Democracia. Ensayos de filosofía política y jurídica

AutorEverardo Rodríguez Durón
Páginas351-360

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Los que corren no parecen ser buenos tiempos para la democracia. A uno y otro lado del Atlántico el ideal democrático resulta contestado por el resurgimiento de corrientes poco dispuestas para aceptar el carácter deliberativo y pluralista que exige la formación de la voluntad colectiva a través de la regla mayoritaria. Sin embargo, este no es momento para la desesperanza. Al contrario, es tiempo para reflexionar sobre la manera en que las instituciones democráticas pueden desplegar toda su potencialidad en beneficio de nuestras sociedades. Justo dentro de este afán se inscribe el libro Democracia. Ensayos de filosofía política y jurídica, coordinado por Francisco M. Mora Sifuentes, cuya segunda edición corregida y aumentada apareció en agosto de 2017.

Esta edición –donde se superan algunas erratas menores y se agrega el prefacio sobre “Un catálogo de argumentos y problemas democráticos”, redactado por el propio Mora Sifuentes– reúne las contribuciones de Massimo La Torre, Juan Carlos Bayón, Javier de Lucas, Félix Ovejero, Bernard Manin y Azi Lev-On, Roberto Gargarella, Francisco Ansuátegui Roig, Mariano Melero de la Torre y Jeremy Waldron. Cada uno de ellos aborda cuestiones abiertas del debate democrático que resultan valiosas en sí mismas; pero, más allá de los aspectos particulares, destaca la visión global provocada por el libro en su conjunto. La obra muestra a la democracia como un fenómeno

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complejo que no se limita al momento electoral, sino que supone el mantenimiento de ciertas condiciones relacionadas con el ejercicio de los derechos, la transparencia, la deliberación constante y la rendición de cuentas. Así, el conjunto de trabajos recopilados por Mora Sifuentes, de alguna manera viene a ser el relato de esas condiciones que permiten contemplar a la democracia bajo su mejor luz posible.

Comenzaré por referirme a la contribución de Massimo La Torre titulada “¿La decadencia de Occidente? Sobre el futuro de la democracia”, la cual se funda en dos aspectos claramente definidos. Por una parte, es un ejercicio descriptivo de la problemática que asecha a la democracia; y, por otro lado, es una reivindicación de los ideales de libertad e igualdad que subyacen a esta forma de gobierno. La Torre precisa que la discusión sobre la democracia se mueve entre la saciedad y la ansiedad, principalmente por el efecto de dos males devastadores: la corrupción y la erosión del espacio público en perjuicio de los ciudadanos. La corrupción viene a ser una patología que lleva a una aguda degradación moral manifestada en la vulgarización del espacio público y en el alejamiento de la política del ámbito netamente ciudadano. Según La Torre, entre las causas de este empobrecimiento destacan la reducción de la democracia a la forma precaria de un espectáculo televisivo y la creencia de que las cuestiones democráticas solo pueden ser tratadas por los técnicos ajenos al común de las personas. El efecto es la creación de un círculo vicioso: la televisión ha alejado el debate de los centros ciudadanos en la medida en que la democracia se convirtió en un ejercicio reservado solo para unos pocos especialistas avezados en el tratamiento de los temas que nos incumben a todos.

Es precisamente este entorno de pauperización democrática el que obliga a La Torre a emprender una enfática reivindicación de los presupuestos en que se funda esta forma de gobierno. El profesor de Catanzaro nos recuerda que una experiencia auténticamente democrática debe promover la formación de planes de vida autónomos y racionales fundados en el adecuado conocimiento de las potencialidades de cada uno –autoestima–. Ello explica la quintaesencia de la democracia, al hacer hincapié en el carácter igualitario y deliberativo que detona el potencial epistémico de la reflexión colectiva sobre los temas comunes. En esta parte el argumento de La Torre no solo es particularmente persuasivo, sino que adquiere –si se me permite decirlo así– un alto valor estético: para que las formas democráticas funcionen hay que deshacerse del elitismo epistemológico, ya que la moral no es un asunto

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de destreza. De acuerdo con La Torre, ejercer la democracia es como dar un beso. El beso tiene sentido si lo da quien quiere besar y tiene el sentimiento que lo induce a ello. Para quien es besado no importa tanto la habilidad para besar, sino que el ósculo se lo haya dado la persona a quien quiere o hacia la cual tiene un sentimiento de atracción o afecto. “Como no se puede besar a la fuerza, ni confiar en algún experto, de la misma forma, el autogobierno no se impone ni puede dejarse en manos de un perito”.

Me parece un acierto que el trabajo de La Torre haya sido colocado al principio del texto colectivo, porque marca los extremos de salida y llegada en la carrera democrática. Es cierto que el camino entre estos dos puntos es complejo y no está exento de vericuetos escabrosos y problemáticos, como el propio libro nos permite ver; pero incluso con ello parecen ser más las razones que apuntan a la necesidad de que el paradigma democrático se extienda no solo en lo que hace a las actividades privadas como la familia o el trabajo; sino que también debe expandirse en relación con las organizaciones supranacionales derivadas de los procesos globalizadores. Lo...

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