La europa cristiana y el mediterráneo musulmán en el siglo XVI

AutorAlfredo Alvar Ezquerra
Cargo del AutorConsejo Superior de Investigaciones Científicas
Páginas47-70

Page 47

Este trabajo se inserta entre los que se realizan en el CSIC gracias al proyecto de investigación "Cervantes y su época: Teoría y práctica de la comunicación científica", Ministerio de Educación y Ciencia, HUM2004-04713/HIST y a una ayuda para estancias en centros de investigación, (SIC-Academia de Ciencias de Austria, 2006).

"Los cautiverios duelen, pero sanan; la lisonja halaga, pero mata"

Discurso. Intitúlase "El cautiverio".

Dedicado a la Reina Nuestra Señora. Año de 1669 en Österreisches National Bibliothek,

Cod. Manuscrito 5943, fol. 306r.

Apertura

Sírvame una escena de sacristía para empezar a desarrollar mi tema. Trasladémonos a la iglesia mayor de Santa María de Alcalá de Henares. Es el otoñal 9 de octubre, domingo por la tarde, y el bachiller Serrano acaba de anotar los bautizos del día. De manera rutinaria registra el de Miguel, hijo de Rodrigo y de doña Leonor. No le da más importancia. Es más, incluso le ha interesado tan poco que se ha olvidado del segundo de los compadres. Además, uno de los testigos había sido el sacristán y el otro, el propio cura párroco. Penosa bendición, desde luego.

Como penosos eran los pensamientos que debieron angustiar a aquel desdichado matrimonio de regreso a casa, a penar con todos los críos que tenían. Cruzarían las calles de Alcalá y en menos de cinco minutos se encerrarían en su destino y la algarabía de los otros dos niños, Andrea y Luisa, nacida el año anterior. De Andrés, el mayor, sólo quedaba la incógnita de que qué podría haber sido de su vida, pues murió al poco de nacer. Ahora otra carga, de nombre Miguel; luego, Rodrigo y Magdalena.

Aquello acaecía en 1547, el año en que las tropas imperiales de Carlos V había derrotado a las luteranas de Juan Federico de Sajonia en la batalla de Mühlberg (25 de abril). Aquel mismo año murieron Enrique VIII de Inglaterra, Francisco I de Francia, Hernán Cortés y, el anterior, había fallecido Martín Lutero. Un poco antes, en 1545, habían empezado las sesiones del XIX Concilio Ecuménico, el de Trento, el que redefinió el catolicismo y cuyos cánones y decretos tuvieron vigencia hasta el Vaticano I (1868-1870). En 1550, la Junta de Valladolid, en 1552 las Leyes Nuevas...

Cansado el Emperador de los sinsabores de luchar por la verdadera fe casi en solitario, fue dejando paulatinamente el poder en manos de su hermano Page 49 Fernando y de su hijo Felipe. Aquél promovió la paz de Augusta de 1555 por la que se hicieron importantes cesiones a los príncipes luteranos a cambio de paz.

Parece como que a mediados del siglo XVI, la coyuntura histórica mostrara que, aunque sólo fuera por unos breves momentos, el problema protestante pudiera pasar a segundo plano en las preocupaciones del catolicismo. Europa se dividía en dos.

Además, tras la batalla de San Quintín y la firma de la paz del Chateau Cambresis de 1559, el otro gran problema de Carlos V, que heredaba su hijo Felipe II, el de las guerras con Francia, se bloqueaba por un tiempo.

Años pues de esperanzada paz y de alegrías en Europa. Pero, ¿por cuánto tiempo?

Irenismo y belicismo en la cristiandad

Porque al sur de Europa y en el norte de África se había enquistado un gravísimo problema, un visceral enemigo contra el que se había intentado de todo y no se había conseguido sino un incómodo equilibrio. Equilibrio nacido, no precisamente del respeto recíproco de la alteridad cultural, sino del cansancio, del miedo, de la falta de recursos humanos y materiales suficientes para aniquilar al otro.

Europa vivía a la defensiva. El islam había conquistado Constantinopla en 1453 y sus escaramuzas y avances por la frontera oriental del Sacro Imperio Romano se veían hostigadas intermitentemente hasta que tuvo lugar el salto definitivo.

Fue en 1526 en Hungría. Tras la batalla de Mohacs en la que murió su rey, Luis I -a la sazón cuñado de Carlos V, pues estaba casado con su hermana María- tras la crucial batalla de Mohacs, el imperio otomano penetró hasta Budapest. Hasta ese día, Carlos V no se tomó en serio el peligro otomano... y eso que era advertido por sus servicios de información1. Hungría quedó dividida en tres zonas: al norte, la aristocracia eligió como rey de Hungría a Fernando de Austria; en el centro, se asentaron firmemente los turcos otomanos y al sur, al este del río Tisza se configuró un nuevo estado, el Principado de Transilvania que luchaba por encarnar la soberanía de la Hungría desaparecida. El Este de Europa, en Europa, era tierra de guerra entre el Islam y la Cristiandad. Al Page 49 frente del Imperio estaba Carlos, nieto de los reyes que en 1492 habían reconquistado legítimamente el reino de Granada a los musulmanes; ese Emperador que tenía musulmanes en sus territorios de la península ibérica y ahora en el otro extremo del imperio.

El ejército victorioso en Mohacs había sido acaudillado por Solimán el Magnífico (1520-1566) que tras la incorporación de Buda, decidió continuar su expansión hacia el oeste de Europa: en 1529, primero y en 1532, después, se puso sitio a Viena. El tercer y último intento tuvo lugar en 1683. Los miles de armaduras del Museo de la Fortaleza de Graz gritan a voces, desde su silencio, la angustia que se vivía en la frontera de Europa2.

Fijadas las coordenadas iniciales de esta gravísima preocupación, la correlación de fechas y de cuanto ocurrió después (o había ocurrido antes), podría ser tediosa en un día como hoy, además de irrelevante. No obstante, debemos citar obligatoriamente dos hechos más, que marcan nuestro tronco cultural: Carlos V acude a la defensa de todos sus territorios y aún más, intenta hacer una guerra defensiva al otro lado de Europa: en 1535 conquista Túnez en una espectacular campaña, de la que quedan restos culturales escritos y artísticos en media Europa y muy significadamente la tapicería en Viena3 y Madrid y en 1541 intenta la toma de Argel, fracasando estrepitosamente.

Así que a la altura de 1541, el Mediterráneo queda en inestable equilibrio. Hay plazas y castillos de una u otra religión, salpicándose con intermitencia. Navegar no es cómodo ni seguro. Los dos Imperios están en disimulada guerra. Los corsarios berberiscos hacen el trabajo que la Gran Puerta no puede realizar directamente. Si en un lado está Doria, en el otro Barbarroja.

Pasados los años 50 del XVI en sendos Imperios hay cambios. Tras las abdicaciones Imperiales de Bruselas, le sucede Felipe II en 1556 en la Monarquía Hispana y su hermano Fernando en los territorios imperiales. En 1566 Selim II sucede a Suleimán.

En 1611 Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana o española define un término que nos interesa, "Irineo, Nombre propio; vale pacífico, del nombre griego eirené, es, pax".

Ese podrá ser el punto de partida de mi exposición: la existencia de un pensamiento de la paz en el Renacimiento cristiano, aquel del siglo XVI. Pero, Page 50 igualmente, tendré que referirme a la realidad cotidiana, la resolución de los problemas por medio del empleo de la violencia, apoyada, a su vez también, en un pensamiento belicista.

Situémonos en los albores del siglo XVI. Los reyes de la Cristiandad, el de Aragón y el de Francia luchan por controlar Nápoles. Algunos pensadores, humanistas les llamamos, escriben sobre el conflicto. De entre ellos, destaca Erasmo, el vilipendiado y admirado al mismo tiempo Erasmo de Rotterdam.

En 1515 edita su Dulce bellum inexpertis, de 1515, traducido al alemán (1519), al francés, al neerlandés, pero nunca al español. Unos meses más tarde edita su segunda obra sobre la guerra y la paz, la más importante de todas, la Querella pacis de 1516. Este, por el contrario, es uno de los primeros escritos de Erasmo conocidos en España.

En él Erasmo quiere llamar a la reflexión sobre la brutalidad de la guerra, por más que aunque estemos acostumbrados, no nos despierte inquietud o excesivo desasosiego:

"En nuestros días, es cosa tan aceptada y corriente, que las gentes se admiran de que haya seres humanos a quienes no les guste".

Dentro del sentido general optimista que tiene Erasmo sobre la naturaleza humana, ésta se ha corrompido y hay que devolverla a su estado natural, "a la concordia, a la amistad, a la armonía" y eliminar la aberración bárbara del conflicto:

"El hombre es por naturaleza y por voluntad divina un ser creado para la amistad, la ayuda mutua, la beneficencia. Porque a cada uno de todos los demás animales [Dios] le proveyó de sus propias armas... sólo al hombre prodújole desnudo, flaco, tierno, inerme, de carnes blandas, de cutis delicado. No hay cosa en sus miembros que le sea para la lucha".

Entonces, ¿por qué el hombre se ha hecho belicoso?: por la costumbre. En otras palabras por un uso, una forma de actuar cultural. En efecto, sigue el roterodamo argumentando, las primeras guerras que hizo el hombre, las hizo para defenderse de los animales salvajes; después, los mataba para alimentarse. Más tarde, se enfrentó un hombre contra un hombre, una ciudad contra una ciudad y un reino contra un reino. Finalmente, "llegó a la cosa que para mí es más atroz que cualquiera otras, un cristiano contra otro hombre, y lo que es más atroz sobre toda ponderación, un cristiano contra otro cristiano".

En su análisis teórico sobre las causas de la guerra, afirma que son deplorables las que mueven a ella: la ambición, la codicia, los viejos títulos que justifi- Page 51 can la expansión territorial, las ofensas personales, los odios nacionalistas... Además, los responsables de la guerra no son la plebe, en cuyo caso "la ignorancia podría excusarla", ni es la juventud inexperta, sino paradójicamente las personas que deberían dar ejemplo de moderación y sensatez: los religiosos, pues son los que inducen al pueblo y a los reyes a tomar las armas.

Algunos de ellos, llegan incluso a combatir en nombre de...

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