Don Jerónimo González: notas para una biografía

AutorPlácido Prada Alvarez Buylla
CargoRegistrador de la Propiedad
Páginas363-402

Page 363

I

El hecho de que este año se cumpla el 75 aniversario de la fundación de esta Revista, la circunstancia de que con ello se proyecta a un nuevo milenio y, en fin, la coincidencia -no de menor importancia- de que este año se cumple también el ciento veinticinco aniversario del nacimiento de su fundador, me han parecido motivos suficientes para escribir unas líneas en torno a la figura de don Jerónimo González, pues, si bien éste, una de las cumbres del pensamiento hipotecario español, ha sido estudiado en cuanto a su pensamiento -aunque tampoco no demasiado-, existen aún muchas facetas de su vida todavía poco conocidas: las relativas, sobre todo, a su personal biografía y a sus inquietudes no jurídicas. A ellas, por lo ignoradas, voy a dedicar mi atención, como tributo a la compleja y amplia personalidad del fundador de esta Revista.

El oscuro sino del Derecho: la temporalidad, parece ser también el destino de los hombres que se han ocupado de su estudio. Muy pocos han superado el olvido, y los que lo han logrado son tan sólo nombres que se pronuncian y se citan; nombres que rotulan libros que llenan bibliotecas, no hombres que se conozcan y se sientan como tales. Son nombres que se escriben -a menudo tan sólo a pie de página-, no hombres de los que se conozca su trayectoria vital, su preocupación o el entorno histórico en el que tuvo lugar su vida. Nombres que se pronuncian y cuyo pensamiento se comparte o se combate, pero no hombres que se comprendan y de los que se conozca, al menos, los trazos más relevantes de su vida. No existen biografías de los juristas importantes -y si existen, son muy escasas 1-, a diferencia de lo que sucede con músicos, poetas, pintores o incluso científicos. Los escritos de Page 364 los juristas son su única biografía y en ellos, sólo en muy escasas ocasiones, dejan percibir al personaje que, detrás de la reflexión, tiene una historia de sueños, de deseos -¿y por qué no decirlo?- también de frustraciones y esperanzas no cumplidas.

¡Cuántas veces han sido citados los nombres de Savigny o Ihering! ¡Cuántas los de Ennecerus o Nusbaun! ¡Cuántas los de Chiovenda o Carneluti, los de Jerónimo González o Ramón María Roca Sastre! Infinidad, sin duda. Pero... ¿qué sabemos de sus vidas? Muy poco, casi nada.

Esta Revista es la obra personal de uno de esos nombres tan repetidos, pero tan escasamente conocidos: don Jerónimo González, y en ella han escrito los mejores juristas españoles del siglo, hombres de los que nada sabemos o muy poco. En ella ha escrito también -y mucho- su fundador. Sus escritos son conocidos de los estudiosos, su nombre de muchos más, pero su peripecia humana de muy pocos. ¡Y un jurista, si es tan solo un jurista, es muy poca cosa! Muy poca cosa porque el derecho no puede desprenderse de la realidad social en la que vive su autor, ni de su circunstancia personal. Conocer la biografía de los que han creado el derecho que hemos estudiado y aprendido es entender el porqué de muchas de las construcciones de su autor. Las líneas que siguen no pretenden estudiar la obra jurídica de don Jerónimo, sino tan sólo mostrar algunos rasgos de su compleja personalidad, pequeñas pinceladas y anécdotas de su vida, pues si bien el Derecho fue su ocupación, su vida fue mucho mas rica que una mera reflexión jurídica. Le gustó la música. Amó el arte. Enseñó matemáticas. Practicó espiritismo. Paseó la astronomía y la literatura. Conoció lenguas clásicas y modernas. Convivió, en su espíritu risueño y socarrón de asturiano, humorismo, seriedad y melancolía. Fue hombre de su tiempo y participó activamente en la sociedad en la que vivía. Experimentó las amarguras de la Guerra Civil y padeció su purgatorio particular y sus penas propias. Y siendo universal su pensamiento, adoró su patria chica y permaneció ligado a ella siempre.

II

En la memoria histórica hay hombres que han dejado un testimonio superior al de su obra escrita, otros que han dejado una obra que supera sus cualidades humanas y otros -los menos- que han conseguido que su personalidad esté a la altura de su obra. Las razones de este testimonio diverso no son fáciles de determinar, pero se enraizan, seguramente, más que en los méritos de la obra hecha, en las cualidades de quienes la efectuaron. Depende, en gran manera, de lo que constituyó el objetivo final de la actividad de cada uno: la vida privada e íntima, o la exterior y pública. El mundo como un lugar donde ejercer calladamente una profesión o un trabajo; o como un escenario Page 365 en el que brillar. Como lugar para el trabajo serio y oscuro que no tiene otra satisfacción que la obra hecha y la satisfacción del deber cumplido, o para el oropel del triunfo externo y el aplauso.

Oscar Wilde escribió «puse todo mi genio en mi vida, sólo el talento en mis obras». Quería expresar el orgullo por la vida vivida, colocada por encima de la perfección de la obra. ¡Para su fracaso, la memoria conserva mucho de su obra; muy poco de su vida! A diferencia del excéntrico y escandalizador escritor británico, otros han superado con la excelsitud de su existencia la magnitud y la importancia de su obra: Romain Rolland, por ejemplo. De él se ha dicho que «la vida excede al arte, el hombre supera a la obra» 2. Otros, en fin -los menos-, han conseguido igualar obra y vida; nuestro Cervantes, por ejemplo, y tal vez los románticos ingleses Byron, Shelley y Keats. En el mundo del Derecho, y concretamente en el del Derecho hipotecario español, Morell y Terry sería el hombre cuyas obras superan su biografía hoy completamente desconocida y desdibujada; Bienvenido Oliver y Ramon María Roca Sastre, aquellos cuya biografía iguala a su obra, y don Jerónimo González, aquel cuya vida ha superado ampliamente a su obra.

En don Jerónimo la vida predomina claramente a su obra y no porque ésta se mantuviera en el marco de la mediocridad, sino por que aquélla alcanzó niveles poco comunes de honestidad y hombría de bien. Quienes conocieron a don Jerónimo nos han dejado, en efecto, un testimonio de admiración, respeto y veneración tan grande, que los que no le hemos conocido apenas podemos comprenderlo. Núñez Lagos 3, paradigma de esta estimación, en una emotiva evocación de don Jerónimo escribió: «Don Jerónimo ha muerto inédito. El hombre era infinitamente superior a su obra. Sus escritos son chispitas espontáneas, reflejos aislados de su talento y su cultura. Su obra no es la medida de su personalidad, como una astilla no mide el árbol. Hoy publicamos su obra; pero la obra no edita al autor. Don Jerónimo subsiste gigante, muy superior a su obra, en el corazón y en el recuerdo de los que frecuentamos su trato y discutimos mil y mil veces con él». Y esta opinión, tan sincera y emocionada, compartida por otros, como Díaz Pastor, Moro Ledesma, etc., no disminuye, en absoluto, la altura científica de sus obras escritas, pues en cuanto a éstas, otros insignes juristas, como Lacruz Berdejo y Sancho Rebullida 4, cuando se refieren a ellas y, concretamente, a sus Page 366 artículos en torno a los principios hipotecarios, los califican como «una serie de excelentes artículos... sensacionales para su época».

En consecuencia, si don Jerónimo, que escribió dos o tres libros, entre ellos el primer tomo de un tratado de Derecho Hipotecario y mas de cincuenta artículos -la mayor parte publicados en esta Revista- y estos artículos han sido considerados como sensacionales, cabe preguntarse ¿cómo es posible que sus contemporáneos y sus amigos pudieran decir que murió inédito?

A contestar esta pregunta se dirigen, modestamente y de forma entrecortada, las líneas que siguen.

III

Don Jerónimo nació en Sama de Langreo, el 12 de febrero de 1875, un mes más tarde de aquel en que desembarcara, en Barcelona, el que había de ser el Rey Alfonso XII y que habría de iniciar la llamada Restauración monárquica y poner punto final a la breve, episódica y triste Primera República española. Aquellos años de la Restauración fueron un pequeño paréntesis de paz interior que sucedía a las turbulencias republicanas y precedía a los desastres del 98. España vivía aún un ruralismo exacerbado, y Sama de Langreo, como casi toda la nación, no era otra cosa que un pequeño municipio campesino que la minería del carbón había empezado a transformar en villa industrial, pero que todavía seguía imbricado más en lo rural que en lo minero o industrial. La explotación del carbón se había iniciado a partir de 1773, pero sólo muchos años mas tarde, más de un siglo después, llegaría a adquirir verdadera importancia para el desarrollo y la prosperidad económica del Valle de Langreo y de Asturias entera.

Don Jerónimo era el segundo de los ocho hijos de don Ramón González González y de doña Mariana Martínez de Villagarcía. El padre de don Jerónimo, don Ramón, era natural del concejo de Siero, y también él, segundón de una familia numerosa, por lo que al no ser llamado a suceder el patrimonio familiar hubo de buscarse la vida por su cuenta. Se fue a Sama de Langreo y entró a trabajar en un establecimiento comercial que era un poco de todo. Un colmado que era bar, tienda de comestibles, ferretería y talabartería. Un comercio mixto capaz de comerciar con cualquier cosa que pudiera ser comprado y vendido. Don Ramón fue, al principio, tan sólo un empleado, pero con los años llegó a ser el dueño del establecimiento, ampliando aún más, el ámbito de su negocio hasta constituirse en corresponsal del Banco Español de Crédito.

Don Ramón casó con doña Mariana Martínez de Villagarcía, una asturiana de ascendencia castellana. Su hogar fue una escuela de tolerancia, pues, como confesaba don Jerónimo a sus amigos, el padre era de ideas república-Page 367nas, mientras que la madre lo era de las carlistas por tradición y abolengo. La discusión familiar, no obstante, era pacífica y ordenada, nunca acerba o acre. Los dos cónyuges mantenían firmemente sus opiniones, pero los dos lo hacían con humorismo y equilibrio, buscando una satisfactoria síntesis basada...

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