Reflexiones sobre la delincuencia juvenil basadas en la exposición de los tres capítulos precedentes

AutorCésar Herrero Herrero
Cargo del AutorProfesor de Derecho Penal y Criminología

Acabamos de exponer, en los tres Captulos que preceden al presente, un conjunto de aspectos esenciales en torno a la delincuencia de menores, a la delincuencia juvenil. Según datos de la denominada "Criminología Comparada", han sido analizadas, en efecto, cuestiones tan cardinales para el conocimiento de la misma como: El volumen, su orientación e intensidad delictivas. Y, dentro de éstas, especialmente la involucración de los jóvenes en los delitos relacionados con algunos tráficos ilícitos y con las nuevas tecnologías. Se ha hecho referencia, asimismo, a las actuales categorías más llamativas y simbólicas del delinquir de menores. Se ha reflexionado sobre los posibles entornos y factores de esta delincuencia. Y, en fin, se han abordado, también, aspectos fundamentales sobre sus sujetos activos, tanto en su vertiente individualizada (en conexión, tan sólo, con rasgos integradores de tipologías) como en su dimensión colectiva ("Bandas").

Parece razonable por ello que, después de tan amplio examen, surjan algunas reflexiones y, de éstas, algunas preguntas como las siguientes: ¿Es verdad que estamos, en la actualidad, en nuestro país y en los países de nuestro entorno cultural, ante una auténtica explosión de la delincuencia Juvenil? ¿Estamos ante delitos de una gravedad inusitada, cometidos con extraordinaria violencia? ¿Se ha tomado conciencia tanto por parte de los controles formales como informales de que, para hacer frente a la delincuencia, y especialmente a la delincuencia de menores, es preciso conocer sus factores (endógenos y exógenos) para poder atajarlos adecuadamente? ¿Qué políticas criminales han de seguirse en ese tratamiento: Las orientadas a la recuperación personal y social del menor o las directamente informadas en puros postulados represivos, retribucionistas y expiacionistas, como la actualmente llamada "tolerancia cero" u homólogas ?

La respuesta, muy breve, a cada una de estas cuestiones podría ser la que sigue.

  1. ¿EXISTE UNA VERDADERA EXPLOSIÓN DE LA DELINCUENCIA DE MENORES EN LOS PAÍSES DE NUESTRO ENTORNO CULTURAL?

    Si partimos, en exclusiva, de los datos ofrecidos por las estadísticas oficiales de los últimos años (esencialmente, las policiales) el volumen de la delincuencia juvenil es, en números absolutos, y para una buena parte de estos países, de muy notable consideración.

    La cuestión está, ahora, en cómo interpretar esas estadísticas. Para unos (gente procedente de todos los foros y conocimientos sociales y políticos) se aceptan las magnitudes de estas estadísticas, aún expresadas anualmente, como reflejo sustancial de la delincuencia tal como acontece.

    Naturalmente, desde este punto de vista, si, por ejemplo, la estadística policial francesa certifica que esta delincuencia (la de jóvenes entre 13 y 19 años) ha aumentado el 230% entre 1975 y 2000 y que, entre 1993 y 2000, se ha multiplicado por diez, habrá que decir, con fundamento, que estamos, en el país vecino, ante una explosión de la delincuencia de menores.

    Lo que ocurre, sin embargo, es que esa conclusión no es compartida por los que creen que esas estadísticas han de ser sometidas a crisis y, en todo caso, a una rigurosa interpretación y seria interpelación. ¿Por qué ? Porque, según ellos, hay que desconfiar de su imparcial y aséptica elaboración, debido a "vicios" y "prejuicios" profesionales o a consignas de dependencia política. Y, además, porque esas estadísticas en realidad no son otra cosa que la expresión, más o menos pretendida y sincera, de lo que la policía ha hecho frente a la delincuencia, no lo que podría haber hecho, y además, sólo frente a la delincuencia por ella conocida. Desde esta perspectiva, comenta L. MUCCHIELLI: "Las estadísticas de la policía recogen la actividad de la policía. Esta actividad está ligada a las delincuencias (es necesario poner siempre un plural), pero no es su reflejo. La mayor parte del conjunto de las mismas escapan al control policial, sea porque no existen víctimas individuales directas (así, por ejemplo, en el fraude fiscal o en los atentados al medio ambiente se nos victimiza a todos de manera anónima), sea porque las víctimas no presentan denuncia. La policía no conoce más que lo que las víctimas les declaran y lo que ella misma investiga a través de sus "encuestas" o lo referente a flagrante delito.

    A partir de lo que acaba de decirse, puede muy bien comprenderse que, si el comportamiento de las víctimas cambia o si las prioridades de indagación y las circunstancias de encuentro con delitos flagrantes cambian, las estadísticas han de cambiar también. Pudiera acontecer, sin embargo, que la realidad de las prácticas delincuentes no hayan cambiado, igualmente, durante este tiempo. Este razonamiento es capital. En efecto, si es incontestable que la delincuencia juvenil ha aumentado en el curso de estos últimos veinte años, la pretendida "explosión" de este fenómeno, del que frecuentemente se habla, está lejos de estar fundado. Las cifras de la policía indican que la delincuencia juvenil se agranda, precisamente, después de los años 1993 y 1994. Yo afirmo que ella crece durante un tiempo más largo que ése y que este cambio de 1993-1994 es un cambio en las prácticas policiales, en virtud de consignas de extrema firmeza que los policías reciben después de la alternancia política de 1993 y que no son retiradas después de esta fecha, bajo gobiernos tanto de derecha como de izquierda. Yo afirmo, pues, igualmente, que cualquiera que venga a ofrecer cifras para decir en sustancia que la delincuencia juvenil ha aumentado de X % después de tal o tal año, fundándose solamente sobre estadísticas de policía, cometerá graves errores de razonamiento."1

    Una tercera vía es la que propugna evitar extremismos en la estimación de tales documentos. No hay que atribuir a la estadística policial un valor absoluto, pero sí puede otorgársele la capacidad de servir de medio indicativo u orientador en la medición de la delincuencia, siempre que, como es de presumir en Estados democráticos, no haya mediado distorsión intencionada en su elaboración y se le atribuya tal capacidad para comparar periodos de tiempo suficientemente largos.

    En todo caso, para evaluar correctamente estas estadísticas, han de adoptarse, previamente, algunas precauciones como las que se refieren a continuación. En efecto, se ha de preguntar, en primer término, cómo se elaboran, cuáles son los criterios que están en la base de sus datos. Más concretamente. Para juzgar, equilibradamente, de sus números absolutos, habrá de saberse de forma previa: Si todos los hechos cuantificados han de ser estimados como infracciones delictivas, si están depuradas de posibles y aún probables denuncias falsas, de delitos simulados... Cuál es el volumen de la población de menores considerados sujetos activos de los delitos cuantificados en la estadística... Para poder ofrecer juicios rigurosos, deducibles de la relación y comparación entre ellas (entre las estadísticas de periodos diversos) ha de haberse esclarecido antes: si se han tenido en cuenta posibles acontecimientos legislativos que hayan incluido nuevos delitos o, por el contrario, hayan derogado figuras delictivas, cuál ha sido la intensidad de los controles policiales sobre los distintos sectores de la delincuencia, si se han aplicado métodos de operatividad iguales o notablemente diversos, si se han llevado a cabo encuestas de victimización y de autodenuncia, para aproximarse a la "cifra negra" de la delincuencia en cada uno de los correlativos periodos. Es conocido, sobre este particular, que la "Ley de relaciones constantes" entre la criminalidad real y la representativa, entre la delincuencia aparente y la "zona obscura" de la criminalidad, no tiene vigencia.2

    Expuesto lo que antecede, volvemos a preguntar: ¿Hay que afirmar una "explosión" de la delincuencia juvenil en los países de nuestra área de cultura? En todos ellos, de ninguna manera. Es el caso de España e Italia. En nuestro país, la delincuencia de menores, no puede soslayar, ni mucho menos, su importancia. (¿ 9..., 12% de los detenidos totales?) Pero parece claro que no ha de tildarse de absolutamente alarmante. En Italia, oscila, según las mismas estadísticas, entre el 7 y el 9%. Pero, aún en países como EE.UU., Gran Bretaña y Francia, donde esta delincuencia se manifiesta con desarrollos especialmente preocupantes, quizá sea excesivo hablar (ya que no existen argumentos contrastados) de delincuencia explosiva. Aún más, las mismas estadísticas oficiales están de acuerdo en que, en los postreros años, hay que apreciar un inicio de desaceleración y correlativo descenso.3

  2. ¿LA ACTUAL DELINCUENCIA JUVENIL, EN LOS PAÍSES REFERIDOS, SE CONSTITUYE POR DELITOS DE GRAVEDAD INUSITADA E INCIDIENDO EN EXTRAORDINARIA VIOLENCIA?

    Se dan episodios muy graves (por el bien lesionado: vida, integridad física, libertad sexual...), llevados a cabo con violencia extraordinaria (por razón del instrumento utilizado o por la forma sádica escogida) que, al ser difundidos por los "mass media", a veces con todo lujo de talles, crean sentimientos de intensa alarma e inseguridad y, subconscientemente, psicosis de generalización. Pero, quizá, no sea esta clase de violencia la que más se ha incrementado, dentro de la delincuencia de menores. El examen de las estadísticas parece que faculta a afirmar que son las violencias "medias" las que han aumentado de manera notable: robos con violencia, destrucción y deterioro de bienes, agresiones sin lesiones o con lesiones no graves, violencias urbanas centradas en revueltas... Incluso, en algunos de los países en que la delincuencia juvenil es tradicionalmente más extensa y dañosa, se habla de bajadas importantes en esta clase de delitos y las formas de llevarlos a cabo. Así, en Estados Unidos, el número de arrestos de jóvenes por delitos violentos descendió entre 1994 y 1999 en un 36%. Los homicidios, concretamente, descendieron un 68%.4 Lo mismo acontece, a pesar de lo que podría parecer por las...

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