Las dos bioéticas. Salud y enfermedad

AutorEduardo Casanova Ríspoli
CargoUniversidad de la República del Uruguay e-mail: casanovaris@hotmail.com
Páginas230-238

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1. Introducción

A partir de la metodología racionalista cartesiana, se llegó a la metodología dialéctica de Hegel, y luego a la de Marx, concibiendo el desarrollo y progreso del conocimiento a través del enfrentamiento de contrarios (tesis y antítesis), como requisito para alcanzar una novedad de síntesis, transformada luego en escalón para una nueva confrontación.1

Esta metodología dialéctica tenía la virtud de asociar conocimientos previos para adquirir uno nuevo; pero tenía también el defecto de fundar esta asociación sobre un enfrentamiento, y no sobre una armonía o coherencia, pues el conocimiento supone más una coincidencia, que una disidencia. El primer principio lógico supone que si algo no fuese idéntico a sí mismo, no podría excluir a lo diverso. En todo caso, el segundo principio es de no contradicción, por lo que excluye a la antítesis, dejándola de lado para el conocimiento de la realidad.

La capacidad humana de conocer, siempre limitada, puede aspirar a una tesis perfecta, pero no puede aspirar a alcanzarla en el devenir temporal, porque ese propio «devenir» está siempre abierto a una perfección mayor. El ser humano es libre en la medida que pueda adherirse al bien y a la verdad, pero su conocimiento limitado no le hace «necesariamente» libre.Page 231 Desde nuestro punto de vista, allí se encuentra el carácter antropológico más específico, que permite a los seres humanos realizar la vocación de perfeccionarse a sí mismos, dominando el cosmos, el devenir temporal.

Las consecuencias de aplicar una dialéctica hegeliana-marxista no alcanzaron sólo el plano del conocimiento, sino también el de su aplicación ética. Cuando la tecnología aceleró su crecimiento, la aplicación del conocimiento llegó a influir más en la vida personal, y las consecuencias se hicieron más críticas. Probablemente, dicha coyuntura determinase que en 1970 Potter plantease una bioética con el objetivo de «humanizar» la tecnología, para evitar los riesgos de «supervivencia» de la sociedad civilizada.

Actualmente pueden comprobarse dos respuestas diferentes, dos bioéticas, que recuerdan, precisamente, el planteo dialéctico que confronta opuestos: la bioética personalista y la principialista. Ello nos determina a discutir el fundamento y sustentabilidad de dicha oposición: ¿es posible fundarse en algún otro principio, que no se encuentre en la realidad ontológica de la persona, para investigar, para conocer y aplicar ese conocimiento a la praxis ética?

Es muy probable que ante esta disyuntiva terminemos pagando tributo a varios siglos de racionalismo, que nos dificulte liberarnos del lazo dialéctico de oposición, para conocer científicamente, y actuar éticamente. Este «lazo» puede dificultarnos dar coherencia al conocimiento de una misma y única realidad humana.

¿Existe alguna alternativa para romper este círculo? En nuestro libro, «Bioética, salud de la cultura» proponemos una metodología diferente de investigación en bioética, que difiere del racionalismo metodológico cartesiano. Entendemos que permite salir del «encierro» dialéctico hegeliano-marxista. Se trata de una metodología clínica2 fundada más en la búsqueda del bien, de la vida y la salud que en el perfeccionamiento del método racional utilizado: la persona es el verdadero centro y objetivo del razonamiento, y este razonamiento queda supeditado a sus resultados, que son el interés de la persona. De nada valdría un buen razonamiento clínico, si el resultado fuese la muerte, u otro daño, que comprometiese la vida y la salud que se pretende mejorar. El conocimiento implica un diagnóstico, y el tratamiento una conducta. Si utilizamos el bien de la vida humana como valor de referencia, la praxis ética sólo podrá avalarse por los resultados de la conducta con relación a la salud y desarrollo pleno del ser humano.

2. ¿Principios éticos no fundados en la persona?

No hemos considerado necesario destacar que la metodología clínica propuesta se refiere a la medicina humana, y no a la veterinaria. Sin embargo, debido a la propia confusión en la definición de salud humana-salud animal, parece imprescindible hacer dicha aclaración. Page 232 Lamentablemente puede comprobarse en la actualidad que la definición de salud se encuentra gravemente alterada por una confrontación dialéctica de conceptos, al punto que llega a estimarse como saludable a lo enfermo, y enfermo a lo saludable.

Desde Hipócrates, la moral médica se ha definido siempre por el respeto y protección de la persona enferma [...] se trata de saber, en definitiva, si la medicina está al servicio de la persona humana, de su dignidad, en aquello que tiene de único y trascendente, o si el médico se considera ante todo como un agente de la colectividad, al servicio de los sanos, a los que habría que subordinar el cuidado de los enfermos

3.

Para fundar los principios éticos en la persona, y no en puros enunciados carentes de valor ontológico, nos parece de importancia fundamental considerar la referencia que hace el Papa a Hipócrates, para impedir el aparente absurdo, que hoy tiene lugar, para considerar al «agente de la colectividad, al servicio de los sanos, a los que habría que subordinar el cuidado de los enfermos»: ¿qué otra cosa supone renunciar al uso de los medios asistenciales disponibles, en consideración de los «ahorros» de la comunidad?

Para resolver la crisis actual, que enfrente a una bioética principialista a la que se funda en la persona, no tenemos duda de la necesidad de volver a los verdaderos principios fundados en la persona, que son los que excluyen el daño (primum non nocere, lo primero es no hacer daño), como condición primera de cualquier acción, para que la praxis médica, o cualquier otro acto humano, sea ético: que no sea antihumano.

Algunos actualmente confunden el ser católico con el ser hipocrático, aparentemente desconociendo que Hipócrates no era católico, sino un científico que respetaba como referencias el bien y la verdad apreciados en la naturaleza. Para establecer esa relación llegaba por la simple razón, aplicando un discurso lógico que tomaba al ser humano como referencia más valiosa dentro de esa naturaleza. Quizá este fundamento natural impulsase a los primeros cristianos a reproducir el juramento hipocrático en forma de cruz, y luego al Papa Clemente VII en 1536, a proclamarlo como referencia para la cristiandad4. Pero, sin dudas, el motivo de ser de estas referencias a Hipócrates, y también de las antes citadas de Juan Pablo II, se deben a la coherencia racional que supone el razonamiento científico. Es el razonamiento que establece la íntima e inseparable relación que guarda la Revelación con la Naturaleza. Quizá no sea otro el motivo de...

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