La crisis financiera y económica

AutorExcmo. Sr. D. Manuel Pizarro
Páginas301-319

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La economía mundial lleva en crisis más de dos años. Lo que comenzó a mediados de 2007 como una crisis financiera vinculada al mercado hipotecario de los EEUU mutó rápidamente en una crisis económica que ha llegado a afectar a las economías de todo el planeta, especialmente a las del denominado mundo desarrollado, conectadas en esta era de la globalización. Las manifestaciones y fases de las crisis han sido también variadas: de una crisis derivada del exceso de endeudamiento privado hemos pasado a una crisis de la deuda pública cuyos efectos negativos sobre el potencial de crecimiento de las economías serán duraderos.

En este período de crisis las tasas de crecimiento globales se han ralentizado, hasta el punto de hacer disminuir los flujos comerciales internacionales. Para algunas economías nacionales, como la española, este frenazo económico se ha transformado en un problema social dramático de aumento del paro. En muchas naciones del tercer mundo -a las que la crisis ha afectado de modo indirecto a través de la caída de la demanda internacional de materias primas y por los amagos de políticas proteccionistas- se han producido retrocesos en algunos de los avances que se habían logrado en la lucha contra la pobreza en los últimos 30 años gracias a las políticas aperturistas y de libre comercio a escala mundial.

Como vemos, las consecuencias de la crisis son graves, y repercuten de manera directa en la vida de las personas. Varios son los interrogantes que surgen tras estos episodios: ¿Qué ha fallado? ¿Cómo se puede arreglar, y qué hay que hacer para evitar crisis similares en el futuro? Intentaremos en lo que sigue responder a estas preguntas.

Antes de detallar cuáles han sido los fallos que se han cometido, conviene repasar los hechos acontecidos en los últimos años que han acabado por desembocar en esta crisis. Intentemos relatarlos sucintamente:

Podemos remontarnos al año 2001, y centrarnos en los Estados Unidos, donde Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal estadounidense durante casi 20 años, decidió tras el estallido de la crisis de las empresas tecnológicas puntocom reducir agresivamente y durante un largo período los tipos de interés, alcanzando mínimos del 1% entre junio de 2003 y junio de 2004 cuando la economía estaba en clara fase expansiva. Al estar el dinero tan barato, se produjo una increíble expansión del crédito y del dinero en circulación, alentando el apalancamiento en empresas y familias. Las entidades financieras reaccionaron ante este entorno de tipos de interés anormalmente bajos e intentaron maximizar su rentabilidad aumentando el volumen de préstamos que concedían y asumiendo mayores niveles de riesgo.

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Las políticas de concesión de préstamos y de comercialización que se pusieron en práctica en el sector financiero de los Estados Unidos llevaron a crear un modelo de negocio en el que se concedían préstamos hipotecarios a familias con ingresos bajos e inestables, es decir, préstamos con un alto riesgo de impago. Estos son una gran mayoría de los préstamos o hipotecas que se conocen como "subprime". Estas hipotecas rendían lógicamente un interés más alto de lo normal a lo largo de la vida del préstamo, al estar menos garantizado su cobro, pero su comercialización se favoreció con el uso de periodos de carencia, tipos de interés iniciales más reducidos, etc..

Muchos, a la luz de los acontecimientos posteriores, pueden pensar que, por mucho que se esperase del rendimiento extra de estas hipotecas, no dejaba de ser temerario el conceder tan elevado volumen de préstamos de tan alto riesgo; y no les falta razón. El planteamiento de los bancos era que el valor de las viviendas hipotecadas compensaría, en su caso, un eventual impago de los préstamos. Recordemos que este proceso se vivía en medio de una burbuja inmobiliaria en Estados Unidos alentada por el propio entorno de bajos tipos de interés y existía una creencia muy generalizada de que el precio de las viviendas no iba a dejar de crecer. Los bancos confiaron en recuperar el crédito, en caso de dificultad, mediante la venta de la vivienda a un precio nunca inferior al del crédito pendiente de pago.

En el muy maduro y tradicional negocio de la banca, siempre se habían concedido préstamos en virtud de la capacidad de pago del deudor, y nunca contra el valor de la garantía, cuya función era servir de garantía adicional. Algunos, muchos en aquel entonces, preconizaban un cambio de paradigma y de ruptura con lo que despectivamente llamaban la "sabiduría convencional". Como se puede comprobar en la actualidad, las predicciones y actuaciones de aquellos "innovadores" de la banca, además de erróneas, eran imprudentes y con graves consecuencias no sólo para ellos mismos sino para las sociedades en general. A estos "banqueros" es bueno que el mercado les penalice y les expulse y no que las actuaciones públicas les protejan de la disciplina del mercado.

Algunos otros modelos de banca ni siquiera hacían este razonamiento basado en la garantía sino que simplemente actuaban como simples originadores en una cadena de ventas de bonos respaldados por títulos de crédito en las que parecía que nadie hacía un análisis sosegado del riesgo de crédito subyacente en la cartera de créditos. Fueron los "años locos" del modelo de banca llamado "originar para distribuir".

Tratando de aumentar su rentabilidad, muchos bancos -demasiados de hecho- optaron por multiplicar el volumen de crédito concedido. Aquí se enfrentaban a un obstáculo regulatorio: los bancos tienen, por muy buenas razones prudenciales, limitado el volumen máximo de riesgo que pueden asumir en función del

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volumen de capital de cada entidad (regulación fijada por el Comité de Supervisión Bancaria de Basilea y aplicada de forma casi universal). Para esquivar esta regulación, algunas entidades de crédito vendieron a todo tipo de inversores (también a otros bancos) porciones de los préstamos de alto riesgo previamente concedidos y sometidos a un proceso de titulización y, con el dinero de esa venta, financiaban la concesión de una nueva ronda de préstamos "subprime". Y así sucesivamente. Es decir, basaron su negocio no en el tradicional papel del prestamista que vigila la solvencia de sus prestatarios como se venía haciendo en banca desde hace siglos, sino en originar y posteriormente distribuir activos financieros. Su modelo de negocio se centraba en crear activos, titulizarlos y distribuirlos por el mercado cobrando comisiones en cada paso; originar y distribuir. Un modelo de banca que proporcionaba incentivos inadecuados: se desatendieron las políticas de concesión de préstamos y los mecanismos de control de los riesgos.

Por su parte, los bancos de inversión volvían a empaquetar, trocear y revender estas hipotecas de alto riesgo por todo el mundo, aprovechando las ventajas de la economía globalizada. Lo que en realidad eran hipotecas de alto riesgo a acreedores ninja, "subprime" o basura, como se quieran llamar, eran traspasadas a agentes financieros de todo el mundo como si fuesen productos financieros de alta calidad con la colaboración necesaria de unas agencias de calificación que no supieron, o no quisieron, ver el componente de riesgo sistémico de todas estas operaciones de ingeniería financiera.

Pero no hay que olvidar que si todos estos productos estructurados se vendían era porque había alguien que los compraba. Y no era precisamente la clientela minorista. No. Profesionales de las finanzas supuestamente cualificados compraban estos productos sin saber lo que en realidad eran. Más de una entidad acabó asumiendo a través de sus departamentos de productos estructurados un riesgo de crédito que jamás habría autorizado el director más laxo e incompetente de su red de sucursales.

De este proceso se pueden extraer varias consecuencias de manera muy nítida: en primer lugar, que el riesgo de estas hipotecas basura empezó a contagiar a otros sectores fuera del sistema bancario tradicional; en segundo lugar, se detecta un fracaso claro en la labor de supervisión de las agencias públicas que, en ningún momento, detectaron estas malas prácticas. Y, en tercer lugar, son un ejemplo palpable de los malos incentivos que el modelo de "originar y distribuir" suponen para la gestión de riesgos en el sector financiero.

Todo este proceso fue creciendo, y aguantó mientras el precio de la vivienda seguía creciendo. Pero llegó un momento en que el precio de la vivienda dejó de subir debido a que las inocultables tensiones inflacionistas obligaron a la Reserva Federal a incrementar los tipos de interés. Muchas familias estadounidenses vieron que el

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precio de su casa descendía por debajo del préstamo pendiente de pago. Tuvieron que tomar una decisión: o bien devolver una casa valorada en por ejemplo 300.000 dólares o devolver una hipoteca de 350.000 dólares. Las normas hipotecarias estadounidenses, a diferencia de las españolas, permiten hacer este tipo de elección, así que muchas familias norteamericanas optaron por dejar de pagar el préstamo hipotecario y devolver al banco la casa hipotecada. Y obviamente, es en este momento cuando empiezan los verdaderos problemas y el estallido de los procesos de foreclosure.

Los bancos empezaron a acumular préstamos morosos y miles de casas que intentaban vender; casas que bajo la presión de ventas cada vez mayores disminuían de precio y que no se conseguía vender. El mercado inmobiliario acabó por estallar, y los millones de dólares que se habían concedido en forma de préstamos a esas viviendas se convirtieron en préstamos tóxicos, que nadie compraba a los precios a los que aparecían contabilizados en los balances bancarios, porque ya era evidente que muy probablemente no resultarían devueltos y que las garantías otorgadas no servían para cubrir los importes concedidos en préstamo.

Como mencionamos antes, los bancos de inversión habían distribuido estos riesgos crediticios de baja calidad mediante...

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