El régimen dictatorial y autoritario del emperador Augusto

AutorAntonio Viñas
CargoProfesor Titular de Derecho Romano. Universidad Autónoma de Madrid.
Páginas283-295

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I Generalidades

Ciertamente, el principado no supuso una ruptura radical con las instituciones que operaban en el sistema republicano, pero, en modo alguno, puede decirse que se haya verificado una restauración. Aunque persistieron diversos órganos del pasado, sus funciones discurrieron tan devaluadas que apenas pueden evocar el sentido que los animaba en un principio. La transformación emprendida no fue violenta ni traumática. El nuevo orden de cosas se impuso lenta y progresivamente. Aquí radica una de las claves del éxito obtenido. El princeps, por una parte, logra acaparar facultades que sitúan su poder en una línea cada vez más eficiente, mientras que, por otra parte, no deja de prodigarse en gestos y renuncias escasamente relevantes.

Los testimonios escritos de los autores contemporáneos de Augusto, normalmente de extracción latina, no suelen mostrar muchas discrepancias respecto a la versión oficial, y, ateniéndose a lo difundido, siguen viendo una república un tanto peculiar. Los escritores, especialmente de origen griego, al adoptar una posición más distante, tratan de resaltar los rasgos autoritarios o monárquicos del sistema.

Los primeros, es decir, los defensores de la teoría republicana, no prestan mucha atención a los aspectos más novedosos del principado, y fundamentalmente se fijan en la pervivencia de muchas instituciones republicanas. Las asambleas populares, las magistraturas, el Senado, por mencionar las más destacadas, efectivamente, están presentes, pero apenas infiuyen y, desde luego, nada deciden. Carecen de eficacia, y sus disposiciones hasta tal punto vienen mediatizadas por el princeps que no aparecen tanto como unas figuras claves del sistema anterior, sino, más bien, como unos auxilios o medios instrumentales al servicio de la nueva política imperial.

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II La tesis de la restauración republicana

Augusto, percatándose de lo acontecido con César y su desenlace final, se mostró especialmente cauto y aparentemente respetuoso con las instituciones republicanas. Rehuyó todo síntoma de querer romper con el pasado y, más bien, se presentó no sólo como continuador, sino incluso como restaurador de la república.

Recurrió así a la tradición difundida por Cicerón, según la cual se anhelaba afirmar los principios más acreditados y potenciar los órganos republicanos más afectados por la ya prolongada crisis.

Por los fragmentos localizados en Ankara, y, en menor extensión, en Antioquía, se ha llegado a conocer casi en su totalidad el texto de las memorias de Augusto, lo que constituye un documento de primera mano para analizar la versión que de lo sucedido ofrece su protagonista principal. Este relato, todo lo parcial y subjetivo que se quiera, permite recrear bastante fielmente los aspectos fácticos y entrever los condicionantes psicológicos que laten tras el propósito de justificar un determinado comportamiento.

La idea de restaurar un pasado glorioso se vio facilitada por el apoyo prestado por alguno de los autores más celebrados del momento. La causa de Augusto fue defendida, entre otros, por Virgilio, Horacio, y, con menor entusiasmo, por el propio Tito LIVIO. Virgilio, en un cierto momento, fue desposeído de sus tierras, herencia paterna, para compensar a los soldados de Octaviano. Luego por intervención del propio Augusto las recuperó, pero desistió de ocuparlas, y, por ello, fue resarcido espléndidamente. Toma partido por Augusto al que literariamente diviniza. No repara en prodigar elogios y ditirambos en favor de aquél (Augusto) que procura y busca establecer una nueva sociedad pacífica y laboriosa. Horacio, en algunos libros de sus Odas, celebra las medidas de Augusto tendentes a recuperar el orden que ha de conducir al logro de un "modus vivendi" tranquilo y equilibrado. Ese es el objetivo acariciado por la filosofía de la vida que preconiza Horacio, la vía media que siempre debe perseguirse (aurea mediocritas). Tito LIVIO, por su parte, no fue precisamente un incondicional de Augusto, aunque participó de sus favores. Impresionado por los controles y límites del poder existentes durante la república, no podía suscitarle mucho entusiasmo el régimen político implantado por Augusto. Al intentar salvar lo mejor de la república, indirectamente brindaba apoyo a la política de Augusto, por cuanto éste proclamaba la necesidad de promover las primigenias y más acendradas virtudes del pueblo romano.

La restauración de la república no ofrece dudas para Veleyo PATÉRCULO (Velleius Paterculus), un historiador muy próximo al círculo de Augusto. Describe VELEYO muy gráficamente lo ocurrido con la ocupación del poder por Augusto. La paz se extiende por doquier al callarse las armas, las leyes entonces recobran su antiguo sentido y el Senado vuelve a ostentar la dignidad que un día tuvo (Historia Romana, II, 89, 3-4: finita vicesimo

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anno bella civilia, sepulta externa, revocata pax, sopitus ubique armorum furor, restituta vis legibus, iudiciis auctoritas, senatui maiestas... Prisca illa et antiqua rei publicae forma revocata).

FERRERO, ROSTOVTZEFF Y GUARINO, entre otros modernos, han considerado que con Augusto se operó una cierta restauración republicana. Los planes de Octavio, según FERRERO (1966, 211), restauran la antigua República aristocrática, devolviendo a las instituciones la autoridad de que el triunvirato la despojara. Fácilmente puede demostrarse, a juicio del mismo historiador (1966, 209), que Octavio no podía fundar una monarquía ni a rostro descubierto ni bajo la máscara republicana.

ROSTOVTZEFF (1998, I, 105 ss.) afirma que la obra de Augusto no fue exactamente una restauración de la república, sino una consolidación del resultado sobrevenido después de haber soportado las guerras civiles. Hay restauración de la república, pero ahora el emperador se impone por voluntad del ejército, y mientras el ejército quiera. Por tanto, las instituciones republicanas funcionan subordinadas al princeps. Se trata, pues, de una restauración operada solamente hasta cierto punto.

También GUARINO (1994, 332) habla de restauración republicana, aunque un tanto distorsionada. Augusto había tratado de modificar lo menos posible la institución republicana tradicional. La república perdería entonces la vieja base nacionalista para originar la república de corte universal. La nueva figura constitucional del princeps contribuyó así a reformar el régimen republicano sin dejar de garantizar la estabilidad.

III La tesis monárquica

Ya hemos visto como el propio princeps y otros escritores más o menos nuevos próximos a su círculo tienden a ver en Augusto un restaurador de la república. Frente a ellos, los autores de origen y cultura helénica no suelen destacar los rasgos republicanos en el principado, ya que, a su juicio, a pesar de la persistencia de ciertas formas propias de la república, lo predominante habría sido el elemento aristocrático. Con Augusto no se eliminan, ciertamente, ni las asambleas populares, ni el Senado, pero sus funciones discurrirán en adelante seriamente mediatizadas por la voluntad del emperador.

Se perciben, pues, algunos rasgos de restauración, pero la realidad fue una nueva forma de gobierno de corte más monárquico que republicano, una estructura de poder más próxima indudablemente a la monarquía que a la república, como confirma SUETONIO en su Vida de...

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