece al delincuente", ejemplo de sostenibilidad con el mero cambio de su última palabra por la de abogado. La espera para las vistas en las salas de la primera planta hasta hace escasos meses ha acreditado a los letrados como dignos sustitutos de San Lorenzo durante los meses de estío.

La angustia de tener dos pleitos en el mismo día y casi a la misma hora en sitios diferentes se ha hecho valedora de ser un modélico ejemplo a nivel humano de la capacidad omnipresente del Espíritu Santo y ha mejorado nuestra habilidad natural para afrontar conflictos de transporte y de taquicardia.

Habrá que sopesar además que el incesante trasiego de una sede a otra ha revertido en la salud de los que, ante la falta de aparcamiento, han optado por viajar sobre dos ruedas o piernas y todavía pueden gozar del paseo de una a otra sede judicial diariamente, acariciados por el sol...

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