La Democracia Ateniense

AutorRamón Ruiz Ruiz
Páginas21-77

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I 1. El nacimiento de la Democracia

Con el nombre de Hélade se conoce a un conjunto de pueblos que a partir del año 1100 a.C. comenzaron a ocupar el sur de la Península Balcánica y las costas occidentales de Asia Menor, así como Creta y las numerosas islas del mar Egeo. Estos pueblos se consideraban descendientes de un antepasado común, Helen, y compartían una misma forma de vida, una misma lengua -aunque fragmentada en dialectos diferentes-, veneraban a los mismos dioses -si bien con distintas advocaciones locales- y consideraban los poemas homéricos como la base de su educación y su código de valores.

Uno de sus rasgos más característicos, y que junto con esta comunidad de valores, creencias y forma de vida, constituía la línea divisoria que separaba a los griegos del resto de los pueblos -a los que conocían como «bárbaros»-, era su peculiar forma de organización política, que marcaría decisivamente el propio devenir de la historia griega. En efecto, los helenos, a diferencia de otros pueblos contemporáneos, nunca tuvieron interés en convivir en un único territorio común, sino que prefirieron organizarse en múltiples comunidades de reducido tamaño, conocidas como «polis»17, que comprendían una o varias ciudades con sus correspondientes terrenos circundantes.

Suele afirmarse que la causa de que los griegos adoptaran este tipo de organización política radica en la especial configuración geográfica de la Hélade,

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sin embargo, como señala Finley, la geografía no es explicación suficiente, sino que "algo más importante estaba en juego, la convicción de que la polis era la única estructura propia para una vida civilizada"18. Ciertamente -coincide Touchard-, la vida política de los griegos está enteramente condicionada por la existencia de la polis: "todas sus especulaciones la implican; no hay para los griegos otra civilización que la de la ciudad, y la ciudad es un don de los dioses, como lo es el trigo: ella basta para distinguir a los helenos civilizados de los bárbaros incultos que viven en tribus"19.

La polis, por su parte, cualquiera que fuera su forma de gobierno, ejercía un dominio casi absoluto sobre el ciudadano griego que era, ante todo, precisamente eso, un ciudadano comprometido con su ciudad -por lo que "es comprensible que la palabra idiotes (simple particular) haya tenido el destino más bien molesto que se conoce"20- y no sólo con la vida política de ésta, sino que toda su actividad se inscribía en este marco: "obras de arte destinadas a embellecer o celebrar la ciudad, especulaciones filosóficas que aspiran a mejorarla, obras literarias destinadas a la plaza pública o a las festividades teatrales; siempre y en cualquier lugar, la ciudad es lo primero, y el hombre es, ante todo, lo que su papel cívico le impone"21.

Respecto a la organización política de las polis, ésta sufrió un proceso de evolución similar en toda la Hélade. Así, originariamente, al frente de las mismas solía hallarse un rey que concentraba un triple poder: era sumo sacerdote y representante del Estado ante la divinidad; en caso de guerra ejercía el mando supremo del ejército; y en tiempos de paz, se ocupaba de la dirección de todos

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los asuntos internos. El rey estaba asesorado por un consejo de ancianos que representaban a la nobleza (los «gerontes») y, en aquellos asuntos de especial trascendencia para el conjunto de la ciudadanía, era una práctica consuetudina- ria respetada habitualmente, si bien no obligatoria, reunir a ésta en asamblea para que emitiese su voto al respecto. Sin embargo, poco a poco se fue incrementando en todas partes el poder de algunas familias nobles que se habían enriquecido gracias, fundamentalmente, a la acumulación de tierras de cultivo. Al poder económico de estos aristócratas siguió rápidamente el poder político, produciéndose así la transición de la

monarquía a la oligarquía en un proceso que, a diferencia de lo que veremos que sucediera en Roma, no tuvo aquí un carácter traumático ni violento, según se demuestra por el hecho de que "pasó, curiosamente, desapercibido en las leyendas y tradiciones griegas"22.

Pero el poder duró poco en manos de la nobleza, puesto que en la mayor parte de las polis griegas surgió una nueva clase social23enriquecida por el desarrollo del comercio y la industria -actividades que se habían incrementado considerablemente como consecuencia de la introducción de la moneda y del establecimiento de las primeras colonias helenas- que, consciente de su creciente poder económico y militar, empezó también a reclamar mayores cotas de poder político.

Una de las pretensiones más importantes de estos ciudadanos era la codificación y publicación del Derecho, que hasta ese momento estaba en manos de los nobles, quienes administraban justicia sin leyes escritas, de acuerdo con la tradición, dando así lugar a decisiones arbitrarias y declaradamente partidis- tas. Surgen de esta manera los legisladores encargados de redactar unas leyes que, generalmente, fueron muy severas, pues con ellas se pretendía poner freno a la cadena interminable de venganzas y asesinatos que se sucedían a diario a consecuencia de las incesantes luchas internas. Si bien esta codifica- ción no supuso, ni mucho menos, la consecución de una igualdad política absoluta, pues la base de la legislación continuó siendo esencialmente de carácter aristocrático, sí que significó un avance considerable en las deman- das de la población, puesto que, al menos, "el Derecho escrito equivalía al derecho igual para todos, altos y bajos"24. De modo que -en palabras de Jae- ger- "ahora, como antes, pueden seguir siendo jueces los nobles y no los hom-

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bres del pueblo, pero en lo futuro se hallan sujetos, en sus juicios, a las normas fijas del Derecho"25.

No obstante, esta medida, que era la única concesión que estaban dispuestos a hacer los miembros de la antigua nobleza, que se negaban en redondo a la pretensión de estos nuevos ricos de participar en el poder del Estado en igualdad de condiciones, no fue suficiente para evitar el conflicto social interno (stasi), que estalló a lo largo de toda la Hélade, dando paso a dos nuevos regímenes políticos: la timocracia y la tiranía.

En efecto, en casi todas las polis griegas, las tensiones sociales desembocaron en la toma del poder por parte de tiranos que contaron con el apoyo de la mayoría de la población, que los consideraba la única esperanza de solución de la grave crisis por la que atravesaban. Muchos de ellos fueron, sin duda, políticos oportunistas, salidos de las mismas filas de la aristocracia gobernante, que aprovecharon la ocasión para acaparar poder y riquezas y, en ocasiones, también para vengarse de sus adversarios políticos dentro de la pugna constante que se daba en el interior de los clanes aristocráticos. Sin embargo, su actuación política "estuvo dirigida a favorecer a la masa de pequeños propietarios campesinos agobiados por las deudas y, sobre todo, a esa creciente población urbana, formada por artesanos y comerciantes, que reclamaba parcelas de poder más acordes con el papel que empezaba a desempeñar dentro de la polis"26.

Ciertamente, es unánime entre los autores consultados la valoración positiva de la figura del tirano27, pues suele afirmarse que ejercieron su poder gene-ralmente de forma moderada y que asumieron la tarea de modernizar la ciudad, dotándola de infraestructuras, y de embellecerla con la construcción de magníficos templos y edificios civiles, al tiempo que ejercieron una "cierta función social [...] al proporcionar trabajo a toda una serie de artesanos, trabajadores manuales e incluso peones no cualificados que, sin duda, aliviaría no pocas situaciones extremas"28. Todo esto hizo que, paradójicamente, la tiranía contribuyera a consolidar el marco social y político de la polis, fomentando el espíritu cívico y creando una conciencia de comunidad política mucho más firme

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que la existente hasta entonces. La causa de tal logro fue que el demos29se consolidó, no sólo desde el punto de vista económico, sino también desde el social, al sentirse más integrado dentro de la comunidad ciudadana, y, finalmente, desde el punto de vista político, ya que en muchos estados las tiranías dieron paso a la democracia como consecuencia, justamente, de esta elevación económica y cultural del pueblo que "da pie a que se desarrollen ideas que, como la isonomia o ley igual para todos, se oponen decididamente a la usurpación de un bien colectivo como es el poder"30por un solo individuo o por una minoría privilegiada.

Precisamente por esto, el gran problema de la tiranía fue, sin duda, la continuidad del régimen mismo que, por lo general, no duró más allá de una generación. Así, Hertzberg indica que "el primer tirano fue siempre el favorito del pueblo; pero sus sucesores se declararon en hostil y ruda oposición con el mismo, especialmente cuando apareció de un modo gradual y tangible el espíritu democrático. Tras las tiranías se estableció en todas partes o una moderada aristocracia o una templada democracia"31.

Por otra parte, si bien la irrupción de la tiranía fue generalizada en la mayo-ría de las polis griegas, hubo, sin embargo, dos importantes excepciones: Atenas y Esparta. En la capital de Lacedemonia se mantuvo una peculiar monarquía doble -que más bien habría que considerar una oligarquía- gracias a las especiales características de su sistema sociopolítico. Atenas32, por su parte,

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había seguido una evolución similar a la del resto de las ciudades griegas. También aquí la nobleza había logrado reducir el papel de los primitivos monarcas, dejándoles sólo atribuciones de carácter religioso, y también aquí los ciudadanos habían forzado a la nobleza a otorgar un código escrito de leyes para evitar sus arbitrariedades -cuya redacción fue encomendada a Dracón...

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