La decisión de Anne: Sobre la autonomía bien entendida

AutorRicardo García Manrique
CargoProfesor Titular de Filosofía del Derecho y Miembro del Observatorio de Bioética y Derecho de la Universidad de Barcelona.
Páginas24-26

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La pequeña Anne Fitzgerald ha tenido una vida que haría las delicias de cualquier aficionado a la bioética. Fue concebida en el laboratorio, su embrión elegido de entre varios por ser el que contenía una secuencia genética ajustada a las necesidades de su hermana Keith, algo mayor, que padece leucemia, con la intención de que sus tejidos pudieran servir para curarla. No fue, y ella es consciente, el producto espontáneo del amor o del descuido de una noche loca, sino de la voluntad de sus padres de ayudar a sanar a Keith. Por eso existe, y desde muy pequeña ha cumplido con su destino a través de las diversas y recurrentes inter-venciones que su cuerpo ha tenido que soportar. Anne se siente utilizada y ahora, a los once años, ha decidido decir basta de una manera peculiar: encargando a un abogado que solicite y consiga de un tribunal una declaración de "independencia médica" que le permita negarse, frente a sus padres, a seguir siendo el cuerpo que suministra las piezas de recambio para su hermana. Porque Anne no quiere seguir sufriendo el dolor que le causan esas intervenciones, ni seguir siendo asidua visitante del hospital, ni poner en riesgo su vida futura. Quiere ser una niña normal y no la guardiana de su hermana (el título original de la película es My sister’s keeper). El abogado se hace cargo de la pretensión de Anne y la presenta ante un tribunal. Solicita una especie de emancipación parcial que le permita tomar decisiones que afectan a su cuerpo con independencia de la voluntad de sus padres. La cuestión se vuelve perentoria porque ahora su hermana Keith necesita uno de los riñones de Anne para seguir viviendo, y lo necesita con urgencia. El proceso judicial se pone en marcha, la salud de Keith se deteriora con rapidez, el momento final se acerca y nos intriga saber qué pasará.

En ese momento de la película nuestros sentimientos estarán quizá divididos: simpatizamos con una niña tan maja, vivaracha y bien educada como lo es Anne, y comprendemos su deseo de salir de esa espiral inacabable de intervenciones quirúrgicas, de esa eterna dependencia de la evolución de la enfermedad de su hermana. Incluso puede que nos mueva a la lástima esa conciencia que ella tiene de haber nacido con ese fin ajeno a sí misma, y nos gustaría pensar que esa dependencia tendrá un final. Pero, por otra parte, nos alarma y nos apena, puede que hasta nos escandalice, su desinterés para con su hermana, esa aparente frialdad con la que decide dejar de ayudarla a sobrevivir. Y tanto más cuanto que los Fitzgerald resultan ser una familia bien articulada y, dentro de lo que cabe, casi feliz. No tenemos la sensación de que la vida de Anne haya sido tan mala si el resultado es esa niña tan risueña a la que sin duda sus padres quieren y cuidan; tampoco parece que donar un riñón vaya a perjudicar tan seriamente su vida, como su madre...

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