Editorial

AutorGiorgio di Pietro

En la última década, todos los países europeos han experimentado cambios en sus estructuras salariales y de empleo, cambios que han perjudicado a los trabajadores no calificados. Las fuerzas del mercado tienden a favorecer a las personas muy calificadas, respecto a las menos calificadas, en mayor medida que antes. Además, el desempleo afecta, en forma desproporcionada, a los trabajadores menos calificados. La tasa de desempleo entre los trabajadores que no han superado la enseñanza secundaria es considerablemente mayor que entre quienes poseen un título universitario. El problema principal parece consistir en la transformación de desempleo cíclico en desempleo de larga duración. Antes solía suceder que el aumento del empleo que acompañaba a las épocas de crecimiento en el ciclo económico, beneficiaba más a los trabajadores desempleados o subempleados, poco calificados, que a los trabajadores relativamente calificados. Pero esto ya no sucede en Europa. Las tasas de desempleo tienden a aumentar durante las épocas de recesión, pero no disminuyen de nuevo en las épocas de recuperación.

Los economistas están de acuerdo en que, en los años futuros, aumentará la importancia de la calificación en el mercado laboral. Ciertos estudios, como el Hudson Institute Workforce 2000, indican que, en el siglo XXI, uno de cada tres puestos de trabajo exigirá un nivel educativo superior al secundario. Hay dos factores principales que sugieren que, en Europa, al igual que en otros países industrializados, la demanda de mano de obra calificada continuará creciendo e incluso a mayor ritmo que hasta ahora. En primer lugar, la creciente competencia de los países en vías de desarrollo en cuanto a productos manufacturados, hará que los países industrializados se especialicen cada vez más en bienes de capital que exijan alta calificación, donde pueden tener ventajas comparativas. La puesta en práctica de reglamentos multilaterales que liberalizan el comercio de bienes y servicios (por ejemplo, los acuerdos de la OMC) y la reducción de ciertos costes (como los de comunicaciones y transportes, por ejemplo), acelerarán aún más este proceso.

En segundo término, el cambio tecnológico (en particular, la aplicación de las tecnologías de la información y la comunicación) está acelerando la transformación de las economías industriales en economías de servicios. Los nuevos puestos de trabajo en el sector servicios (ordenadores, programación, telecomunicaciones y biotecnología, sobre todo) se destinan cada vez más a trabajadores con alto nivel de educación. Un estudio reciente sobre el empleo a tiempo completo en Estados Unidos, a mediados de los 90, no sólo muestra que más del 80 % de los nuevos puestos de trabajo están en el sector servicios, sino también que los salarios de dichos empleos son superiores a la media. Además, es importante subrayar que una gran proporción de los trabajadores del sector industrial posee también una calificación elevada. Estos trabajadores no "hacen cosas" por sí mismos, sino que proporcionan servicios al proceso de fabricación (por ejemplo, robótica, tecnologías de la información, diseño, marketing, servicios jurídicos).

Un bajo nivel o una pobre calidad de educación no sólo limita las posibilidades salariales del individuo, afectando así a su bienestar, sino que también repercute, a nivel macro, sobre la competitividad industrial y sobre el crecimiento económico. Aunque el remedio obvio es una formación más amplia y mejor, en muchos países se discute cómo alcanzar ese objetivo, lo que da lugar a investigaciones que buscan estrategias alternativas. Este número especial del IPTS Report pretende contribuir a ese debate, llamando la atención sobre los factores políticos relacionados con la importancia de la mano de obra calificada en el contexto del cambio tecnológico.

En el primer artículo de este número, Psacharopoulos, consciente de la experiencia norteamericana, examina los indicadores de rendimiento del sistema de enseñanza superior en Europa y diagnostica algunos de sus problemas. Sugiere que un cambio en los incentivos para el personal docente, y una mayor eficacia de las políticas de ayuda al estudio, podrían redundar en una gran mejora de los sistemas europeos de enseñanza superior. Ello, a su vez, podría tener un impacto positivo sobre la competitividad europea.

En el segundo artículo, di Pietro sostiene que los programas de bienestar social pueden desempeñar un papel importante para aumentar las tasas de asistencia a la universidad de los estudiantes con bajos ingresos, elevando así las calificaciones y facilitando los ajustes para afrontar el cambio tecnológico. En algunos países industrializados, el aumento de las desigualdades de las economías domésticas, por una parte, y el fracaso de las políticas de ayuda al estudio para proporcionar subsidios a todos los estudiantes necesitados, por otra, pueden derivar en que las tasas de incorporación a la universidad de los hijos de las familias más desfavorecidas, sean cada vez más dependientes de los cambios en otras áreas del gasto en bienestar social.

En el tercer artículo, Rojo destaca el papel fundamental del capital humano para promover un crecimiento económico sostenible. La mejora de la calidad de los datos sobre cualificaciones es un paso necesario para una mejor comprensión de las vías por las que el capital humano ejerce una influencia positiva sobre el crecimiento económico.

En el penúltimo artículo, Thayler ofrece un panorama de los esfuerzos realizados en Canadá para explotar las tecnologías de la información y la comunicación en el campo de la educación. Varios países que están creando actualmente sus propias redes de educación electrónicas, siguen atentamente la experiencia canadiense.

En el último artículo de este número, Otto analiza los elementos de "buena práctica" en tres programas de formación, recientemente establecidos en universidades y centros de investigación europeos, dirigidos específicamente a científicos e ingenieros que deseen convertirse en empresarios. Estos programs son especialmente relevantes, a la luz de la creciente contribución de las empresas pequeñas, de alta tecnología, a la innovación tecnológica y a la creación neta de empleo; y para reforzar la relación entre capital humano y crecimiento, no sólo para adaptarse al cambio tecnológico, sino también para aprovecharlo.

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