Una definición de interpretación

AutorFrancesco Viola & Giuseppe Zaccaria
Páginas115-175

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1. Interpretación e interpretación jurídica

En cualquier momento y en cada acto, desde los más relevantes a los aparentemente más secundarios, toda nuestra experiencia está caracterizada por la centralidad del fenómeno interpretación, entendida en su significado más amplio y genérico es decir por operaciones intelectuales de aprendizaje, de crítica [Hirsch] y al mismo tiempo de selección y juicio, dirigidas a aclarar contenidos expresados en el lenguaje y a atribuir significados y enunciados lingüísticos. Como hallazgo y atribución de sentido, la interpretación puede concernir no sólo a enunciados lingüísticos, sino también a entidades y acontecimientos extralingüisticos, tal como son los comportamientos humanos. Además de a textos, puede referirse a hechos, a actos, a prácticas, a hábitos y costumbres, de los cuales quiere captar el sentido interno. Estas operaciones, cognoscitivas, además de representar una actividad intelectual, nos transforman a su vez, implicándonos como personas en procedimientos dinámicos, y por esto constituyen un compromiso vital.

Ya se asuma una posición filosófica, se explicite una actitud cultural o se adopte una posición política, cualquiera de las veces en suma en que se manifieste una determinada perspectiva personal de tipo singular, no será posible sin acceder preliminarmente a un plano de comprensión interpretativa por encima de la singular toma de posición. En todas las actividades humanas, desde el derecho a la economía, desde el arte a la moral, es fácil averiguar la obra de la interpretación en cuanto lugar por excelencia intermedio entre las intenciones de los hombres y los objetivos de sus comportamientos. En este sentido todos los hombres son, al igual que el Hermes de la Odisea homérica, «transportadores de intenciones» [Mathieu], y por consiguiente, en cuanto autores de interpretaciones, intermediarios. El hombre nunca es capaz de encontrar las expresiones completamente adecuadas a sus intenciones, y esta imposibilidad es precisamente lo que en su finitud le cons-Page 116 tituye. En este sentido, la especifica actividad interpretativa que se concreta en la comprensión de un texto jurídico o literario o en la interpretación de una obra de arte, mucho antes de configurarse según específicas modalidades técnicas, se presenta como una forma general de la existencia humana y del contexto de efectos históricos y de tradiciones sociales que envuelve al hombre. Por tanto, une al sujeto que comprende y al objeto que hay que comprender en un encuentro que recíprocamente los transforma y en el cual está enjuego el mismo ser del intérprete: acomoda así, en el ejercicio de la interpretación, las razones de la fidelidad y de la continuidad y el riesgo de la innovación.

Pero, a fin de hacer nuestro discurso algo más preciso, es necesario ir restringiendo y precisando el significado amplio y genérico con el que se usa habitualmente el término «interpretación» [Stone, Raz 1995 y 1996]. La interpretación puede ser definida -aproximada e inicialmente- como la actividad que capta y atribuye significados a partir de determinados signos. Signos que pueden ser de la más diversa naturaleza: pueden estar constituidos por textos escritos, por palabras o por discursos pronunciados en determinadas circunstancias -pertenecerán entonces al ámbito de una actividad discursiva-, pero también pueden estar representados por comportamientos. De hecho no emitimos signos sólo con nuestras palabras, sino también con nuestras acciones que dan forma a nuestra existencia individual y social. Toda serie de signos a interpretar instituye necesariamente una relación con algo que es externo a ella, es un itinerario dinámico que abre un camino [Eco]. La intención confiere a los signos una direccionalidad, es un mover hacia alguien o algo, a partir de las condiciones históricas de quien está situado en un conjunto complejo de intenciones que se entrecruzan. Interpretar un texto significa, entonces, entrar en diálogo con una realidad más amplia, con un contexto en el que el texto escrito se convierte en algo vivo y real. Adquiere significado en cuanto viene definido en su identidad. Pero además cuando participamos en una conversación, interpretar determinadas señales o determinadas palabras significa captar el significado de algo más de lo que simplemente se dice o se hace (un gesto con la cabeza, un guiño, una reverencia, un suspiro, etc.). Con frecuencia al conversar se pretende expresar mucho más de lo que se identifica con el significado literal de las palabras. El significado que es entendido por el hablante -lo ha subrayado la pragmática lingüística de Grice- es producto de sus expectativas respecto a lo que el oyente piensa como implicado por su propio discurso conversacional [Grice, Viola].

Cuando además se trata de interpretar un comportamiento humano, la interpretación viene a actuar sobre una materia que es todavía másPage 117amplia que los enunciados lingüísticos en sentido estricto: una conducta puede ser interpretada de muchas maneras muy diversas entre sí. Además, un determinado comportamiento puede parecer significativo aunque su autor no sea consciente de expresar significados a través de él [Eco]. En todos los casos que hemos recordado nuestra constatación y nuestra atribución de significados, en suma nuestro interpretar, implican siempre, por la fuerza de las cosas, una alteridad, una relación con los demás, o sea con sujetos distintos de quien interpreta. La filosofía ontologico-hermenéutica en las formulaciones de Hans Georg Gadamer y de Charles Taylor1, ha hablado, de manera sugestiva, a este propósito de una «fusión de horizontes», precisamente para subrayar que, si la comprensión es entendida como el insertarse en el meollo de un proceso de transmisión histórica, mezclando para ello una mediación de significado con la situación del intérprete, entonces no «consiste en una misteriosa comunión de almas, sino en la participación en un sentido común» [Gadamer 1983].

Los sujetos que participan de este sentido común pueden -como es evidente- estar físicamente presentes o estar ausentes en el momento en el que la señal se ha emitido, pero entran de algún modo a formar parte de un contexto lingüístico común, de un mundo de significados preventivamente compartidos. Habitualmente los significados (de un texto, de un discurso, de un comportamiento) están estrictamente unidos a los estados mentales de los destinatarios: la interpretación de un texto está guiada por las expectativas del lector y por la comparación de pensamiento con las diversas posibilidades que el texto les ofrece, mientras que la interpretación de una palabra o de un discurso depende de lo que su autor y su destinatario tienen en común. El significado de un signo procede también de su utilización en un contexto de hablantes; se enraiza en la práctica de un intercambio lingüístico, aunque no se pueda reducir a tal intercambio.

Ludwig Wittgenstein ha corregido, desde este punto de vista, un posible error que subyacería a una perspectiva hermenéutica radical, el de la interpretación como reenvío infinito, que consiste en sustituir a un signo por otros signos. Más que identificarse a una entidad asociada a un signo, el significado se liga a su utilización en un contexto en el que el hablante se reconozca. La significación de una señal viaria que impone detenerse cuando se llega al cruce y dar preferencia tanto a la dere-Page 118 cha como a la izquierda presupone, como su condición necesaria, una relación sistemática entre emisor y destinatario que permita que la transmisión de informaciones -«¡pararos en el stop!»- sea eficaz.

Es precisamente en la interpretación de las expresiones ligüísticas que el hombre produce -palabras y acciones, obras y textos- donde se funda la conocida tesis de un único método para todas las ciencias del espíritu (Geisteswissenschaften), que entre finales del siglo XIX y el inicio de nuestro siglo se ha visto desarrollada en Alemania por obra de Wilhelm Dilthey2 y después de Max Weber3, y se ha difundido a continuación por toda Europa [Riedel]. Existe, en efecto, un profundo ligamen entre las diversas prácticas interpretativas en el conjunto de las ciencias humanas y sociales (en la historia, en la teología, en la literatura, en el arte, en el derecho) que también la filosofía hermenéutica en particular, con su representante más destacado, Hans Georg Gada-mer, ha reconocido más recientemente, al afirmar la universalidad del comprender. La interpretación tiene naturaleza esencialmente intermediaria y se coloca entre la universalidad del texto (la ley, el principio, la obra, la acción) y lo concreto de la situación histórica en la cual está ubicado. Si se tiene en cuenta, en efecto, que las singulares interpretaciones regionales no son fenómenos exclusivamente sectoriales, sino que se reconducen a...

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