Dirigir personas

AutorCarmen Sanabria Pérez - Alberto Sereno Álvarez
Páginas149-160
Capítulo 10
Dirigir personas
Hablemos de la paradoja de la humildad para explicar que dirigir ya
no es mandar. Dar órdenes es muy costoso y hacer que se cumplan
misión imposible en la mayor parte de los casos. Esta revelación es
una vacuna contra la vanidad que lleva aparejada toda jefatura y
ayuda a resistir la tentación de dejarse nublar la mente por los flashes
que ciegan en el momento del nombramiento y después aíslan en la
celda de oro de un despacho o del comité de dirección. Si tener un
hijo acaba con tu ego en la medida en que acaba con la idea de que
eres el centro del universo, dirigir personas termina con la soberbia de
sentirte más que los que dependen de ti. Por eso, tener un hijo es un
regalo y dirigir personas un auténtico privilegio. Nosotros hemos
tenido aquí ese inmenso privilegio y hemos procurado aprender todo
lo posible de una experiencia siempre nueva por muchos trienios que
se tengan.
Durante mucho tiempo hemos pensado que cuanta más gente
dependa de un jefe más importante es el jefe. Y era cierto. Sin
embargo, hoy es un razonamiento acertado solo a medias: si se
considera desde un punto de vista cualitativo y no cuantitativo. No es
lo mismo dirigir un equipo de tres o cuatro personas que dirigir una
unidad de cincuenta o sesenta, es verdad. Pero, antes que nada,
dirigir personas es ser capaz de llamar su atención con algo que las
anime a ponerse en marcha, reunir la determinación suficiente para
cargar con todos los problemas y aspiraciones del equipo, ser
consciente de que siempre vas a defraudar a alguien y casi nunca
contentarás a todo el mundo, tener la convicción que exige luchar

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