Dos justificaciones de la clonación humana reproductiva: el deseo del hijo y el valor de la vida

AutorSantiago Gabriel Calise
CargoBecario doctoral CONICET. Instituto de Investigaciones Gino Germani, Universidad de Buenos Aires
Páginas46-59

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Introducción

Este trabajo se centrará en el estudio de dos de los argumentos más importantes a la hora de buscar justificar la clonación humana reproductiva. Se dejará de lado el análisis de otros argumentos éticos en contra de la misma, sin desconocerlos, pero evitando hacer referencia a los mismos por la limitación del espacio. El análisis comenzará por el concepto de deseo del hijo, diferenciándolo respecto del de libertad reproductiva, apoyándose, centralmente, en los desarrollos que propone Gaille sobre el mismo. Haciendo referencia a las ideas aportadas por bioeticistas y juristas respecto de la clonación humana, se intentará observar hasta qué punto es justificable tal práctica a la luz de la categoría antes citada. Por su parte, el concepto de valor de la vida tiene fuentes múltiples, aquí se hará referencia al concepto propuesto por Binding y Hoche, pero más especialmente al trabajo de la filosofía anglosajona (principalmente Parfit y las discusiones que su propuesta ha suscitado). A través de esta compleja idea, que resulta difícil de deconstruir, pero que también entraña una serie de presupuestos bastante discutibles, se pretende justificar la clonación humana reproductiva. Aquí se propone rediscutir tal argumento.

Libertad reproductiva y deseo del hijo

Como señalan Beck y Beck-Gernsheim (1998), desde finales del siglo XX, la función de tener hijos no es más la de contar con más brazos para trabajar, como lo era para la mayoría de las clases sociales de las sociedades pre-industriales, sino la de obtener un beneficio psicológico. Para muchas parejas, el hijo se ha convertido en el sentido y objetivo de la vida, transformándolo en el vehículo de las propias necesidades. Contrariamente a lo que acaecía en el Medioevo, donde el amor hacia los hijos era algo inexistente, hoy en día la familia nuclear sufriría las consecuencias de una "sobreemocionalización", producto de las altas exigencias provenientes del imperativo de amar a los hijos, lo cual, ante ciertas frustraciones, puede derivar en la violencia. Como se anticipaba más arriba, algo similar sucede con el problema de la infertilidad, ya que si antes la imposibilidad de tener descendencia era vivida como un destino predeterminado, al que había que resignarse, hoy las parejas infértiles pueden recurrir a todos los métodos disponibles, con lo cual -dentro de ciertos límites- la infertilidad ha pasado a ser una "decisión autoelegida" (Beck y Beck-Gernsheim, 1998).

Precisamente, uno de los argumentos a favor de la clonación reproductiva más recurrentes, es aquel que busca utilizarla como remedio contra la infertilidad de una pareja que quiera tener un hijo biológicamente relacionado (Rhodes, 2001) o para parejas homosexuales (Schüklenk y Ashcroft, 2000), o contra alguna patología que sufra uno de los miembros de la pareja (Kunich, 2003; Freire de Sá y Oliveira Naves, 2006). En oposición a esto, también se intenta rechazar la clonación reproductiva por la mera apelación a un supuesto derecho a la "paternidad biológica", la cual implicaría que sólo las parejas heterosexuales tendrían el derecho de reproducirse (Morelli, 2000). Podría pensarse que, al entender al hijo como un dador de sentido, tanto parejas heterosexuales, homosexuales o personas solas, pueden arribar a tal pretensión.

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Por otra parte, también se sostiene que la clonación reproductiva atentaría contra el principio de la autonomía, ya que el individuo por nacer no sería libre, sino un producto creado para satisfacer los deseos de otros (Martínez, 2002). Quiérase o no, esto no es patrimonio exclusivo de la clonación, sino de la sociedad misma en que se vive. Siguiendo a Elias (Gaille, 2011), pueden distinguirse dos épocas: una en la cual los padres traían al mundo ciegamente a sus hijos sin ningún deseo y sin la necesidad de sentir tal cosa; y otra donde los padres pueden decidir si desean tener hijos y cuántos. En este segundo contexto, las expectativas de los padres respecto de sus hijos se han intensificado, de manera que la familia, hoy en día, cumple una función centralmente afectiva y emotiva. Por lo tanto, tiene poco sentido intentar acusar a la clonación de reducir al hijo a un producto creado para satisfacer deseos ajenos, cuándo, al menos oficialmente, esta sociedad entiende que los hijos deben ser deseado. En este sentido, la "instrumentalización" orientada por la satisfacción del deseo de tener un hijo es algo legitimado casi con orgullo por esta sociedad. Respecto de esta cuestión, algunos autores afirman que no es inmoral tener un hijo con fines instrumentales o por interés propio (Gillon, 1999), o, de manera similar, si una pareja se reproduce respetando los intereses del niño y de todos los involucrados, la existencia de motivos "egoístas" no necesariamente hace de la clonación una práctica inmoral (Salles, 2008). Además, agrega Kunich (2003), la gente que quiera tener un hijo por clonación lo hará por las mismas razones que lo hace la gente que utiliza otros métodos, la cuales tienen su epicentro en el amor.

Haciendo foco en la cuestión del deseo del hijo, Gaille (2011) plantea la hipótesis de que si se lo considera desde el punto de vista de la acción política, el deseo del hijo pone la pregunta por la solidaridad y no por la libertad reproductiva. En este sentido, la cuestión central hace referencia al derecho otorgado o no, por parte del Estado, de acceder a la asistencia médica para la procreación. Según la autora, la idea de libertad reproductiva lleva a ignorar si la asistencia requerida por una persona o pareja será otorgada o no por parte de la sociedad y a nombre de qué argumento. Esta idea puede acarrear dos ilusiones: que el acto reproductivo depende de una "libertad", cuando, en realidad, es tributario de factores contingentes sobre los que el ser humano tiene solamente un dominio relativo; que está, a priori, justificado que una sociedad ponga todos los medios a disposición para que sus miembros puedan procrear, mientras que el fundamento de esa asistencia debe ser justamente concebido y explicitado. Por lo tanto, el acto reproductivo no conduce directamente hacia el ejercicio de una libertad, sino que, cuando una persona o pareja demandan de la asistencia médico-reproductiva, lo que queda en el centro de la relación con el equipo médico es la cuestión de la ayuda.

Por otra parte, es importante señalar, como lo hace Gaille, que el deseo del hijo no tiene nada de sistemático ni de necesario, ya que la ausencia constante del deseo también es comprobable. Además, debe renunciarse a las explicaciones que lo entienden como una simple respuesta a formas de presión social más o menos discretas. Si estas últimas juegan algún papel, lo hacen de una manera no mecánica y con efectos muy diversificados.

En la sociedad contemporánea, este deseo del hijo es frecuentemente percibido como vector de una exigencia o reivindicación que se expresa como "derecho al hijo", "derecho a la reproducción" o "libertad de procrear". Entonces, Gaille se hace la pregunta respecto de las razones por las que una sociedad decide responder positiva o negativamente a un pedido de ayuda, que significa otorgarle todas las chances a una

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persona o pareja deseosa de tener un hijo. Los principios de solidaridad serán fundamentalmente dos: uno, orientado por un Estado que estima que es de su interés personal; otro, que entiende que la procreación corresponde a un "interés" o "bien" fundamental, que tiene que ser fomentado y favorecido por todos los medios. Desde este segundo enfoque basado en la teoría de las "capabilities" de Nussbaum (2006) y Sen (2009) el deseo del hijo puede ser entendido como un "bien" esencial para la realización de ciertos seres humanos, aunque su ausencia no marque que esta vida deje de tener valor. Por lo tanto, conviene favorecer su realización en nombre de la solidaridad procreativa, pero, como este deseo no es compartido por todos, no puede devenir en vector de una norma de la vida humana. En este sentido, la defensa de la solidaridad, desde este enfoque, debe asociarse a la defensa de la libertad individual en el sentido de Stuart Mill, o sea, a la consideración de que no hay razones para entender que la vida humana debe construirse sobre la base de uno o varios modelos, sino que cada uno pueda trazar el mapa de su existencia de manera propia.

Pese a todo esto, la sociedad puede decidir que no conviene ser solidarios en relación con el deseo del hijo, estimando, por ejemplo, que es más importante ayudar a sus miembros en otros planos. Pero también la sociedad podría no aceptar la visión que considera al deseo del hijo como una dimensión fundamental de la vida "verdaderamente humana". En este caso, Gaille encuentra seis argumentos para limitar la solidaridad procreativa:

  1. Al contrato social no le conciernen las desigualdades "naturales".

  2. La solidaridad social termina donde la dificultad para procrear no depende de...

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