Diálogo con Rafael Gutiérrez Girardot

AutorJosé Hernán Castilla - Juan Guillermo Gómez
Páginas16-30

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PREGUNTA. Usted ha insistido en los obstáculos que para nuestro desarrollo filosófico ha tenido la herencia de la cultura hispánica, su fondo católico contrarreformista. ¿Cómo opera en el momento actual ese trasfondo complejo, en vista del interés creciente de los estudios filosóficos en nuestro país?

RAFAEL GUTIÉRREZ GIRARDOT. La importancia o la influencia de la herencia católica española en el desarrollo de la filosofía en Colombia tienen relación muy estrecha con la influencia que tuvieron la figura y la obra de José Ortega y Gasset en Colombia y en general en América Latina. A él se debe parte de la inquietud, si cabe llamarla así, por la filosofía, especialmente a partir de 1940 y 1945. Esto se debe a que Ortega es víctima de esa influencia católica. Basta recordar Las Meditaciones de Quijote de 1914, que Ortega entendía como inauguración de la modernidad filosófica, «hacia la otra España», como decía en la dedicatoria a Ramiro de Maetzu; es decir, la obra renovadora estaba bajo la sombra de El Escorial, el símbolo de la reacción. Eso lo vio muy bien Antonio Machado en su soneto que le dedicó al joven meditador Ortega, con motivo de esa obra. Con mucha ironía hablaba Machado de la esperanza de que la prole de Lutero, vale decir, los protestantes, los reformadores, los alemanes, se reconciliaran algún día con Felipe II. Efectivamente, toda la obra de Ortega y Gasset está influida por este cuño católico que dominó en España durante mucho tiempo. Este cuño católico se presenta en él de una manera doble. En primer lugar, en la manera de asumir, captar y asimilar toda la modernidad europea que él captó, por ejemplo, en Hermann Cohen tan radicalmente racional, en los filósofos que él llamó sus maestros, y, en segundo lugar, en el sedimento muy preciso del método escolástico del pensamiento, que es su condición de la historia de la filosofía, que le permitió dar saltos nuevamente, o sea, formular dogmas diciendo que ni el racionalismo ni el vitalismo, sino el racio-vitalismo... que eso era...

P. Casi un silogismo...

RGG. Casi un silogismo escolástico, una forma muy católica de pensar. Este nivel, podría decirse, muy alto y un nivel también bajo influyó o corroboró, más bien, un estilo dogmático de pensar que existe en América Latina. El simple hecho de que la primera manera como se aprende a descifrar el mundo, el primer contacto que tiene el niño con el mundo, es el catecismo -la imagen de la historia sagrada- y no la historia universal. Ésta la enseñan posteriormente, deformada intencionalmente. Así el niño latinoamericano, si se quiere, el hispano, aprende desde temprano a pensar dogmáticamente: «Sí o no, como Cristo nos enseña», dice el catecismo. Este pensamiento dogmático lo corroboró Ortega, es decir, un pensamiento que cierra toda posibilidad de disquisición, de

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interrogación, de reflexión y que solamente admite un nuevo dogma. Ortega y Gasset en última instancia vino a sugerir posibilidades que él mismo, con su propia obra, sofocó.

P. ¿Cómo ve esto en el contexto de la guerra fría y con la dictadura contrarrevolucionaria de los años cincuenta como reacción a los procesos modernizadores de los años treinta en nuestro país?

RGG. El caso de Ortega es muy interesante y precisamente para Colombia en donde ha tenido mayor influencia que en otros países, pues Ortega es el representante típico de un liberalismo ibérico -se podría llamar así- que es un liberalismo externo con un dogmatismo conservador sustancial. Entonces resulta ser Ortega una especie de prefigura de Eduardo Santos,2en el sentido de que Ortega proclama y ayuda a proclamar la República, pero luego dice: «Esto no es lo que yo esperaba». Ortega tiene La España invertebrada que anticipa el golpe a la República. Ahí sostiene una actitud completamente elitista, castellana, de castas. Exactamente pasa eso mismo con el liberalismo colombiano, el liberalismo inspirado por Eduardo Santos, que es un liberalismo nominativo, pero que mantiene la estructura social semi-feudal y, si se quiere, jerárquica, que suprime poco a poco las conquistas de Alfonso López Pumarejo y que va acercándose poco a poco a su enemigo más íntimo que es Laureano Gómez. En esas circunstancias había que decidir y Santos no opta por los Aliados, sino por Estados Unidos, bajo el pretexto de la libertad. Laureano Gómez3opta por los nacionalsocialistas, por los fascistas, pero en el fondo son dos dogmas, no actitudes discrecionales, sino dogmas contrarios. No son dos posiciones políticas sustanciadas y racionalizadas.

P. Parece claro... y la élite colombiana aplazó su experiencia de la modernidad y de esta manera alentó la violencia política...

RGG. Bueno, aquí hay una cosa interesante en la materia del liberalismo de Ortega, a propósito de la relación liberalismo-nacionalismo o fascismo, o sea, Eduardo SantosLaureano Gómez. Es lo que Herbert Marcuse ve excelentemente bien en su artículo sobre la lucha contra el liberalismo en la concepción totalitaria del estado (que yo recogí en una selección de sus ensayos bajo el título Cultura y sociedad), porque ahí muestra, como en ninguna parte mejor, el tránsito del liberalismo al fascismo. Este tránsito del liberalismo al fascismo, casi imperceptible, se opera en el mismo Santos y en la orientación represiva de su política. Represiva de todo progreso en nombre del progreso y de la paz y de la democracia y de la libertad y se encuentra con la forma expresa de esa represión que es Laureano Gómez. Ese tránsito tan colombiano, porque las dos clases sociales, mejor dicho los dos partidos que son como uno en realidad -los diferencia que unos van a misa de siete y otros de diez-,4este tránsito de un liberalismo a un fascismo,

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de Eduardo Santos a Laureano Gómez, ambos inspirados en Ortega, se observa mucho más diferenciadamente en Italia. Es interesante por eso la referencia a Marcuse en este artículo, del paso del liberal Croce a Gentile, su discípulo, que saca las consecuencias fascistas.

P. Usted cree que actualmente desempeñan algún papel, en este último intento contra la modernidad, las universidades confesionales europeas como Lovaina y Friburgo de Suiza, que es de capuchinos o dominicos reformados. ¿Cómo ve usted esa influencia en nuestro medio?

RGG. Yo veo el caso de la Universidad de Lovaina como el más interesante (luego me referiré a la de Friburgo). Lovaina era una universidad que se declaró como portaestandarte del renacimiento del tomismo con el cardenal Mercier, pero se vio acosada por la actualidad. Esto porque en el resto de Europa ser tomista no era ya ser filósofo sino teólogo rezagado que estaba luchando por ver qué era. Al mismo tiempo que había tomismo en Lovaina había intentos de un neokantismo en Alemania, se comenzaba a perfilar Calvana ya con Gustav Sidders, tomistas que habían recibido suscitaciones de Heidegger, o sea, del pensamiento moderno. A su vez Lovaina se abrió, especialmente hacia los años cincuenta, al campo sociológico, porque era lo que más le interesaba. Como tomistas también les interesaban las encíclicas sociales que en Alemania habían sido tratadas por el jesuita Braumen, que había dejado atrás a Lovaina. Curiosamente, pero muy curiosamente, se presentó la sociología empírica norteamericana y de ahí surgió una auténtica sopa, entre agua y aceite, una verdadera confusión. Una confusión que llevó a favorecer la astucia de la teología, para decirlo con una variación de la «astucia de la razón» de Hegel. Es la astucia de la teología que siempre ha logrado imponerse, de alguna manera, en los países de lengua española, porque presentaba a la vieja teología en forma de sociología moderna, sin percatarse que esa sociología, que era empírica y presuntamente moderna (porque en nuestros países empírico se asimila a moderno sin más), en el fondo ocultaba una confusión ideológica muy provechosa al dominio de la teología y de la permanencia de una forma de pensar dogmática, católica e hispánica...

P. Pero esto se observa en forma simular en el marxismo-leninismo de los años sesenta y setenta (en cualquiera de sus variables, soviética, china, trotskista o castrista) que, tras una gesticulación revolucionaria, escondía el cirio y el escapulario en la universidad. Es el mismo dogmatismo, la misma imposibilidad de pensar: una verdadera miseria de la filosofía. En este sentido, ¿cómo valora al cura Camilo Torres Restrepo?

RGG. Camilo Torres es un ejemplo característico de ese dogmatismo. Pensando en el diálogo entre católicos y marxistas Ernst Bloch había dicho: «¿Quién engaña a quién?». De esa mezcla de católicos y marxistas surgió una confusión que es Camilo Torres, que fue aprovechada por revolucionarios como los castristas, como Fidel Castro, pero que no se puede negar que fue una de las muchas confusiones que han contribuido al desprestigio de la izquierda internacional. Porque eso está al comienzo de un largo proceso de recuperación de la izquierda que al mismo tiempo va de la mano de un largo proceso de desprestigio de la izquierda en la cual se encuentran tanto Camilo Torres como

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Theodor Adorno. Eso en cuanto se refiere a Lovaina. Luego otras universidades, como Friburgo, en la que ha enseñado filología clásica un profesor chileno, Mario Cuervo Atibonga, que inicia una campaña en toda Europa a favor de Allende, cuando éste sube, y en contra de Pinochet, tras el golpe. Eso es todo un desprestigio... Esa Universidad no tiene ninguna significación en la vida europea, pero astutamente quiere buscar el progreso, o el llamado progreso social en los países del Tercer Mundo, y favorece de esta manera una especie de obra caritativa, apoyando con esto no tanto la ciencia como la buena voluntad. Cultiva una filosofía práctica, que se ha puesto de moda, pero es una filosofía que siempre va a estar ligada con la doctrina oficial de la iglesia. Estas dos universidades, como toda institución religiosa católico-misional (sobre todo, de intención misional), favorecen...

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