Cuando las culturas se escriben sobre el cuerpo de las mujeres. Aspectos antropológicos y feministas sobre la vestimenta religiosa

AutorMónica Cornejo Valle - Julia Heredero Martínez
Páginas13-31

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Mónica Cornejo Valle

Universidad Complutense de Madrid

Julia Heredero Martínez

Universidad del País Vasco

La vestimenta como expresión política

La vestimenta y el adorno constituyen elementos de la conducta cultural humana a la que prestamos poca atención hasta que surge algún conflicto. Bajo la etiqueta de la moda, la vestimenta (y la desnudez como su complemento) se ha concebido recientemente como un símbolo de frivolidad. Sin embargo, el mismo discurso que critica la frivolidad de la moda expresa la preocupación por el significado de la indumentaria como manifestación de un estado moral, de una posición ideológica, de una identidad o como una emblemática de los valores de la sociedad o del individuo. La vestimenta como emblemática (como colección de símbolos convencionales que expresan identidades y valores) puede llegar a tener un fuerte sentido militante en todas las sociedades y culturas y, a menudo, la ropa llega a adquirir ese significado político de forma más provocadora en los contextos en los que otras formas de expresión y canalización de la participación política son poco accesibles (contextos coloniales y post-coloniales, contextos de marginación en la participación política formal, etc.).

El potencial reivindicativo de la vestimenta es común a la indumentaria de hombres, mujeres y de otros géneros, porque el cuerpo individual es el segundo escenario de la libertad de conciencia después del pensamiento mismo, y ello lo convierte en el primer espacio político (espacio concreto, material). Como espacio político, el cuerpo se instituye en la primera arena para la disputa por los valores: la arena donde individuos y grupos pugnan entre sí por el territorio axiológico. Ello nos lleva a valorar que la indumentaria es sólo un aspecto, quizá el más evidente, de una expresión cultural compleja que va más allá del dress code y que incluye todo tipo de comportamientos relacionados con el control (individual o social) del cuerpo, desde la bisutería a la cirugía plástica pasando por las dietas, la cosmética, y también por emociones morales como el pudor, o por posiciones en la

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estructura social como la edad, el género o la clase social que deseamos que se nos atribuyan en función de nuestra expresión corporal.

En la medida en que las reivindicaciones de las mujeres han cobrado un protagonismo creciente desde finales del siglo XIX, el vestido y adorno femenino ha ganado también más relevancia como significante político. Como señalan Lena De Botton, Lidia Puigvert y Fatima Taleb en El Velo Elegido, “la indumentaria es uno de los terrenos donde se manifiestan los ideales de género y las identidades de las mujeres. Por tanto, representa uno de los espacios donde la represión y la reivindicación se manifiestan con mayor claridad. (…) Vestirse es una esfera donde se han desarrollado estas luchas: a través de ella, se proyecta una imagen del cuerpo, una noción de belleza, de virtud, nuestras identidades…”1

En esta política simbólica, la desnudez y el marcado de ciertas partes del cuerpo representan tipos particulares de significantes que en distintas épocas y culturas varía de significado y de valor. Como afirma el antropólogo Ricardo Sanmartín, “del cuerpo no todo se oculta ni todo se muestra”2 sino que lo relevante es la selección de aquellas partes que se cubren y desdibujan, por un lado, y las que se descubren y se marcan, por otro, llamando la atención sobre lo uno o lo otro en función de lo que el contexto histórico y cultural esté otorgando mayor relevancia y significado.

Poniendo en juego la lógica simbólica de la desnudez y el tapado se han desarrollado algunas de las grandes batallas simbólicas por el cuerpo de las mujeres como espacio de expresión cultural de los valores sociales, teniendo como referencia prendas como el hiyab o la minifalda. Hacia los años 70 del siglo XX, la mini-falda, el bikini o el pantalón se usaban como símbolo de la libertad sexual de las mujeres progresistas, que se apoderaban así de su propio cuerpo y desafiaban las antiguas imposiciones patriarcales. Pero en la misma época aparece el hiyab en Irán y se reivindican prendas como el chador, también como un desafío a las imposiciones patriarcales, esta vez a las nuevas3. Frente a lo que Natasha Walter4 llama la cultura hipersexual propia de prendas como el bikini y la minifalda, el hiyab comparece para reivindicar que las mujeres no deben ser un mero objeto en el escaparate del espacio público, lo que se expresa mediante el tapado y difuminado de las formas femeninas como otra estrategia para apoderarse del propio cuerpo.

Una parte de los dilemas actuales sobre la vestimenta, y en especial la religiosa, proceden de la intensa convivencia intercultural que en los años 70 no se había

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configurado tal como es ahora en Europa. Es relativamente fácil describir el significado de una prenda (y sus contradicciones) en contextos locales muy particulares en los que se pueden hacer generalizaciones culturales (al menos ad hoc). Sin embargo, el uso político de la vestimenta femenina está lejos de ser homogéneo, ni en el mundo ni en una sola ciudad. Y tampoco tiene un sentido unívoco en su expresión corporal, puesto que distintas mujeres pueden interpretar el significado de los mismos símbolos de forma radicalmente opuesta. Esta pluralidad de interpretaciones de un mismo acto forma parte esencial de la dificultad para analizar el tema y para resolver los conflictos que surgen a partir del uso de prendas específicas, como el burkini. Y como ha señalado Emma Tarlo5, algunas prendas se llegan a sobresignificar en determinados contextos de controversia, instituyéndose no sólo en un símbolo religioso sino en una pugna por controlar el significado de la prenda, por enmarcar su presencia en eventos políticos, o por hacer una indumentaria especialmente visible en los medios de comunicación.

Los significados religiosos de la vestimenta

Un argumento recurrente en los debates contemporáneos sobre el vestido de las mujeres es el de la dimensión religiosa de la indumentaria. Ya en los años ochenta Lila Abu Lughod había descrito en Veiled Sentiments la importancia fundamental de los valores religiosos como elemento clave para comprender el velado femenino6, pero este argumento, como señala Saba Mahmood7 parece haberse diluido en el significado anticolonialista que también posee. No obstante, a medida que se han oído las voces de las activistas que reivindican el valor de la modestia ([x1]asham) y la piedad como virtudes islámicas ha vuelto a surgir la cuestión de la religiosidad. A veces, especialmente en el discurso de las instituciones religiosas (frecuentemente lideradas por hombres), el argumento de la religiosidad se fundamenta en una reivindicación de las libertades de expresión, de conciencia y de culto. Y en algunos casos también se evoca el ideario axiológico del multiculturalismo. Sin embargo, el significado religioso de la vestimenta nos remite a un panorama más amplio que el de la motivación personal o los conflictos puntuales de un contexto político determinado.

La interacción entre la cultura religiosa y el vestido es una expresión de la regulación de la conciencia y de la vida social que está presente en todas las grandes religiones mundiales8. Vista la vestimenta religiosa desde el ángulo de las religiones tal y como históricamente se dan, la preocupación por la indumentaria obedece

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en primer lugar a una lógica de sacralidad/profanidad. Esta lógica se puede expresar como separación social (y espiritual) de los individuos consagrados respecto a los seculares, lo que es propio de las religiones con fuertes monacatos (catolicismo, budismo). También puede expresarse como un esfuerzo por sacralizar el mundo (profano), como acontece en las religiones que rechazan el monacato (evangelismo, islam). Y en muchas ocasiones estos dos principios se combinan en aquellos casos en los que minorías religiosas conviven en medio de una sociedad con una religión hegemónica distinta a la suya, de manera que el esfuerzo por sacralizar la comunidad de los creyentes (a menudo con una condición étnica específica) se expresa mediante la distinción de la comunidad mediante una vestimenta propia (judaísmo, drusismo, algunas minorías protestantes).

En el caso del catolicismo, la condición sagrada se aprecia de forma más llamativa en las ropas ceremoniales, que constituyen un código de vestimenta institucional muy elaborado que es, además, un caso de moda fosilizada. Como ha señalado Linda Arthur9, a partir del siglo XVI, el ropaje de la curia y los obispos dejó de seguir las modas y ha permanecido más o menos fiel al viejo estilo. Por el contrario, los sacerdotes, así como algunas órdenes monacales, han modernizado sus hábitos después del aggiornamiento promovido por el Concilio Vaticano II. Además del estilo arcaizante, la ropa litúrgica contribuye a marcar la condición sagrada de quienes la usan mediante la feminización de los hábitos masculinos, curiosamente. En el caso del catolicismo, abandonar el uso de pantalones y vestir faldas o túnicas constituye una transgresión de las convenciones de género que es privilegio de los miembros varones consagrados de la iglesia (no para los laicos ni para las mujeres consagradas). Aunque las túnicas y las faldas son comunes en otras religiones, y de hecho las túnicas son una imagen popular del monacato budista, en este caso la separación de los individuos sagrados y los seculares se refuerza con el rapado del cabello. El rapado total o parcial del cabello son símbolos de renuncia al mundo y...

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