Democracia Económica y Legitimidad Política

AutorArmando Fernández Steinko
CargoProfesor Titular de Sociología. Universidad Complutense de Madrid
Páginas04

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La democracia económica en sus orígenes

La democracia económica, entendida como apuesta estratégica, nació en una situación de defensiva y retroceso del movimiento sindical alemán1. Se proponía ampliar la democracia política recién estrenada en la República de Weimar con la democratización de la economía y las empresas ("llegar al socialismo por medio de la democratización de la economía") y entendiendo por democracia "el autogobierno del pueblo". Las reacciones contra la "autocracia económica" estaban así, al menos en el plano programático, unidas a la reivindicación de una democratización de toda la sociedad y no sólo del mundo del trabajo y de la empresa. Incluían medidas tales como la "lucha contra el despotismo empresarial", contra el "control del mercado de trabajo y de los mercados en general por parte de las empresas capitalistas" y contra las "políticas económicas que subordinan el estado a los intereses del capital". En su tiempo, la estrategia de democracia económica era considerada la más destallada y madura, el más moderno de los programas económicos del continente europeo (H.Mommsen). Muchos de sus puntos fueron incorporados durante décadas a los programas de los partidos socialistas, socialdemócratas y comunistas europeos después de la Segunda Guerra Mundial así como a los experimentos autogetionarios de los primeros años del estado israelí2.

Como no puede ser de otra forma es la perspectiva histórica la que permite analizar y corregir algunos fallos en la puesta en práctica y en la propia concepción inicial de esta estrategia de democratización, fallos que conviene tener en cuenta de cara a su actualización. En primer lugar pretendía concentrar en los sindicatos el protagonismo de la transformación social dejando más bien al margen a todo lo que hoy se denomina la sociedad civil, a los partidos políticos y a los sectores no asalariados (o no sindicalizados) de la sociedad. Otro segundo error fue que no se enmarcó en una estrategia de movilización ciudadana y obrera por lo que quedó en el imaginario colectivo como el trabajo brillante de unos cuantos cuadros sindicales que dejaban fuera la respuesta a la pregunta sobre el cómo, el con qué sujetos y de qué forma concreta poner en marcha un proyecto tan ambicioso. Esto nos remite al problema de los modelos de participación ciudadana, al dilema maximalismo versus minimalismo democrático.

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Maximalismo y minimalismo democrático

La estructura interna y las ideologías del movimiento democrático del siglo XX se pueden analizar desde muchos ángulos. Nosotros proponemos hacerlo utilizando dos conceptos: el de minimalismo y el del maximalismo democrático. El minimalismo democrático es una forma de organizar y de gestionar la participación que consiste en alargar los cauces de delegación entre representantes y representados. Esto conduce a una profesionalización de la política y, por extensión, también de la actividad sindical. Los ciudadanos participan, pero sólo en la elección de sus representantes que cambian cada cierto tiempo y que son los únicos que conocen los entresijos de la actividad política y de la negociación con la otra parte. Dentro de este esquema, la participación directa de los ciudadanos (y de los trabajadores) se considera una dispersión innecesaria de recursos y esfuerzos, y la centralización de la gestión se da por más eficiente, más racional y más rápida. Su atractivo radica en que permite unificar criterios e intereses en poco tiempo frente a la otra parte (otros partidos, el estado, la dirección de las empresas, etc.). Además expresa un mayor nivel del especialización, de división del trabajo social que les deja a los ciudadanos tiempo para otras actividades como por ejemplo para consumir, para estar con la familia o los amigos. Además, se adapta a la definición de estrategias graduales que no tienen que contar con la colaboración de los presuntos beneficiados, colaboración que siempre introduce un elemento de incertidumbre y la posibilidad de puesta en entredicho de los acuerdos negociados en su nombre por los profesionales. Su coste es que tiende a generar espacios políticos autónomos y opacos3, que anula la subjetividad y la creatividad política y organizativa de los ciudadanos, que genera una cultura de ciudadanos pasivos y confiados, cada vez con menos recursos, menos tiempo y menos ganas de implicare directamente en la defensa de sus propios intereses. Esto genera un riesgo constante de pérdida de dinamismo y de rejuvenecimiento de las prácticas democráticas.

El modelo de democracia maximalista no excluye la participación indirecta e institucionalizada, pero la ve como un mecanismo de consolidación y anclaje institucional de conquistas sociales antes como una forma de sustitución de las dinámicas de lucha directa. La participación directa, diaria e implicada en lo personal y en lo subjetivo no es considerada fuente de desarreglos, caos o desorden, sino la forma más efectiva, y a la vez más legitima de participación. La democracia maximalista no sólo no esquiva la participación en la empresa, sino que la busca y fomenta entendiéndola como una actividad continua y cotidiana, como parte de una actividad ciudadana global e indivisible, que no ha de pararse a la entrada de las fábricas ("ciudadanía plena"), pero tampoco a la entrada de las asociaciones de vecinos, de las parroquias o de los consejos económicos y so-Page 71ciales. Su desventaja es que cuando no se combina con un mínimo de formas de participación más estable e institucionalizada, puede paralizarse o estancarse como consecuencia de una coyuntura política o personal adversa. Desde luego esta cultura ciudadana tiende a consumir más tiempo y más recursos que la primera de forma que el alargamiento del tiempo de trabajo o el aumento de la intensificación y los ritmos de trabajo en las empresas son sus enemigos mortales. Pero su ventaja principal es que genera y regenera una cultura de la participación mucho más sustancial, una cultura que no sólo es más exigente y que tiende a comprometer más a la ciudadanía, sino que, además, funciona con estructuras menos jerárquicas, es mucho más flexible que la primera, que sirve para movilizar la creatividad y los recursos subjetivos de ciudadanos y trabajadores.

¿Estrategia con futuro o discurso trasnochado?

A pesar de que la democracia económica forma parte del acerbo ideológico de la izquierda, lo cierto es que desde el comienzo de la ofensiva monetarista a principios de los años ochenta del pasado siglo, se habla cada vez menos de ella en los ambientes sindicales y progresistas. En Alemania, la noción de "democracia económica" fue sustituida dentro del discurso sindical hegemónico por una noción nueva de codeterminación entendida como una pieza de la llamada estrategia de "corporativismo para la competitividad" (Wolfgang Streeck)4. Dentro de esta estrategia, que hoy comparte el centro-izquierda con amplios sectores del centro-derecha, la participación en el trabajo queda reducida a un instrumento para fomentar la flexibilidad y la eficiencia de las empresas con el fin de hacerlas más competitivas internacionalmente. Pero también se empieza a hablar de nuevo de democracia económica entendiéndola, no como parte del mencionado neocorporatismo para la competitividad 5, sino como alternativa global a los postulados de este, como una estrategia para el relanzamiento y la extensión de los derechos de los ciudadanos frente a los derechos del capital y, más concretamente, de las grandes empresas multinacionales y de sus intereses económicos globales.

De forma que lo que parece una diferencia de matiz (participar en la gestión de la economía y de las empresa o bien para hacerlas-aún- más competitivas Page 72 o bien para someterlas a control ciudadano) esconde modelos de sociedad, incluso modelos de participación sustancialmente distintos. La democracia en la empresa entendida como una pieza más en la estrategia del corporativismo para la competitividad no parte de una pluralidad de lógicas empresariales sino que subsume todos los subsistemas de la empresa, es decir, el subsistema jurídico, cultural, el sistema social y humano, el sistema técnico, incluso el subsistema normativo y político, a la lógica de la revalorización económica. La participación entendida así no es sino un medio más para alcanzar el fin de la obtención de la máxima rentabilidad, preferentemente a corto plazo. Es por tanto, participación instrumental y, además, participación parcial puesto que no incluye la definición de los grandes objetivos y de las estrategias empresariales, sino que sólo somete a participación la elección de los medios para alcanzar objetivos definidos unilateralmente por la dirección de la empresa. Por el contrario, la democracia económica y empresarial pretende extender los derechos constitucionales y ciudadanos al ámbito de la empresa y de la producción en general. Esto pasa por buscar una participación en todos los niveles de la gestión empresarial, es decir, también en los niveles superiores y estratégicos (reparto de resultados, inversiones, des- o relocalización, etc.). Tiene un contenido tanto político como económico, o mejor, busca la subordinación de las dinámicas económicas a los intereses de la ciudadanía, entendiendo por ciudadanía una categoría indivisible que no se para ante las puertas de las empresas.

El camino más corto

Pero, además, la democracia económica es el camino más corto hacia la reconversión social y ambiental que...

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