Desmercantilización y derechos sociales. Una lectura sobre las mercancías ficticias en Karl Polanyi

AutorAndrés Rossetti/Silvina Ribotta
Páginas197-213

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I Introducción

Debemos a Karl Polanyi el desarrollo de las bases teóricas necesarias para comprender que el núcleo contradictorio de la economía y la sociedad de mercado radica en la imposibilidad de la mercantilización total del trabajo, o por decirlo de otra manera, en la intervención estatal constitutiva en el establecimiento y mantenimiento de los mercados para las mercancías ficticias (trabajo, tierra y dinero). Esta problemática de las mercancías ficticias y en particular, del trabajo como mercancía ficticia reinscribe nuestra comprensión sobre la política social en relación con las instituciones que ‘arraigan’ o ‘incrustan’ la economía (deteniendo, ralentizando y modificando el intento permanente de los impulsores de la ficción de los mercados autorreguladores por tratar como si fuera una mercancía a la fuerza de trabajo). La dinámica contradictoria de mercantilización– desmercantilización o, por decirlo en palabras de Polanyi, el ‘doble movimiento’ entre liberalización y protección de la sociedad, ilumina, entre otras cuestiones, funciones parciales de la política social.

En lo que sigue discutiremos la relevancia de la desmercantilización como concepto clave para comprender el tratamiento estatal de la mercancía ficticia trabajo, a través de la política social y los derechos sociales. Para ello, indicaremos el vínculo entre mercancías ficticias y ‘doble movimiento’, señalando que la desmercantilización forma parte del movimiento protector frente a la mercantilización de las mercancías ficticias. Finalmente, propondremos algunas consideraciones para revisar

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las potencialidades de este concepto en América Latina, en una coyuntura de transición epocal como la que vivimos.

II En torno a las mercancías ficticias

La1 Gran Transformación, o, como se denominó en su primera edición inglesa, Los orígenes de nuestro tiempo2, ese texto de difícil clasificación que parece encontrar su destino académico y político cada vez que el liberalismo (ahora el neoliberalismo) recobra fuerza, nos ofrece, poliédrico, múltiples claves para interpretar el presente.

Descifrar la sociedad de mercado y reinscribir la comprensión de la economía como un proceso institucionalizado, es decir, enmarcado y circunscrito por estructuras institucionales que lo contienen3podría sintetizar el propósito que se impuso Karl Polanyi tanto en su escritura de La Gran Transformación, como en sus investigaciones posteriores. Como señala Kari Polanyi Levitt, “la exposición de la narrativa de La Gran Transformación está basada en tres conceptos: las mercancías

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ficticias –tierra, trabajo y dinero–; la economía desarraigada y el ‘doble movimiento’”4.

Polanyi introduce su obra sintetizando su tesis: “La civilización del Siglo XIX se ha derrumbado. Este libro se ocupa de los orígenes políticos y económicos de este evento, y de la gran transformación que inició. (…) Nuestra tesis es que la idea de un mercado autorregulado implicaba una utopía total. Tal institución no podría existir durante largo tiempo sin aniquilar la sustancia humana y natural de la sociedad; habría destruido físicamente al hombre y transformado su ambiente en un desierto. Inevitablemente, la sociedad tomó medidas para protegerse, pero todas esas medidas afectaban la autorregulación del mercado, desorganizaban la vida industrial, y así ponían en peligro a la sociedad en otro sentido. Fue este dilema el que impuso el desarrollo del sistema de mercado en forma definitiva y finalmente perturbó la organización social basada en él. (…) El origen del cataclismo se encontraba en el esfuerzo utópico del liberalismo económico por establecer un sistema de mercado autorregulado”5.

La extensa cita contiene las tesis principales de Polanyi: la economía ha estado siempre a lo largo de la historia ‘incrustada’6o ‘arraigada’7(embedded economy8) en las relaciones sociales y lo que se propusieron los liberales fue la creación de una economía ‘desincrustada’ o ‘desarraigada’, a través de la creación de un mercado autorregulado. Un mercado autorregulado “requiere nada menos que la separación institucional de

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la sociedad en una esfera económica y una esfera política”9. Se trata de una utopía, en el sentido de algo sin lugar posible: el ‘desincrustamiento’ o ‘desarraigo’ de la economía a través del mercado autorregulado no puede desarrollarse plenamente sin destruir, al mismo tiempo, la sustancia humana y natural de la sociedad. La amenaza de destrucción de la sustancia humana y natural de la sociedad se deriva de la aplicación del mecanismo de mercado a sujetos u objetos que no son mercancías o, como señala Polanyi, son mercancías ficticias (el trabajo, la tierra y el dinero). Ante al riesgo de disolución social, la sociedad tomó medidas de autoprotección, las que pueden considerarse contramovimientos frente al impulso mercantilizador del liberalismo10. Esta dialéctica es denominada ‘doble movimiento’ por Polanyi, el movimiento que ansía la extensión del mecanismo de mercado hacia todas las áreas de la vida y el contramovimiento que pugna por proteger de ese mecanismo a las mercancías ficticias.

¿Por qué resulta destructiva la aplicación del mecanismo de mercado a las mercancías ficticias? En una economía de mercado, que es básicamente un sistema económico controlado, regulado y dirigido por los precios, la decisión sobre qué ha de producirse y cómo se ha de distribuir la producción queda subordinada al mercado y a los precios. Una economía de esta naturaleza supone que existen mercados para todos los ‘factores de producción’, que deben poder venderse y comprarse en mercados de tales factores: tierra, trabajo, dinero, materias primas, herramientas. El dinero se introduce en todos los pliegues de la economía para hacer posibles las transacciones, y se asume que el móvil fundamental del comportamiento económico es la obtención de la máxima ganancia posible. Adicionalmente, se supone que todos los ingresos deben derivarse de ventas, y todas las mercancías alcanzan sus precios en los mercados. De este modo, los precios aseguran el orden en la producción. La distribución quedará también establecida en relación con los precios, ya que sólo quienes tengan poder de compra adquirirán los bienes o servicios. A los distintos supuestos mencionados, se agrega otro adicional y de una gran relevancia para nuestro trabajo: el Estado y sus políticas no deben interferir en forma alguna con la formación de los precios en

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los mercados. Todos los ingresos deben provenir de ventas, el precio, la oferta o la demanda no deben ser fijados o regulados, y sólo se pueden aceptar políticas y medidas que aporten a establecer la autorregulación del mercado como el único poder organizador de la esfera económica11.

Bajo estos supuestos se inaugura la sociedad que emerge en el siglo XIX, dominada por una nueva figura: la mercancía. Polanyi asume un concepto empírico de mercancía y de mercado: por la primera, entiende todo aquello que se produce para ser vendido, y por el segundo, los contactos efectivos entre compradores y vendedores. “El punto crucial es éste: la mano de obra, la tierra y el dinero son elementos esenciales de la industria; también deben organizarse en mercados; en efecto, estos mercados forman parte absolutamente vital del sistema económico. Pero es obvio que la mano de obra, la tierra y el dinero no son mercancías; en el caso de estos elementos, es enfáticamente falso que todo lo que se compra y se vende debe haber sido producido para su venta”12.

Este concepto empírico de mercancía permite a Polanyi distinguir entre mercancías y mercancías ficticias. Tierra, trabajo y dinero no son mercancías. Son mercancías ficticias en tanto se las trata como tales, pero no lo son. Nos detendremos particularmente, en lo que sigue, en la mercancía ficticia trabajo13.

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La aplicación del mecanismo de mercado en la mercancía ficticia trabajo es una ficción destructora en tanto “la mercancía no puede decidir dónde se ofrecerá en venta, para qué propósito, a qué precio podrá cambiar de manos, y en qué forma deberá consumirse o destruirse”14. No puede esperar a que su precio suba para venderse en mejores condiciones, no puede almacenarse ni maximizar su costo de reproducción. En palabras de Polanyi, “el trabajo es sólo otro nombre para una actividad humana que va unida a la vida misma, la que a su vez no se produce para la venta sino por razones enteramente diferentes; ni puede separarse esa actividad del resto de la vida, almacenarse o movilizarse (…) la supuesta mercancía ‘fuerza de trabajo’ no puede ser manipulada, usada indiscriminadamente, o incluso dejarse ociosa, sin afectar también al individuo humano que sea el poseedor de esta mercancía peculiar. Al disponer de la fuerza de trabajo de un hombre, el sistema dispondría incidentalmente de la entidad física, psicológica y moral que es el ‘hombre’ al que se aplica ese título”15.

Quedan así indicados los contornos del riesgo que el mecanismo de mercado supone para la mercancía ficticia trabajo16.

III La protección de la mercancía ficticia trabajo: la desmercantilización

En un texto anterior a La Gran Transformación, Polanyi ya señala las implicancias de la aplicación del mecanismo de mercado a las mercancías ficticias: “Un ejemplo significativo de este mecanismo es el hecho de que el trabajo sea tratado como una mercancía a ser comprada y vendida, como si se tratara de melones. Se considera una circunstancia accidental, desprovista de importancia real, el hecho sorprendente de que esta

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mercancía esté ligada a un ser humano. No se puede tomar en cuenta, al interior del sistema, que disponer de esta mercancía según la ley del mercado significa que se abusa de un ser humano al punto de destruir lo que...

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