La crisis del capitalismo

AutorJavier Divar Garteiz-Aurrecoa
Páginas29-39

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Desde la segunda mitad del siglo xviifiy durante todo el xix, el capitalismo y su sustrato ideológico, el liberalismo económico, causaron dolorosos desgarros en el tejido social. El ánimo de lucro, la consecución del máximo beneficio ya sin cortapisas éticas de sustancia, provocaron la inmoralidad económica absoluta.

Vencidas las barreras de la humanidad y de la ética y conseguido el amparo jurídico a favor del mercantilismo liberal, se cayó en el sistema del «dejar hacer» más o menos en libertad al económicamente poderoso (resultancia final del liberalismo económico puro).

Para evitar la resistencia organizada de los trabajadores se estableció la abolición de los gremios, que aunque malamente por su «clasismo laboral», suponían una organización de resistencia. Y ello se consiguió precisamente en el sagrado nombre de las libertades, ya que el gremialismo implicaba un corporativismo no liberal.

La industrialización (su causalidad ha sido estudiada con lucidez por Eric Hobsbawm, en su ensayo «En torno a los orígenes de la revolución industrial») consiguió por su parte una notable reducción de las necesidades de mano de obra, con lo cual se fueron creando legiones de parados sin ninguna protección social, es decir, auténticos mendicantes que al fin trabajaban por cualquier salario.

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Sin defensas gremiales ni mucho menos sindicales (los sindicatos de trabajadores estaban prohibidos o estrechamente vigilados como organizaciones sospechosas de subversión), los trabajadores se convirtieron en mera «provisión productiva» de un nuevo servilismo.

El siguiente paso fue la consecución de un abaratamiento de los costos laborales. Además de los ya bajos salarios, por la existencia de una gran masa de desempleados, fueron además recuperados en buena parte por los patronos mediante artimañas de «devolución del gasto»: los vales de abastos en economatos obligatorios, las viviendas de empresa, las libretas de ahorro patronales, las cartillas sanitarias de empresa, etc., sirvieron al indicado fin y también como forma de retención y de control del obrero.

La imaginación se desbordó en la búsqueda del costo productivo mínimo y del beneficio máximo. Los empresarios menos «imaginativos» quebraron por la imposibilidad de competencia con los «lobos de la economía». El sistema liberal del «dejar hacer» no admitía miramientos propios de mentes débiles.

El paro y la desprotección social, la explotación y la miseria, fueron los compañeros inseparables de las masas populares. La numerosa clase proletaria irredenta aumentó extraordinariamente sus efectivos, quedando solamente un reducido número de patronos frente a ella, ya que la llamada clase media estaba compuesta fundamentalmente por una minoría de empleados cualificados que precisaba entregarse, siempre con cierto servilismo, a la exigua clase dominante (entre estos intermedios podría incluirse a muchos funcionarios, mal pagados y poco independientes).

Con esta situación no había otra lucha (ya que todo intento de reforma social se consideraba subversión) que la revolucionaria, que en esta época asentó sus mecanismos. La táctica de la lucha de masas por medio de la propaganda

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política, las medidas de hostigamiento mediante huelgas salvajes (en origen prácticamente todas lo eran), las revueltas urbanas, los atentados, el terror social y en fin, el desequilibrio social sistemático preparatorio de la revolución.

Frente a las luchas populares se implementaron medidas contrarrevolucionarias desde el poder que en muchos casos fueron contraproducentes por ir contra las libertades civiles, lo que aumentaba la nómina de los descontentos. Además, las posiciones políticas de mera evitación de la liberación de la mayoría, resultaban de una pobreza intelectual difícil de sustentar a largo plazo.

Por todo ello subyace al sustrato sociológico durante todo el siglo xix la lucha de clases entre las fuerzas de revolución proletaria y las de la resistencia burguesa. En este contexto, el desarrollo capitalista tiene que tomar numerosas medidas correctoras para irlo haciendo más «razonable» y evitar la dura enemiga de las masas laborales.

Estas fuerzas fueron consiguiendo algunos beneficios a favor de los trabajadores, aumentos salariales, limitación de...

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