Díez Rodríguez, Fernando. La imaginación socialista. El ciclo histórico de una tradición intelectual, Madrid, Siglo XXI, 2016, 191 pp.

AutorPablo Scotto Benito
CargoUniversitat de Barcelona
Páginas307-312

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Quien no se atreva a ir más allá de la realidad, jamás conquistará la verdad

F. Schiller, Cartas sobre la educación estética del hombre

Fernando Díez Rodríguez es profesor de historia contemporánea en la Universidad de Valencia. Viene ocupándose de estudiar, desde hace años, la idea de trabajo en la Modernidad, un asunto del que se ha convertido, a mi parecer, en una referencia inexcusable. El inicio de esta línea de investigación se remonta al menos a la publicación de Utilidad, deseo y virtud. La formación de la idea moderna del trabajo (2001), continúa con El trabajo transfigurado. Los discursos del trabajo en la primera mitad del siglo xix (2005) y culmina con Homo faber. Historia intelectual del trabajo, 1675-1945 (2014). La primera parte de esta ambiciosa obra rastrea los orígenes del concepto moderno de trabajo y abarca el período histórico (1675-1789) que Díez Rodríguez había ya abordado en su obra de 2001. La segunda parte se ocupa de las metamorfosis que sufre dicha idea de trabajo a raíz de la proliferación de discursos críticos de distinto signo, en el período histórico (1789-1850) ya tratado en la obra de 2005. El libro se cierra con una tercera parte (1850-1945) dedicada a los discursos del trabajo exaltado, así como a los primeros síntomas de la reducción del trabajo a empleo, que se consolidará en la segunda mitad del siglo xx.

El libro que aquí reseñamos, La imaginación socialista. El ciclo histórico de una tradición intelectual (2016), está sin duda conectado con las obras anteriores, pero abre a su vez una nueva senda. Habrá que esperar para saber si acabará o no formando parte de un proyecto más amplio. Al igual que sucedía con Homo faber, se trata de una historia de las ideas políticas. De todas formas, el punto de vista es, en ambos casos, el de un historiador. Esto se observa, por ejemplo, en la importancia que el autor concede a la delimitación temporal y espacial de los procesos estudiados. También en la forma de articular la exposición de las ideas: asociándolas siempre a un autor en particular y no extrayendo de ellas conclusiones excesivamente ambiciosas o formuladas desde nuestras preocupaciones presentes. El propio Díez Rodríguez señalaba en Homo faber, a este respecto, que su intención no era tanto ofrecer una historia de la idea o el concepto de trabajo, sino elaborar una historia intelectual del trabajo; esto es, trazar un recorrido a través de los discursos que mejor expresan el sentido y la función que se otorgan al trabajo en cada contexto epocal. Se podría decir que, de un modo similar, La imaginación socialista es una historia intelectual de esta corriente de pensamiento, un repaso de las figuras que conforman las líneas maestras del armazón teórico del socialismo.

¿Pero a qué se debe entonces la referencia en el título a la «imaginación»? ¿El libro se ocupa realmente de ella o más bien traza los elementos centrales de la tradición intelectual socialista? ¿Es acaso la imaginación socialista algo distinto de la razón socialista? Esperamos no excedernos en nuestra tarea si decimos unas palabras sobre el asunto, antes de pasar a

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comentar más propiamente el contenido de la obra. En un primer momento, la delimitación del concepto de imaginación no presenta muchas facilidades. La razón, otro término esquivo, se opone al menos a lo irracional. ¿A qué se opone la imaginación? ¿A la realidad? ¿No deriva acaso de ella? Podríamos quizás decir que se opone a lo frío, a lo gris, a lo que no se mueve... Pero esto no termina de sernos de ayuda. Examinemos, pues, la idea de imaginación con algo más de detalle.

En su uso cotidiano, el término «imaginación» se usa como sinónimo de «creatividad», o bien para aludir a lo irreal o ilusorio. Ambos usos, aunque son distintos, están relacionados entre sí y hasta pueden llegar a mezclarse. En el lenguaje filosófico sucede algo similar. El concepto se ha empleado, también, en dos sentidos que se entrecruzan: la imaginación puede ser la capacidad de producir imágenes de una cosa no presente (pasada o futura), o una mera fuente de errores epistémicos. Esta última ha sido, seguramente, la concepción dominante, representada de forma paradigmática por Descartes. Por el otro lado, probablemente sea Hume quien más y mejor ha insistido en las virtualidades de la actividad imaginativa, rechazando la visión cartesiana de la misma como una facultad radicalmente distinta de la razón.

Este no es, con todo, el sentido...

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