¿Se debe seguir vinculando el bienestar al empleo?

AutorJosé Luis Rey Pérez
Páginas61-74

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Los diversos modelos de Estados de bienestar, tras la II Guerra Mundial, se construyeron alrededor del mercado de trabajo, de un mercado de trabajo con unas características muy diferentes al que ahora tenemos. En primer lugar, porque en una Europa que había sido destruida, su reconstrucción precisaba de mucho empleo: había un gran margen para el crecimiento de las economías y eso se traducía en una situación de bajos niveles de des-

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empleo y en una vida laboral de la ciudadanía más o menos segura, estable y sin riesgos. En segundo lugar, la economía todavía no operaba a escala global como hoy lo hace, con lo que el margen de control que el Estado tenía sobre ella era superior al que existe en la actualidad. Dominelli define la globalización como un nuevo modelo de organización social creado por los capitalistas con el objetivo de conducir las relaciones sociales dentro de la economía mundial, lo que ha llevado a la aparición de un mercado global y la internacionalización de los tradicionales Estados nación. En el campo que nos ocupa, que es el del bienestar, la globalización habría supuesto la entrada de la disciplina y los criterios mercantiles en la provisión del bienestar71.

A todo ello se une el incremento del desempleo que viven las economías occidentales; un incremento que, pese a que conoce épocas de mayor o menor alcance, tiene un cierto componente estructural y que implica un esfuerzo en el gasto de los sistemas de bienestar. Por ello, desde los años 90 y a la vista de la sucesión de fases de crisis que desde entonces se han sucedido en la economía, muchos de los sistemas de bienestar han intentado reformar el mercado del trabajo y la vinculación existente entre bienestar y empleo. Por un lado, casi todos los sistemas de bienestar han hecho reformas en su regulación laboral recortando el conjunto de derechos laborales que ofrecían una cierta estabilidad a los trabajadores; esto ha deteriorado la relación laboral hasta el punto que la precariedad, que en ciertos momentos fue una excepción, hoy en algunas economías como la española, es la relación laboral estándar: "hoy en día", explica Kalleberg, "el empleo precario se ha extendido a todos los sectores de la economía y ha llegado a ser mucho más extendido y generalizado: los empleos profesionales y de gestión y dirección son también precarios en estos días"72. Esa precariedad es evidente al observar como se acorta la vida que un trabajador pasa en una empresa, como crece el desempleo de larga duración, como se incrementan el número de contratos temporales, cómo el trabajador percibe que su vida laboral vive amenazada. Todo ello responde a un intento de trasladar los riesgos que antes asumía el empresario a las espaldas del trabajador. Las

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consecuencias de esta precariedad se traducen en un incremento de las desigualdades y un daño moral y desequilibrio psicológico en las familias73. En la narrativa neoliberal cuya hegemonía invade la interpretación de la causa de la crisis y las soluciones que se pueden buscar, la causa del desempleo es la rigidez de la protección laboral. Por eso es necesario introducir medidas flexibilizadores que resten la protección causante de que no se alcance ese punto de equilibrio mítico que se tiene que dar en los mercados perfectos.

Flexibilidad aparece como el concepto clave con el objetivo de adaptar la oferta de trabajo a la demanda del mismo que hacen las empresas. Lo que se busca, por tanto, es, por un lado, la flexibilidad externa, esto es, facilitar los despidos y las nuevas contrataciones, por otro la interna, que no existan obstáculos para que el empresario pueda modificar la organización y los tiempos de trabajo en función de las necesidades de la compañía y por último, salarial, mediante la congelación salarial, la introducción de salarios variables en función del logro de objetivos, etc. En este contexto, surge un nuevo concepto que forma parte del núcleo de la nueva filosofía del bienestar que parecen perseguir los viejos Estados de bienestar: la flexiseguridad, cuya finalidad sería "manejar la creciente flexibilidad de las relaciones laborales con una seguridad laboral inferior y una decreciente elegibilidad (oferta) a los subsidios sociales"74. Es decir, se trata de aumentar la flexibilidad reduciendo los derechos laborales que protegían la posición del trabajador y, al mismo tiempo, ofrecerle la seguridad de que fácilmente puede encontrar un nuevo empleo. Este concepto de flexiseguridad se acuñó en Dinamarca a finales de los años 90. Y, sin duda, el caso danés es un caso de éxito puesto que ha logrado cierta facilidad para despedir y contratar, al mismo tiempo que planes de formación continua a lo largo de toda la vida de los trabajadores y un sistema generoso de ayudas que ofrecen protección en caso de desempleo. El modelo de flexiseguridad abandona los medios tradicionales de negociación colectiva para individualizar la relación laboral haciendo responsable al trabajador de mantener su empleo o encontrar uno si lo pierde, pero ofreciéndole los medios necesarios para que lo consiga a través de planes de formación que estén adaptados a las necesidades del mercado en cada momento: "Dinamarca se tiene como ejemplo de combinación exitosa de flexibilidad y seguridad a través del llamado triángulo

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de oro: baja protección en el puesto de trabajo, generosas prestaciones de desempleo y eficaces políticas activas de empleo, particularmente, la formación"75.

La cuestión es si este modelo que, sin duda parece estar funcionando en Dinamarca, puede funcionar en otros países cuyo mercado laboral es distinto como en España. Y es que el desempleo en Dinamarca nunca ha sido muy elevado. De acuerdo con los datos de Eurostat, antes del comienzo de la crisis, el desempleo en Dinamarca era de un 3,8%, pasando en 2009 a un 6%, y alcanzando su máximo un 7,6% en 2011, el peor año de la crisis. Los últimos datos disponibles en Eurostat nos indican que en 2013 el desempleo había comenzado a reducirse y estaba en un 7%. Los peores datos de Dinamarca en el momento más duro de la crisis son inferiores a cuando en España la economía iba bien, ya que en 2007 nuestra tasa era de un 8,2% llegando a un 21,4% en 2011 y un 26,1% en 2013. Todo esto hace pensar que la fórmula seguida por Dinamarca, con otro mercado de trabajo, otro tamaño de la población y otra actividad económica, difícilmente se puede exportar a nuestro país. Entre otras cosas porque la ayuda generosa que se ofrece a los desempleados, así como los atractivos planes de formación que forman parte del elemento de la seguridad, solo son viables si la población desempleada es muy reducida. Ante un desempleo masivo como el que se da en los países del sur de Europa que tiene un importante elemento estructural y de ausencia de desarrollo de nuestra economía, la solución debe ser distinta.

Uno de los argumentos que se utilizan para defender la flexibilización de las relaciones laborales es poner fin a la dualidad existente en muchos de nuestros mercados de trabajo y, en particular, en el nuestro, entre aquellos que están dentro del mercado y los que no lo están, y entre aquellos que gozan de un empleo estable con todas las garantías y los que se mueven en los márgenes de la precariedad con contratos intermitentes, temporales, pasando tiempo empleados y tiempo desempleados. A esta dualidad se le suele culpar de la rigidez en la relación laboral, ya que los insiders están en condiciones de negociar sus salarios por encima de lo que sería el punto de equilibrio, esto es, al margen de la realidad de desempleo existente. Esto a su vez provoca que los outsiders, los que han quedado fuera del mercado laboral, los que están instalados en la precariedad, no se sientan represen-

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tados por los sindicatos que normalmente reivindicarían los intereses de los insiders. Lo que genera debilidad en la representación de los trabajadores que facilita por parte del gobierno el recorte de los derechos laborales, recorte que es desigual porque afecta en mayor medida precisamente a los outsiders.

Probablemente lo que ya no existe, lo que quizá nunca terminó de existir es la norma del empleo estable. No tiene sentido, por tanto, seguir basando nuestro modelo de bienestar en el empleo, haciendo los derechos condicionales a que los ciudadanos cumplan con su deber de estar empleados. Y es que "la norma del trabajo asalariado regular es una norma más conceptual que estadística, sobre todo si calculáramos qué porcentaje de los ingresos de los grupos domésticos dependen del trabajo asalariado"76. Porque mantener la identidad de la inserción social, del reconocimiento de la ciudadanía, con la inserción en el mercado de trabajo lo que manifiesta es que no hay suficientes lugares para todas las personas.

Las reformas que se están llevando a cabo en toda la Unión Europea y que en España se han efectuado a lo largo de los años de la crisis tanto por el gobierno presidido por José Luis Rodríguez Zapatero, en primer lugar, como por Mariano Rajoy, en...

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