200 años de dominio en la Banda Oriental del Uruguay

AutorRodrigo Vescovi
Páginas114-126

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Ruptura de la comunidad y resistencia

Me matan si no trabajo, y si trabajo me matan.1Como en otras partes de América, la irrupción del sistema colonial alteró la vida de los indígenas que habitaban al este de los ríos Paraná y Uruguay (hoy territorios argentinos y uruguayos).

La economía cambió radicalmente, pasó de ser autónoma y suficiente a estar limitada por las condiciones que impusieron los colonos. La introducción del caballo y el ganado vacuno; la instalación de chacras y de estancias y la formación de pueblos guaranís por misioneros transformaron el territorio oriental y, por lo tanto, el hábitat indígena.

La tierra que era colectiva y estaba ligada a las migraciones estacionales de los indios, en muchos casos, no fue defendida ante el invasor, que se fue apropiando de ella.

El sistema excedentario pre capitalista violentó a grupos regidos por valores y formas de producir donde el interés común era la base social.2No tienen ni leyes, ni costumbres obligatorias, ni recompensas, ni castigos, ni jefes que mandarlos -escribía el español Félix de Azara sobre los charrúas. Tenían otras veces caciques que no ejercían ninguna autoridad sobre ellos. Todos son iguales, ninguno está al servicio del otro, a no ser alguna mujer vieja, que por carecer de recursos, se reúne a una familia o se encarga de amortajar y enterrar a los muertos.3

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La primera resistencia que encontró dicho sistema fue la de los indios. Más tarde, cimarrones y gauchos también lo rechazaron y se autoexcluyeron.

Similares a la Araucanía chilena, la Pampa y la Banda Oriental de los ríos Paraná y Uruguay fueron tierras de «indios bravos» que lucharon por mantenerse libres de la dominación española y, por lo tanto, de la explotación económica de colonos y autoridades.

Cuando los colonizadores españoles y portugueses empezaron a controlar tierras y ganado el indio estuvo condenado a sobrevivir a base de «pillaje», de la prestación de servicios al europeo y de actividades ocasionales.

En este contexto, las cuatrerías indígenas -por ejemplo de ranqueles y charrúas- se convirtieron en un estorbo para el comercio cristiano y oligárquico y fueron perseguidas en nombre de la civilización y el progreso. Debido a su diestra actitud para la lucha, se les pidió colaboración para la recuperación de territorios, pero finalmente fueron engañados y exterminados a sangre y fuego.

En el caso de los charrúas -cazadores recolectores y nómadas, al menos en la época de la conquista-, el invasor, europeo primero y criollo después, los fue desalojando de sus espacios itinerantes y por tanto de su libertad y los fue arrinconando en las zonas menos deseadas, y de mayor riesgo, por ser fronterizas. Ante estos hechos, los charrúas nunca dejaron de luchar. Su primer acto de resistencia se produjo en 1515, al matar al conquistador Solís y el último en 1832, cuando fueron exterminados por el ejército de la nueva República del Uruguay. Entre esas dos fechas, la batalla contra el invasor fue constante. En el siglo XVI, destruyeron fuertes y pueblos. Más tarde, cuando aprendieron a montar a caballo y fueron más efectivos en los combates, cercaron Montevideo y atacaron aldeas de misioneros y de indios sometidos.

Las tribus más agrícolas y sedentarias del área fueron pronto aculturadas por el conquistador. Guaraníes, arachanes, guenoas y chanaes realizaron trabajo servil en las encomiendas religiosas, estuvieron al servicio de los ejércitos reales y fueron mano de obra en agricultura, ganadería y construcción, pero también fueron desapareciendo debido al brusco cambio de costumbres.

A los charrúas también se les trató de domesticar -con mucho menos éxito que a otras tribus- mediante la creación de reducciones: asentamiento fijo, cuya vida política y civil estaba tutelada por sacerdotes y protegida por corregidores españoles. La reducción india estaba obligada a tener alcaldes y regidores, imponiéndole una organización política más efectiva para mantener el nuevo orden social que tantos privilegios otorgaban a sus beneficiarios. Un orden que no sólo rechazaban la mayoría de los indios sino otros explotados que, de tanto en tanto, intentaban formar comunas o sociedades alternativas.

Los esclavos de origen africano -casi todos nacidos en Brasil y Antillas y de lengua española o portuguesa- también protagonizaron levantamientos. A veces se sublevaban en los barcos que los transportaban, otras, en los barracones donde se los hacinaban en el puerto de Buenos Aires, en la bahía de Montevideo o Colonia, o finalmente ante sus amos.

Llegaron a ser el veinticinco por ciento de la población de la Banda Oriental y una seria amenaza para la consolidación del sistema clasista en la región.

Los zambos, hijos de la unión entre negros e indias, o viceversa, también constituyeron un grupo importante en la región y en la resistencia contra el colonialismo.

Las autoridades tomaron distintas medidas para sofocar las rebeliones: «se prohíbe a los negros libres y esclavos el uso de todo género de armas [...] y pronunciar discursos sediciosos tanto a libertos como a esclavos».4

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El acto de rebeldía de los negros orientales más importante fue la huida en masa que realizaron esclavos negros y libertos de Montevideo, en 1803, para instalarse en los bosques de las islas del río Yí y allí crear una especie de «república dos palmares» platense. Según el Cabildo de Montevideo, que construyó un patíbulo para la ocasión, la fuga se produjo gracias a las «doctrinas subversivas de los marineros negros (haitianos) que venían en barcos franceses y anclaban en el puerto de Montevideo».

En Haití en 1801, dos años antes, se había abolido la esclavitud, se realizó una reforma agraria y se constituyó la primera república independiente latinoamericana. No obstante, la desigualdad social y las penurias para los asalariados fueron, y siguen siendo, enormes. Ver al respecto la película Queimada, dirigida por Gillo Pontecorvo y protagonizada por Marlon Brando.

El filme que recomiendo -por no haber otro- para hacerse una idea de la importancia de «La república dos Palmares» es Quilombo,5titulado así porque en Brasil era cómo denominaban a sus comunidades los esclavos fugados.6En Argentina [y Uruguay] se dice popularmente que una institución, lugar o situación es «un quilombo» para indicar que es desordenado o caótico. Se utiliza también la expresión «armarse un quilombo» o «se armó un quilombo» para describir una riña confusa y violenta. El quilombo es así sinónimo del caos, pero la palabra ha llegado a esta significación después de un largo recorrido.7Originariamente era la denominación de los poblados negros escapados a la esclavitud y que se organizaban en forma autónoma; en el siglo pasado la palabra pasó a designar a los burdeles que prosperaban en Buenos Aires a partir del proceso de expansión urbana. En realidad este camino de desplazamientos semánticos, señala bien la relación ideológica entre desorden y grupos subalternos: el concepto que denominaba una realización de un grupo que se había vuelto exterior a la estructura social (los poblados de negros cimarrones) se extiende a una realidad interna pero marginal (los prostíbulos) y de allí pasa a designar el desorden en abstracto. El mismo proceso pasa en Catalunya con «casa de barrets» que designa también tanto a un burdel como a un desorden.8El fenómeno del indio indomable o del esclavo fugado se dio por casi toda América, sin embargo la rebeldía solitaria del gaucho es propia de la pampa y de la Banda Oriental de los ríos Uruguay y Paraná. No el único caso, pues hubo similares, como el de los llaneros del Llano, hoy venezolano.

La organización del ganado y el cercamiento de los campos provocaron la desocupación masiva de quienes se empleaban en el manejo y cuidado de ganado. Ese fenómeno dio origen al «hombre suelto» que, al faltarle el jornal, solventó su manutención de otra forma, abatiendo vacunos y extrayéndole el sebo y el cuero, de forma clandestina, para cambiar por yerba, tabaco, aguardiente y cuchillos.

Aventureros libres, valientes, baqueanos, resistentes al sufrimiento físico, ariscos, bravos y lúcidos como el yaguareté al que le codiciaban su guarida. Ásperos y hospitalarios, ágiles y vivaces a la vez que socarrones. Rápidos en el cuchillo, se jugaban la vida en cualquier eventualidad con un desprecio fatalista hacia la muerte. La misma capacidad del indio como jinete y su misma habilidad para manejar la boleadora. El mismo enemigo que para el indio,

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el orden y la ley del hombre blanco. Pero unidos únicamente para vaquear y faenar. O tal vez buscar refugio en su toldería en caso de persecución.9Serafín J. García (1905-1985), claro exponente de la poesía gauchesca, ilustró en «El Orejano», que Jorge Cafrune popularizaría con voz y guitarra, la vida y pensamiento del gaucho.

Porque a mis gurises los he criado infieles aunque el cura chille que irán al infierno, pues de nada valen los que sólo saben estar todo el día pirichando el cielo.

Porque aunque no tengo donde caerme muerto soy más rico que esos que ensanchan sus campos pagando en sancocho de tumbas resecas

al pobre peón que deja los bofes cinchando.

Por eso en el pago me tienen idea,

porque entre los ceibos estorba un quebracho, porque a tuitos eyos le han puesto la marca

y tienen envidia al verme orejano.

Y a mí que me importa, soy chucaro y libre! no sigo a caudillos ni en leyes me atraco

y voy por los rumbos clareaos de mi antojo y a naides preciso pa’ hacerme baqueano.

Debido a la miseria de muchos hogares, a las deserciones de guerras absurdas y a las ansias de libertad de muchos mozos, ese grupo social fue creciendo y mezclándose con los indios libres o negros fugados, sin...

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