Cuestiones de escuela y de método

AutorJ.M. Martínez Torrejón
Páginas157-168

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1. La escuela y la red Del Sistema Solar a la nebulosa I.L.E.1

En 1927, en su cartel «Universo de la literatura española contemporánea» (véase en página 159), Ernesto Giménez Caballero organizaba las letras españolas en una serie de constelaciones, algunas entrelazadas y otras con constelaciones satélites, formando una extensa red en que sólo algunas plumas inclasificables, disfrazadas de cometas, andaban por libre: las de Baroja, Valle-Inclán, Pérez de Ayala. En el resto del universo impera

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el orden, destacando el gran «Sistema Solar». Se trata del círculo constituido por los colaboradores de El Sol, el diario fundado diez años antes por Nicolás María de Urgoiti, abuelo de nuestra autora.

Nacido en plena Guerra Europea, El Sol pretendía ser un instrumento de renovación de la sociedad y la cultura españolas. Si noventayochistas, regeneracionistas y novecentistas, desde Unamuno hasta Ortega, llevaban décadas colaborando en la prensa diaria, faltaba un periódico que uniera la voluntad de modernización nacional a una total independencia con respecto de cualquier partido político o grupo de presión económica. Ése sería El Sol, el único periódico matutino que como indicador de su inequívoca voluntad de cambiar «la España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María», no tenía crónica taurina, gesto que le costó no pocos subscriptores.

El grupo de colaboradores incluía lo más granado del liberalismo y la modernidad: Ortega, a pesar de escribir asiduamente en el El Imparcial, periódico de su familia, se sumó al proyecto de El Sol desde su concepción. El autor del cartel, el brillante y extravagante Ernesto Giménez Caballero, ahora más recordado por su papel posterior como falangista e ideólogo del fascismo a la española, también fue el más destacado vanguardista de los años veinte, y además fundador de la Gaceta Literaria, la revista donde se publicó este cartel en 1927 y donde colaboraron, durante sus cinco años de vida, todos los grandes del vanguardismo, incluyendo comunistas, fascistas y toda la generación del 27.

El propio Urgoiti había aportado parte del capital inicial de La Gaceta literaria, contribuyendo así a la formación de una especie de sistema satélite, con vida propia, ceñida a lo literario, sin menoscabo de que su director continuase participando en el sistema madre, del mismo modo que Ortega, que ya dirigía su propia Revista de Occidente, seguía escribiendo para El Sol. En este periódico publicó en 1930 su célebre artículo «El error Berenguer», cuya sentencia final «Delenda est monarchia», determinó el tras-paso forzoso de la propiedad y el cambio de dirección de El Sol, que a partir de ahora estaría fuertemente ligado a los vaivenes de la política.2Junto a estos sistemas satélite de El Sol podemos observar la Revista de las Españas, publicada por la Unión Iberoamericana, uno de cuyos vicepresidentes era precisamente Urgoiti, y hasta medios alternativos, como la tertulia de «La cripta del Pombo» impulsada y presidida por el siempre alternativo Ramón Gómez de la Serna.

Todos estos medios ocupan un tercio del universo de Gecé, y están en visible contraposición al «Sistema por ABC», donde escribían las estrellas política y estéticamente más conservadoras. Arrimada a esta constelación encontramos la que se organiza en torno a la Revista de Filología Española, presidida por un enorme Menéndez Pidal con aspecto de Saturno. Si la geografía de este universo pretende ser significativa, hay aquí un punto cuestionable. Es posible que desde la perspectiva de Gecé, gran observador de los desarrollos políticos y literarios más modernos, el estudio preferente de la Edad Media, de los clásicos del Siglo de Oro, de la historia de la lengua, y la filología en general pareciera algo suficientemente anticuado como para justificar la localización de la RFE junto al conservador ABC, pero observemos quiénes figuran como colaboradores de la revista y dónde acabaron casi todos pocos años después.

Amado Alonso, Erasmo Buceta, Federico de Onís y Antonio García Solalinde ya no estaban en España. Habían salido temporalmente a promover programas de estudio y de investigación, y se habían ido quedando en Buenos Aires, Berkeley, Nueva York y Madison, respectivamente. Todos ellos fundarían escuelas que todavía hoy perviven como

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Ernesto Giménez Caballero: «Universo de la literatura contemporánea», La Gaceta Literaria, Año I, n.º 14, Madrid, 15 de julio de 1927, p. 4

corazón del hispanismo norte y suramericano. La mayor parte de los restantes se les uniría pronto: Claudio Sánchez Albornoz, en Buenos Aires, llegaría a ser presidente de la República en el exilio; Américo Castro, sería pronto embajador de la república en Alemania y acabaría en Princeton, exiliado; por el mismo motivo, Homero Serís recalaría en Nueva York (Brooklyn College, Syracuse University, Hispanic Society of America), Tomás Navarro Tomás en Columbia y José Fernández Montesinos, en Berkeley; el mexicano Alfonso Reyes, reincorporado a su carrera diplomática, ya no estaba en España en 1927; en 1939 sería presidente de La Casa de España, organización de los exiliados españoles en México, de donde salió El Colegio de México. El propio Menéndez Pidal, maestro de todos los anteriores, regresaría a Madrid en 1939, pero viviría expedientado por el Tribunal de Responsabilidades Políticas, apartado de la Real Academia Española hasta 1947, y convertido en cabeza visible del exilio interior.

La abundancia de expatriados y exiliados en la constelación RFE no debe sorprender: se trata después de todo del Centro de Estudios Históricos, fundación de la Junta de Ampliación de Estudios, que existía desde 1907 precisamente con la misión de modernizar el panorama de los estudios superiores españoles, primero mediante el envío al extranjero de becarios de diversas disciplinas, y en una segunda fase mediante la dotación en España de centros de estudio y de investigación que consolidasen el saber adquirido y formasen nuevas generaciones de profesores. En la Junta de Ampliación de Estudios cuajaban así algunos de los ideales culturales, científicos, pedagógicos y epistemológicos de la Institución Libre de Enseñanza. Si el más válido agente de cambio social es la educación, la vanguardia es necesariamente el profesorado. En la formación de éste

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ocupa un lugar primordial la antiquísima necesidad (tan antigua al menos como los periplos de Platón) de viajar para aprender algo en países más adelantados y sacudir así el polvo y la caspa nacionales. Desde esta perspectiva, y para extender la imagen de Gecé, podríamos decir que la Revista de Filología Española pertenecía por derecho propio a la misma galaxia que El Sol, la Gaceta literaria y la Revista de Occidente: la del cambio y el progreso de una España secularmente estancada.

En esta galaxia tenemos que situar la educación y el desarrollo intelectual de Sole-dad Carrasco, que desde 1931, con 9 años, viviría en casa de su abuelo Urgoiti. Casa liberal donde aprendió a leerlo todo y a verlo todo con la perspectiva de muchas lecturas y el contacto directo con los protagonistas de la cultura y la política española del momento. Comenzó su bachillerato en el Instituto Escuela, otro producto de la Institución Libre de Enseñanza, y formó parte de la primera promoción de licenciados en Filología tras la guerra civil (1944). La Universidad Central no era en esos años lo que podía haber sido sin el masivo exilio de los profesores más progresistas y más sabios, y aunque Sole-dad siempre reconoció la presencia de algunos buenos profesores, también afirmaba que su verdadera formación literaria tuvo lugar al margen de las aulas, en la nutrida biblioteca familiar.3Tras su licenciatura, su primer empleo fue como profesora de francés y gramática en el Colegio Estudio, recién fundado por Jimena Menéndez Pidal y su marido, el científico Miguel Catalán, uno de los más ilustres becarios de la Junta de Ampliación de Estudios. A Soledad le gustaba decir que fundaron un colegio para que el hijo de ambos, Diego Catalán, no tuviera que ir a uno religioso. Sobrevivía en él, medio de tapadillo, la pedagogía proscrita de la Institución Libre de Enseñanza, incluyendo el carácter mixto de las aulas, compartidas por niños y niñas de forma clandestina.

En 1946, aprovechando la residencia en Estados Unidos de su tía María Luisa Urgoiti, Soledad se trasladó a Nueva York con el propósito de perfeccionar su inglés y regresar a España convertida en profesora de lenguas extranjeras, puesto que ya sabía bien francés. Sus planes cambiaron pronto, guiados por los consejos de Federico de Onís, colaborador ocasional de El Sol, y entonces director del departamento de Hispánicas en Columbia University. Según los recuerdos de la propia Soledad, Don Federico no le aconsejó, sino que le anunció que iba a quedarse y seguir la carrera opuesta a la pretendida inicialmente: iba a hacer un doctorado en Columbia y quedarse en Estados Unidos a ser profesora de lengua y literatura española (en González...

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