Desigualdades aprendidas

AutorJuan Carlos Suárez Villegas
Páginas35-49

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1. La voz de los medios de comunicación

A ser iguales se aprende jugando, pues en esas formas aparentemente desenfadadas y lúdicas del juego se representan los primeros escenarios simbólicos de nuestra identidad. Niños y niñas ensayan a ser alguien: «papá», «mamá», «la médica» o quien sea. Pero hay un elemento de representación espontáneo en su entorno con el que se identifican y lo imitan porque existe una atracción lúdica de la praxis de los adultos. Dado el importante poder que los medios de comunicación tienen en la emisión de modelos de representación social, constituyen una referencia básica para la formación de los pequeños. A través de los cuentos infantiles los niños se proyectan en sus personajes, quieren ser como esos dulces personajes de multicolor que les transmiten emociones y lo asocian a un determinado modo de ser cuya única justificación es la de su identidad sexual. Así, por ejemplo, resulta muy natural cuando pensamos en un personaje negativo de mujer que se nos venga a la cabeza una bruja y en el personaje positivo del hombre que sea un sabio. Resulta difícil la inversión de personajes brujos y mujeres sabias, pues el poder del conocimiento en las mujeres siempre parece estar contaminado de malas intenciones, como si fuese una herencia de la desobediencia edénica. Los personajes, si son buenos, tienen que ser también bellos, y la belleza se vende

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como condición de éxito social y señal de bondad. Frente a la bruja tenemos a la princesa, la cual culminará su éxito con un príncipe azul. La historia de la identidad femenina pasa siempre por ser la mujer de alguien, cuya suerte radica en que sea la del poderoso que, además, es guapísimo.

También a través de los juegos los niños interpretan el mundo que les circunda. Con la misma naturalidad que adquirimos una ubicación física logramos también una ubicación psicológica y social, que nos viene dada a través de los diferentes esquemas de interacción. El juego es un código de conducta social que los pequeños aprenderán casi sin darse cuenta. En muchos casos la identidad de género está muy marcada y se concibe como una preparación sobre las aspiraciones que el pequeño o la pequeña debe desarrollar en la edad adulta. Así los propios familiares se encargan de recriminar a los pequeños opciones lúdicas que estimen desviadas respecto a las cualidades que deben acompañar a su crecimiento psicológico y social. «Esto es de niño» o «esto es de niña» se escucha con demasiada frecuencia y se le impone a los niños como códigos invisibles sobre cuáles deben ser sus características psicológicas. Así, por ejemplo, las niñas son educadas en tareas más participadas y de asistencia, a través del juego con muñecos, mientras a los niños se les invita más a los juegos de acción y que entrañan una competencia, la cual permitirá diferenciar un orden jerárquico en el éxito logrado.

En resumen, se imponen mandatos de géneros que los niños o niñas interiorizan sobre lo que «debo hacer» o «no debo hacer», justificada en la idea de un «yo soy», referido a su identidad de género, categórico. Será el techo identitario que condicionará sus posibilidades como persona.

Ya en la edad adulta el discurso publicitario persiste en la vieja convicción patriarcal de que la mujer es esencialmente sentimiento y el hombre es razón. En los juguetes infantiles se puede comprobar en el ritmo y el tono de los anuncios. Pero también en la publicidad dirigida a un público adulto se comprueba cómo las expresiones de autoridad serán puestas por la voz masculina y la correspondiente a los sentimientos será de mujer.

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Por otro lado, cuando la mujer aparece en publicidad sigue representando alguno de los siguientes roles: primero, como mujer fatal, como aquella no controlada por los hombres y, por tanto, asociada al «pecado», al riesgo, a la transgresión del orden que marca las convenciones patriarcales. Segundo, como la perfecta ama de casa, esposa y madre entrañable que se muestra feliz con su dedicación a los suyos. Tercero, la mujer en el espacio público, masculinizada si realiza funciones supuestamente de hombres, o bien asumiendo funciones de cuidados en el espacio público, que correspondería así al código simbólico de su identidad femenina: educadora o cuidadora. Entre ambas, está la fusión total de la superwoman, capaz de ser mujer profesional sin renunciar a su ineludible responsabilidad doméstica.

Pero sobre todo para ser mujer hay que ser guapa, «porque tú lo vales», como le sugiere el slogan de una conocida marca de cosmética. Y, aunque sólo sea por estadísticas, no todas pueden tener un «cuerpo Danone». Pero no importa, las mujeres pueden combatir contra el paso del tiempo y la lógica física, pues se puede comer sin engordar y estar más joven cada día que pasa. Se trata de lograr una imagen perfecta que avale las virtudes físicas como seña de la identidad femenina. Conservar la juventud, valor que en otras épocas significaba crisis y dificultad, se convierte en los tiempos actuales en el discurso de la negación del paso del tiempo como sueño publicitario.

Las niñas son instruidas en este mundo de la imagen prácticamente desde que nacen. Ser niña significa un especial cuidado de sí misma y muchos de sus juegos consisten en prestar atención a su imagen o a las de sus muñecas. Mientras a las niñas se les instruye en las bondades de la estética, a los niños se les invita al espacio exterior y a ensayar sus juegos más competitivos que les inspiren sentimientos de competición y auto-superación. Ellas serán después su regalo perfecto, con lo que tenemos así la otra versión de la mujer en la cultura de la imagen como el complemento al éxito masculino.

La mujer se hace cuerpo hacia fuera e intima hacia dentro. Seducción y misterio, como una especie de musa que supues-

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tamente camina sobre las palabras y las miradas. La identidad femenina se hace etérea, mientras que la imagen del hombre es sólida. Sólo basta contemplar la semiótica de un anuncio de colonia para unos o para otros. Este tono intimista de la mujer se sigue prodigando en las revistas de adolescentes, con un marcado tono de susurro personal que les permite a las mujeres establecer una especie de confidencia personal. Al final resulta ser una «intimidad publicada», el relato del amor insatisfecho, la dificultad de agradar al hombre para lo que ha sido educada. La solución no está en la igualdad, en hablar y saber qué pasa, sino en averiguar de manera misteriosa cómo agradarle. Las recetas de cocina para ser una madre perfecta han dado paso a las sugerencias de lencería fina para sorprender a su hombre en sus deseos inconfesables...

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