La desintegración de Yugoslavia: los conflictos internos

AutorJosé Ángel López Jiménez
Páginas23-41

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El contexto histórico general de una región como los Balcanes ha sido analizado de manera exhaustiva generando una abundante bibliografía.17No es propósito del pre-

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sente capítulo arrancar en tiempos remotos el relato de las circunstancias históricas que enmarcaron el surgimiento de los conflictos internos en la federación yugoslava. Por ello, cabe resaltar como la región balcánica ha sido objeto permanente de disputas entre diferentes imperios; especialmente el otomano, el austro-húngaro y -en menor medida-, el ruso.

Hasta el período de entreguerras en el pasado siglo XX no se creó la primera entidad con la denominación de Yugoslavia. Al finalizar la Primera Guerra Mundial -con el precedente de las guerras balcánicas-, la disolución del Imperio otomano y del Imperio austro-húngaro propiciaron la creación del Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, fruto de los Tratados de Saint Germain en Laye (1919) y Trianon (1920). Ocupaba el territorio de los reinos de Serbia y Montenegro así como, en buena medida, los actuales territorios de Bosnia-Herzegovina, Macedonia, Croacia y Eslovenia. Eslavonia y Voivodina también formaron -junto con Dalmacia- esta entidad estatal. De evidente complejidad multiétnica y en un período muy turbulento en las relaciones internacionales su denominación cambió en octubre de 1929 pasando a ser el Reino de Yugoslavia, hasta diciembre de 1945 -después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial-. Este reino de los eslavos del sur pasó por un período de dictadura real, regencia, generalato e invasión durante la contienda mundial.

El escenario bélico yugoslavo fue particularmente virulento y múltiple, en tanto que vino a representar un enfrentamiento entre las diferentes etnias, religiones e ideologías que se repetiría medio siglo después durante la década de los 90.18Los ustachis croatas, colaboradores de los nazis durante la guerra, eliminaron a decenas de miles de serbios; los chetniks serbios hicieron lo propio con croatas y bosnios musulmanes y los partisanos -fundamentalmente comunistas- lucharon contra serbios, croatas y eslovenos. Es decir, los enfrentamientos interétnicos presidían ya las relaciones entre la población de Yugoslavia durante la Segunda Guerra Mundial.

La figura de Tito emergió con fuerza durante este período liderando, por encima de las discrepancias entre las diversas nacionalidades, el movimiento comunista y organizando la resistencia frente a los invasores alemanes. Con el apoyo de Moscú y en la más pura tradición guerrillera consiguió hacer frente tanto a las fuerzas armadas alemanas como a los enemigos interiores en Yugoslavia -ustachis y chetniks-. En 1943, aprovechando la retirada de las tropas italianas, conformó la Federación de repúblicas yugoslavas, rompiendo con el gobierno monárquico. Un Comité de liberación nacional comenzó a actuar como gobierno provisional, con la presidencia de Tito que, al mismo tiempo, fue designado Mariscal de Yugoslavia. Con un contingente de más de 300.000 hombres dirimió una auténtica guerra civil entre las diversas etnias y sus fuerzas paramilitares y frente al invasor externo.19A la finalización de la misma algunos factores de cohesión primaron sobre las disputas entre los diversos pueblos balcánicos: el comunismo como aglutinante ideoló-

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gico y fuertemente centralizador; la fortaleza de los partisanos como nuevas fuerzas armadas yugoslavas; el liderazgo carismático de ambas instituciones en la figura de Tito20; un modelo de federalismo que evitase el excesivo protagonismo serbio (como sucedió con los Karadjeorjevic) y una descentralización de las principales estructuras y territorios. En el mes de noviembre de 1945, abolida la Monarquía, nació la República Popular Federal de Yugoslavia, proclamándose en enero de 1946 una nueva Constitución que era una copia de la soviética de 1936.

Los primeros años de la posguerra fueron especialmente duros para un nuevo Estado que había perdido más del 10% de su población durante la doble contienda -civil e internacional-, que había quedado devastado y que no contaba con la ayuda de la Unión Soviética debido a que se enfrentaba a su propia reconstrucción y, especial-mente, a los recelos ideológicos que empezaban a manifestarse en Stalin respecto a la línea seguida por Tito.21El poder de Tito se convirtió en una auténtica dictadura, hasta el punto de prescindir de las elecciones para pasar a convertirse en líder vitalicio de Yugoslavia desde 1963 hasta su muerte, fecha en la que se modificó la denominación del Estado por la de República Federativa Socialista de Yugoslavia-la cual permaneció hasta su definitiva disolución después de las guerras yugoslavas-.22La rotación de los cargos-excepto el de Tito como Presidente de la Federación-se convirtió en uno de los ejes principales para la armonización de las tensiones étniconacionales; de hecho, la Cámara de las Nacionalidades pasó a ser el principal escenario de debate en las diferentes tensiones nacionalistas siempre presentes desde mucho antes de la creación de Yugoslavia.23La famosa tercera vía yugoslava se concretó en su pertenencia al Movimiento de los Países No Alineados así como su independencia de la política de bloques, no perteneciendo ni a la OTAN ni al Pacto de Varsovia. Las relaciones con la Unión Soviética se restablecieron con la desaparición de Stalin y el ascenso de Kruschev, aunque siempre se mantuvieron distantes por la política de control absoluto de Moscú hacia sus países satélites. Las intervenciones en Budapest y Praga -en 1956 y 1968 respectivamente- fueron condenadas por Tito. Sin embargo, especialmente en el segundo proceso, la agitación reformista y nacionalista se trasladó también al seno de Yugoslavia. La descentralización del Estado en seis repúblicas federadas y dos repúblicas autónomas en el interior de Serbia (Voivodina en el norte y Kosovo en el sur) sólo se mostró como un instrumento eficaz para apaciguar los nacionalismos

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étnicos y la convivencia entre los mismos durante los años de la reconstrucción de la posguerra.

Los primeros signos de disidencia se empezaron a manifestar no solo como consecuencia de las influencias de acontecimientos externos sino también cuando una segunda generación más joven de intelectuales y universitarios comenzó a criticar el anquilosamiento del sistema y a demandar reformas en el sistema y en la división administrativo-territorial. De hecho, durante la década de los 60 las tensiones entre las diferentes sensibilidades -ideológicas fundamentalmente pero también étnicasafloraron de forma evidente: entre los comunistas eslovenos y croatas la idea del establecimiento de una autogestión extrema coqueteaba ya con medidas privatizadoras de las empresas; políticamente se hablaba de una democratización del sistema y, desde el punto de vista del modelo estatal eran más partidarios del establecimiento de una confederación. Este último aspecto era el que chocaba frontalmente con las posiciones serbias, mucho más favorables a la recentralización y al endurecimiento de las políticas que frenasen los incipientes movimientos a favor de una mayor autogestión de las repúblicas federadas.

Los movimientos a favor de una mayor liberalización política y económica que se dieron entre los años 1968 y 1971 en Croacia, Eslovenia, Macedonia y la propia Serbia tuvieron ya un alto contenido de demandas estrictamente nacionalistas. La represión de las mismas llevada a cabo por Tito no hacía sino anunciar una combinación que resultaría letal en el futuro: crisis económica, fracaso del modelo federativo, resurgimiento de los nacionalismos separatistas de carácter étnico y confrontación entre dos modelos ideológicos incompatibles: el internacionalismo inherente a la ideología comunista del sistema yugoslavo con la convivencia impuesta a los diversos movimientos secesionistas que ya estaban presentes en el nacimiento de Yugoslavia.

La Constitución de 1974, instrumento utilizado por el régimen para tratar de salvaguardar el modelo estatal con la introducción de algunas variantes, demostró que no solo no consiguió colmar las ansías independentistas sino que, además, agitó algunas de las de viejo cuño como la albano-kosovar.24La identidad nacional yugoslava comenzaba a cuestionarse como modelo supranacional anticipando la aspiración e identificación de buena parte de la población del Estado multiétnico con su particular identidad étnico-nacional. En cierto modo fue un proceso muy similar al que tuvo lugar en la Unión Soviética y que detonó en 1989/1990: la doble nacionalidad, la soviética impuesta y de adscripción voluntaria la étnico-nacional, acabaría desapareciendo como desapareció el propio Estado que la otorgaba.25En ambos casos-el soviético y el

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yugoslavo- la pugna entre dos modelos ideológicos contrapuestos -el comunista y el nacionalista- acabó con la derrota y extinción del primero. Además, la implosión de las respectivas estructuras federales provocó sangrientos conflictos bélicos internos e internacionales que, como en el antiguo espacio soviético, aún persisten.

La Constitución de 1974 pretendió acallar las demandas nacionalistas estableciendo un sistema más descentralizado -al menos nominalmente- y reconociendo un margen superior de autonomía a las dos entidades territoriales que eran territorio integrante de Serbia: Voivodina y Kosovo. Hasta tal punto que sus propios Parlamentos y gobiernos podían vetar las decisiones tomadas por las autoridades serbias. El derecho de autodeterminación que detentaban las "naciones" en píe de igualdad que formaban la federación ofrecía ciertas contradicciones en el texto constitucional: el artículo 5 y el artículo 283 recogían el previo consentimiento del resto de las repúblicas federadas y provincias autónomas para la modificación de fronteras, así como la aprobación por parte de la Asamblea Yugoslava -el principal órgano de representación política de carácter federal-. Por lo tanto, el teórico y...

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