Los derechos de los animales

AutorJesús Mosterín
Cargo del AutorInstituto de Filosofía, CSIC
Páginas47-65
LOS DERECHOS DE LOS ANIMALES
Jesús Mosterín
Instituto de Filosofía, CSIC
I. EL RESPETO A LOS ANIMALES
Siempre ha habido buenas personas que han respetado la
naturaleza y han tratado con compasión e incluso con cariño a
los animales. Bien conocido es el amor y la ternura de los ni-
ños por sus animales de compañía. A veces las madres humanas
han amamantado con su propia leche a cachorros huérfanos. En
nuestro tiempo, muchos naturalistas y ecologistas se han sacri-
cado desinteresadamente para proteger a parejas nidicantes de
aves en peligro o para salvar ecosistemas amenazados de des-
trucción. Algunas personas han dado su vida por proteger a los
gorilas o las ballenas.
El extremo antropocentrismo de la tradición moral cristiano-
kantiana nos parece ahora una posición anacrónica, difícilmente
sostenible e incapaz de dar respuestas satisfactorias a las exigen-
cias de nuestra sensibilidad. Afortunadamente, no faltan las al-
ternativas. En realidad, en todas las épocas han existido enfoques
morales más lúcidos y atractivos acerca de nuestras relaciones
con el resto de la naturaleza y, en especial, con los otros animales.
Los pueblos cazadores con frecuencia han sentido mala con-
ciencia y remordimientos por la muerte que inigían a los animales
salvajes que cazaban, a los que trataban de aplacar rindiéndoles
culto e identicándose con ellos. Todavía ahora (por no citar más
que un ejemplo) los yaquis de México bailan la impresionante dan-
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za del venado, en la que el cazador se identica con los sufrimien-
tos y la agonía de su víctima, tratando así de hacerse perdonar el
crimen que implícitamente reconoce haber cometido cazándola.
También los pueblos ganaderos sintieron frecuentemente
mala conciencia por la matanza de sus animales domésticos, y
acabaron sustituyéndola a veces por el sacricio sangriento a los
dioses, una forma ritualizada de esa matanza, una manera de
absolverse del crimen de quitar la vida. Incluso esos sacricios
eran demasiado para algunos. Así, el gran reformador Zaratustra
acabó con los sacricios de bueyes que previamente practicaban
los iranios. Esta nueva actitud pasó de Irán a la India y a Grecia,
donde se maniesta claramente entre los pitagóricos y Empédo-
cles. En la India la vaca no solo dejó de ser sacricada, sino que
incluso pasó a considerarse un animal sagrado e inviolable.
Nada espantaba tanto como la posibilidad de ser uno mismo
objeto de violencia. Por eso, desde sus inicios, todas las morales
contenían normas destinadas a frenar o acotar la violencia. Los
más consecuentes en su oposición a la violencia fueron los jainis-
tas y budistas, que hicieron de la ahimsa (no-violencia) el princi-
pio fundamental de su moral; también rechazaban los sacricios
de animales, la pena de muerte y la guerra. Esta idea fue luego
adoptada por gran parte del pensamiento indio, por los dos gran-
des emperadores Ashoka y Akbar, y por el líder pacista del mo-
vimiento por la independencia de la India, gandHi.
A Mahavira, fundador del jainismo, debemos la denición del
mal como el dolor inigido a la criatura viviente, la violencia. Por
eso la regla básica de la moral es la no-violencia, el evitar cuanto
haga sufrir a las criaturas.
El primero de los preceptos que Buda legó a sus discípulos
consistía también en la ahimsa, en la abstención de cuanto pu-
diera causar dolor a los animales (incluidos los humanes, natu-
ralmente). La generalización del budismo se debió en parte a la
conversión del emperador Ashoka (en el siglo iii a. C.) y a su
acción política a favor del dharma (orden moral) y la ahimsa. Des-
pués de victoriosas pero sangrientas campañas militares, Ashoka
se arrepintió de tanta violencia y se dedicó a propagar la paz,
la tolerancia. También promulgó numerosos edictos a favor del
amor y el respeto a todas las criaturas, que hizo inscribir en rocas
y pilares de piedra por todo el subcontinente indio. Prohibió la
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