Divorciados y matrimonios en dificultad. Las respuestas de la iglesia

AutorGinés García Beltrán
Cargo del AutorObispo de Guadix
Páginas187-206

Page 187

Quiero comenzar mi intervención agradeciendo la invitación que me hace la Asociación española de canonista, a través de su presidente, el profesor Jorge Otaduy, a la que me honro de pertenecer desde hace veinticinco años, a participar en estas XXXII Jornadas de actualidad canónica.

Es un honor y una responsabilidad intervenir ante un foro tan cualificado de colegas en la disciplina del derecho canónico.

Durante muchos años he podido moverme en los ámbitos de la doctrina y praxis canónicas, ya sea en el tribunal eclesiástico, en la docencia del derecho o en la aplicación del mismo en la vida de una diócesis.

Sin embargo, hoy vengo aquí como Obispo para tratar un tema de gran importancia y no menos actualidad. Lo hago como pastor y desde mi experiencia pastoral. Aunque es cierto que no puedo separar mi visión canónica de la pastoral, tampoco sería oportuno. O ¿acaso hay algo en la Iglesia que no tenga un fin pastoral?; el fin del derecho ¿no es pastoral? Como nos recuerda el código de derecho canónico, siempre hay que tener en cuenta “la salvación de las almas, que debe ser siempre la ley suprema de la Iglesia” (can 1752).

El tema que se me propone para la reflexión es: “Divorciados y matrimonios en dificultad. Las respuestas de la Iglesia”. La vida cristiana de los bautizados

Page 188

divorciados o las dificultades por las que atraviesa un matrimonio, son un motivo de preocupación para la Iglesia. Son necesarias respuestas pastorales para proteger y alentar el camino de fe de estas personas. Hemos de afrontar el tema “con atención improrrogable” (FC 84). Es verdad que en las últimas décadas, y ante el fenómeno cada vez más amplio, de la disolución real de la visión cristiana del matrimonio y la familia que sufre nuestra sociedad, la Iglesia tiene que iluminar al hombre de hoy con el anuncio del evangelio del matrimonio y la familia, al tiempo que ha de acompañar a los que pasan por la prueba de un matrimonio roto o en dificultad, o por el inquietante desajuste en la conciencia entre lo que creen y lo que viven.

La Iglesia, portadora de la verdad que se nos revela en Cristo, ha de ser también testimonio de misericordia para los que pasan por la prueba o por el pecado.

Las tres últimas décadas han sido fecundas en cuanto a las aportaciones doctrinales, esenciales para la praxis pastoral; no sé, francamente, si lo han sido tanto las respuestas pastorales que habían de aplicar lo propuesto en los documentos oficiales del Magisterio. Lo cierto es que la realidad social cambia a un ritmo vertiginoso, que el reto está ahí y es cada día mayor, y que hemos de utilizar, siempre en fidelidad a la verdad, una nueva imaginación pastoral para estar cerca y evangelizar a un número cada vez mayor de bautizados que viven en una situación familiar irregular.

Mi aportación no pretende ser novedosa, me bastaría con crear interrogantes y sugerir caminos de reflexión, investigación y propuestas pastorales en cada uno de ustedes. Es este un tema que nos ha de preocupar a todos. A nadie se le oculta que para muchos, en las respuestas eclesiales a estos casos está la credibilidad de la Iglesia misma.

I Punto de partida. La exhortación apostólica de Juan Pablo II familiaris consortio (1981)

El Sínodo de los obispos dedicado a la familia (1980) y la posterior Exhortación apostólica del beato Juan Pablo II, Familiaris Consortio1, marcan un punto de partida en las orientaciones de la Iglesia en lo que al tema que nos ocupa se refiere.

El Papa dedica la última parte del documento a “La pastoral familiar en los casos difíciles” (nn 77-85). Es verdad que en este punto se abordan un abanico amplio de situaciones difíciles, aquellas categorías de personas “que tienen mayor necesidad no sólo de asistencia, sino de acción más incisiva ante la opinión pública y sobre todo ante las estructuras culturales, económi-

Page 189

cas y jurídicas, a fin de eliminar al máximo las causas más profundas de sus dificultades”2. Desde las familias emigrantes hasta los matrimonios mixtos, el pontífice se detiene en la acción pastoral frente a algunas situaciones irregulares (matrimonios a prueba, uniones libres de hecho, católicos unidos con mero matrimonio civil, separados y divorciados vueltos a casar y divorciados casados de nuevo).

Nosotros nos detendremos en este último caso, en concreto en el nº 84 de la exhortación. Hay una primera constatación: el que ha recurrido al divorcio, normalmente, tiene la intención de pasar por una nueva unión, por lo que se sitúa en una posición moral y canónicamente irregular. ¿Qué hace la Iglesia ante estos casos? Evidentemente no puede pasar de largo, no puede mirar para otro lado, ha de cumplir con su misión y “procurará infatigablemente poner a su disposición los medios de salvación”.

En estos casos también se ha de buscar la verdad, por lo que es esencial el discernimiento. Cada situación necesita el discernimiento de los pastores de almas, pues es justo diferenciar entre los que se han esforzado en salvar el primer matrimonio y/o han sido abandonados por el cónyuge y los que por culpa grave han destruido su matrimonio, sin olvidar a los que han contraído un segundo matrimonio en bien de los hijos habidos de esta relación y tienen la conciencia de que su primer matrimonio ha sido nulo aunque no lo hayan podido demostrar.

Juan Pablo II llama a todos, pastores y fieles, en nombre de la caridad, a ayudar a los divorciados para que no se consideren separados de la Iglesia. Los divorciados, como bautizados, puede participar en la vida de la Iglesia.

Los medio que señala el Papa para esta participación son: la escucha de la palabra de Dios, la asistencia a la celebración de la Misa, la oración, las obras de caridad y el trabajo a favor de la justicia, la educación cristiana de los hijos y el cultivo del espíritu y de las obras de penitencia. “La Iglesia rece por ellos, los anime, se presente como madre misericordiosa y así los sostenga en la fe y en la esperanza”3.

Es verdad que la exhortación mantiene lo que ha sido praxis habitual de la Iglesia en lo referente a la comunión eucarística, y es este el punto que ha levantado y levanta más debate: “no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez”4. La Iglesia no los excluye, son ellos mismo los que se excluyen, pues su estado y situación “contradicen objetivamente la

Page 190

unión de amor de Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la eucaristía”5.

Así es, pues sería una simulación comulgar con el cuerpo de Cristo cuando, por una situación esencial en la vida del bautizado, este no está en comunión con Cristo. No es cuestión de conciencia personal sino de un hecho objetivo. No basta que me apetezca, que lo necesite o el hecho de que voy a vivir un momento importante en mi vida, como es la primera comunión de un hijo o la muerte de un ser querido.

Lo mismo podemos decir de cualquier situación de pecado. En pecado grave no puedo acercarme a la comunión eucarística. Ante esta situación personal, se puede argumentar, entonces se puede acudir previamente al sacramento de la penitencia; sin embargo, este solo sería válido si hay en el penitente un verdadero arrepentimiento, de lo contrario sería una pantomima del sacramento.

Hay, además, otro motivo para este impedimento de acercarse a la comunión eucarística y es la inducción a error y el peligro de confusión de los fieles acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio.

Resumiendo lo dicho anteriormente, podemos afirmar que este texto de la Familiaris Consortio ha marcado la reflexión posterior del Magisterio acerca del tema. En pocas palabras, la Iglesia reconoce el hecho objetivo de una situación irregular por parte de algunos bautizados que objetivamente les impide acercarse al culmen de la comunión con Cristo y con la Iglesia que es la comunión eucarística. Sin embargo, la Iglesia que tiene como misión conducir a los hombres a la salvación y que es madre que mira a todos sus hijos con misericordia, se preocupa y quiere acompañar solícitamente a aquellos hijos que pasan por momentos de dificultad, también en el ámbito de la familia, ofreciéndoles medios de salvación y de unión con la comunidad cristiana.

II El contexto socio-cultural en el que vivimos

Antes de adentrarnos en las respuestas que ofrece la Iglesia a los divorciados y a los matrimonios en dificultad, parece conveniente hacer una breve descripción del ambiente socio-cultural en el que viven los jóvenes que hoy se acercan al matrimonio, el mismo que viven los que pasan por una situación de crisis personal y/o de pareja que desemboca en la ruptura de la primera unión con un posterior matrimonio no canónico.

Comenzaré reflexionando sobre el concepto mismo de amor. Tengo la impresión de que la banalización del amor que se vive en nuestra cultura ha reducido la experiencia del amor a un puro sentimiento. El hombre de hoy, más homo sentimentalis que homo rationalis, aunque parezca lo contrario, se mueve, sobre todo, por sentimientos. Los sentimientos solos suelen ser débiles

Page 191

y maleables –“hoy te quiero y mañana te odio”–. No es fácil que en el amor como puro sentimiento se den los elementos más espirituales de este –la entrega, la renuncia, el sacrificio, el bien del otro y hasta el sufrimiento–; se dan por el contrario los aspectos más externos –lo estético, el bienestar personal, lo lúdico, lo sensual, etc.–. No concurren en estos casos, al menos en grado aceptable, las otras capacidades humanas, en especial lo intelectivo y lo volitivo. Ni razón, ni voluntad, solo sentimiento. Siendo justo, hemos de decir...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR