Dialéctica de una decisión incomprendida

AutorMaria José Azaustre Fernández

Si «lo esencial permanece oculto», razonar sobre la irrefutable existencia de la cifra negra del maltrato doméstico debe ser en todo punto «esencial».

Las mujeres han silenciado los malos tratos de los que estaban siendo víctimas en una sociedad que los legitimaba. La mujer los aceptaba como parte de un rol que estaba condenada a vivir. ¿Por qué han callado el sufrimiento cotidiano que las hacía víctimas en su propio hogar? Todavía hay quién considera que la «culpa» la tiene la mujer, que a modo de reto masoquista soporta a su marido o pareja porque quiere. ¿Y qué se puede decir de los malos tratos que inflingen los excónyuges, del asedio continuo, de las amenazas...?. ¿También lo soporta porque quiere?

No se puede culpabilizar a la mujer de su situación, sería victimizarla de nuevo. El sentimiento de culpabilidad debe estar generalizado a toda una sociedad que ha permitido que continúe soportando esa situación.

La democratización y la defensa de los Derechos Humanos, anunciaban cambios en una sociedad en transición. Sin embargo, la concienciación social de éstos necesita tiempo para asimilar nuevos valores que son los que van a sustentar una nueva concepción de la familia, donde reine la igualdad y el respeto mutuo.

En este sentido, es la mujer la que principalmente esta sufriendo esta paulatina transición del concepto de familia. Se tiene que volver a plantear una realidad que se presenta diferente a cómo la ha estado viviendo, mientras tanto no es capaz de tomar decisiones, aún se siente temerosa ante la desconfianza que le suscita la falta de arropo de las instituciones. La única realidad que siente cercana es la de las constantes agresiones y humillaciones, está tan inmersas en ellas, que salir de esta situación significaría salir de su propia vida, la única que conocen.

La mujer no ha sido reconocida por la sociedad durante muchos años como sujeto de derechos, como persona independiente autónoma. Su cometido era el ser responsable del buen funcionamiento del matrimonio, el cual dependía de su habilidad para evitar el conflicto. La ruptura matrimonial, la violencia vivida se considera como fracaso personal de la mujer, y ésta siente que debe ser castigada por haber cuestionado la autoridad masculina y no asumir su rol de madre y esposa, dependiente y subordinada a una jerarquía familiar institucionalizada408 .

La educación sexista que se predicaba en las familias, sometiendo a la mujer a representar el papel de sumisión al hombre, porque era éste el que tenía el poder al poseer la fuerza física y así estaba establecido, debe aparecer relegado ante la reivindicación de la igualad de géneros como base de una convivencia legítima, pues ésta ya no ha de basarse en la fuerza, que ha quedado a todos los niveles postergada, sino en la comunicación y en la razón.

Existen muchas...

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