La estructura dramática local en el prisma antropológico de Lisón

AutorJosé Antonio González Alcantud
Páginas140-150

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El profesor Carmelo Lisón Tolosana es hombre de pueblo. Nació de hecho en la Puebla de Alfindén, población de mil trescientos habitantes en su tiempo, cercana a la ciudad de Zaragoza, y hoy día de unos cinco mil. Sabida la importancia de la genuidad que otorgan los orígenes, ésta es una circunstancia de la mayor importancia que quizás explique la sensibilidad de don Carmelo a la dramaturgia de lo local en sociedades históricas complejas como la española, objeto de toda su obra antropológica.

El pueblo en la España mediterránea y esteparia es una unidad demográfica que designa desde diminutas agrupaciones humanas hasta pequeñas ciudades. El pueblo también es una unidad moral de maneras sociales basculando entre lo rural y lo citadino. Los pueblos más grandes aunque insertos en la vida agraria han desarrollado un estilo de vida urbano. En esos modos de vida urbanos el relato histórico local contribuye de manera capital a otorgar la genuidad, el ser en el sentido de pertenencia social. El pueblo es el alfa y el omega de la autoctonía en tanto complejo cultural. Una genuidad y una autoctonía que necesita hallar y corroborar los cuarteles de nobleza de los sujetos para validar su pertenencia al territorio y a la historia (G. Alcantud, 2005). El cierre categorial castizo tan importante para delimitar la españolidad tiene en el ámbito local uno de sus terrenos más disputados. El castizo, sea cual sea su estatus social, está dentro del sistema cultural; no es extraño al mismo. Este ser en tanto genuidad o autoctonía pasa siempre por la inserción en el ámbito local. En la ansiosa búsqueda de la legitimación autóctona el papel de los cronistas locales es crucial. Durante los siglos XVI y XVII, edades que a Lisón Tolosana le han interesado especialmente como horizonte temporal para establecer los límites empíricos del discurso antropológico, cada ciudad y pueblo importante de España poseía su relator o cronista, que narraba, las más de las veces falsificándolas, unas grandezas pasadas que unían la historia local con la existencia prístina de unos héroes fundadores o mitos de fundación (G. Alcantud, 2009). De esa conjunción salieron los falsos cronicones

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y todas las historias locales de falsificación que tuvieron en la España barroca su momento de gloria, y que fueron debidas a los excesos del amor patrio (Caro, 1992). Desde luego, la antropología social y cultural desde que se abandonase el horizonte de los estudios exóticos, que Lisón rechazó conscientemente no queriendo marchar a la Turquía que Evans-Pritchard le sugería, se ha sentido incómoda con esta erudición local, sabedora de que la capacidad desconstructiva, y por ende destructiva, de una disciplina científica chocaba de plano con aquella (Fabre, 2001: 13-15).

El joven Carmelo Lisón Tolosana, hombre de(l) pueblo, como decíamos, venido a Zaragoza a realizar sus estudios universitarios de grado, manifiesta una poderosa atracción desde el inicio de su carrera universitaria por las culturas locales. La inclinación de Lisón a abordar el discurso antropológico enfatizando el punto de vista local se comprueba ya desde su temprana memoria de licenciatura, presentada en 1957 en la Facultad de Letras de la Universidad de Zaragoza con el título de Chiprana, un estudio etnológico. Como tantos otros jóvenes antropólogos de su tiempo muestra atención a la combinación entre vida rural en extinción y manifestaciones de la vida popular que podríamos catalogar de «folclóricas». Pero en vez de quedar atrapado en la nostalgia pasadista del eterno presente histórico ya apunta a la historización antropológica a través de su percepción del cambio: «En una palabra -escribe entonces-: Chiprana es una localidad de núcleo medieval, folklore en ocaso, enraizado en las dos últimas centurias al menos [...] y en vías de amplia recepción de formas nuevas, iniciadas suavemente en 1902 con la llegada de la primera máquina segadora, y definitivamente impulsadas y directamente buscadas a partir de 1936» (Lisón, 1992: 56). El joven Lisón acoge su discurso bajo los términos de «cultura material» y de «etnología», pero no lo hace estáticamente como lo solían hacer los folcloristas, sino a través de los cambios sociales que percibe están modificando un orden cultural muy estable durante siglos. Ve dibujarse en definitiva la necesidad interpretativa de recurrir a esa Social Anthropology, ciencia cuyos rudimentos y alcances le dará finalmente Oxford, cuando emigre a esta Meca universitaria, sin equivalente en la España de su tiempo.

Según las apreciaciones psicológicas de Bergson, los primeros recuerdos de infancia, mediatizados mediante la experiencia corporal, están impresos en la memoria (Bergson, 1999). No obstante, la importancia de la visión bergsoniana sobre la relación entre corporeidad y memoria, Émile Durkheim, enemigo de toda interpretación psicológica, dio un giro interpretativo diferente al considerar que en las primeras edades se dependía sobremanera del contexto sociocultural, en el cual la infancia se construye endoculturalmente como identidad humana (Durkheim, 1992). A Durkheim se opone G. Tarde con su teoría basada en las «leyes de la imitación», a medio camino entre la psicología y la sociología: «Estos actos son una especie de híbridos, de hechos socio-psicológicos o sociolingüísticos» (Tarde, 1973: 126). La teoría o la mística del «hecho social» luchando por abrirse paso entre lo individual y lo social fue motivo de polémica en los inicios de la socioantropología. Hacemos alusión a esta polémica con el fin de insertar la relación del joven Lisón con su entorno, y los efectos subsiguientes sobre la memoria personal.

El pueblo, por ello, cuando se ha nacido en uno como ocurre con Carmelo Lisón, no es solo un marco accidental para la memoria en la historia del individuo, sino que constituye una unidad moral de referencia que lo sigue toda su vida, modelando su personalidad en el marco de la tensión entre estructura y communitas, tensión en la que la participación del sujeto en los ritos sociales o grupales es un elemento axial (Turner, 1988: 206). Aquí se resuelve de alguna manera aquella vieja polémica entre antropología y psicología que ocuparon a Bergson, Durkheim y Tarde.

Sin abandonar este gusto por lo local, la tesis doctoral del profesor Lisón realizada bajo la dirección del jefe de la escuela funcionalista Sir E. Evans-Pritchard es un retrato

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antropológico de su propio pueblo, de la Puebla del Alfindén, velado circunstancialmente tras el nombre de Belmonte de los Caballeros. En esto coincide la tradición intelectual española de las historias locales con los presupuestos del funcionalismo antropológico tendente a promover monografías cuyos límites geográficos serían el pueblo mismo. La identificación de los sujetos con el «pueblo» originario, donde se enraíza el linaje familiar y donde se encultura el individuo en las primeras edades de la vida es determinante para explicar buena parte de su quehacer posterior ya en la adultez. Consciente de los hechos sociales y culturales cuyo marco es lo local, Lisón Tolosana, sujeto y agente por igual, desde Belmonte de los Caballeros percibe la inextricable vinculación entre antropología e historia, o sea de la lógica del cambio. En este interés por historiar va a coincidir con Evans-Pritchard, su maestro oxfordiano, quien ha realizado un cambio de perspectiva en el funcionalismo británico al reaccionar contra el antihistoricismo fundacional de esta escuela, tras comprobar en su estudio de los sanusi de la Cirenaica, la importancia de la historia en la conformación social de las sociedades mediterráneas (Evans-Pritchard, 1954). El joven Lisón, hijo de su tiempo y también de su pueblo, debía tener en mente la opinión depurada del maestro Evans-Pritchard, cuando éste casi paralelamente a sostener aquél su tesis en Oxford dirigida por él mismo, había defendido públicamente que «la diferencia entre las dos disciplinas [antropología e historia] es de orientación y no de objetivo», y que ambas son «indisociables» (Evans-Pritchard, 1974: 67). En Belmonte de los Caballeros Carmelo Lisón al tomar a su propio pueblo como objeto de estudio etnográfico deberá hacer ese ejercicio de historia antropologizada, en consonancia con lo defendido por el maestro.

Tal como sostuvimos más arriba, la importancia que Carmelo Lisón otorga desde sus inicios a lo local va acompañada de una visión de éste no estática. Su visión de la comunidad local es historicista, y por tanto cambiante. Cuando escribe una decena de años después de su inicial trabajo de campo sobre la Puebla da cuenta de las grandes transformaciones que una modernidad galopante ha introducido en la vida diaria del pueblo, mutando las relaciones sociales y el ethos. Escribe a ese propósito que esta transformación ha tenido repercusiones en «la dilatación del espacio interactivo» dando...

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