Creencias religiosas y quehacer bioético

AutorLuis Miguel Pastor García
CargoDepartamento de Biología Celular e Histología Facultad de Medicina. Universidad de Murcia 30100 Espinardo. Murcia. Spain Tel: +34-968363949 - Fax: +34-968364150 bioetica@um.es
Páginas487-494

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1. La relación de las creencias con el estudio y el trabajo bioético
1.1. Planteamiento del problema

Tal como aparece el titulo de este articulo, no se puede deducir del mismo que exista algún tipo de conflicto entre religión y bioética.1 En cambio si nos planteamos el tema en forma de pregunta puede ser que veamos mejor los posibles dilemas que surgen entre ellas. ¿Son las creencias religiosas un factor positivo en la tarea de elaborar la ciencia bioética? O de forma negativa: asumir ciertos paradigmas éticos previos procedentes del «ethos» de una determinada religión ¿no puede ser un elemento que distorsione la labor intelectual del estudioso de la bioética cuando se enfrenta a los dilemas que plantea la biomedicina actual?

Si hiciéramos una encuesta con estas dos preguntas con la posibilidad de afirmar o negar cada una de ellas es muy probable que, en nuestro ambiente español, resultase un no para la primera y un si para la segunda. Quizás esto pueda parecer exagerado pero si uno analiza las declaraciones y los escritos de diversos bioéticos de nuestro entorno, se aprecian dos actitudes. Por un lado, una actitud beligerante frente al hecho religioso y sus convicciones que se manifiesta en: a) descalificar como inadecuada para hacer bioética a toda persona que presente dichas convicciones en cuanto que al asumirlas, pierde la neutralidad requerida para abordar la solución de las cuestiones bioéticas; b) considerar que las posibles aportaciones a la discusión bioética procedentes de la religión son de carácter impositivo y como tales no pueden ser utilizadas al no estar fundamentadas racionalmente y ser sólo creencias de carácter personal y c) afirmar que la presencia de dicho discurso religioso no debe ser explicitado en la discusión en cuanto pertenece al ámbito de lo privado y su exposición lo único que puede producir es desunión y dificultar la resolución de los problemas. Por otro lado, se aprecia en algunos autores una actitud más tolerante que aprecia la utilidad de ese «ethos» religioso en cuanto, que sus propuestas que son consideradas «máximas», ayudan a que en la consecución de la ética civil o de mínimos, ésta no se degrade a estadios infrahumanos2.

Ante este panorama que he dibujado sucintamente me gustaría responder con tres sucesivas negaciones cada vez más suaves para terminar en una afirmación. La primera consiste en negar rotundamente la exigencia de neutralidad en las personas para hacer bioética. La segunda, negar de forma matizada la naturaleza impositiva del «ethos» procedente de una determinada religión. La tercera, también negativa pero con importantes matizaciones a que no se escuche el discurso sobre cuestiones bioéticas que tienen las diversas religiones. Por último, la afirmación de que las convicciones religiosas y especialmente las que derivan de la tradición judeo-cristiana cuando son certeramente expuestas no sólo ayudan a preservar de la degradación a la ética de la sociedad a Page 488 través de un compromiso personal, sino que implican una propuesta para garantizar unos mínimos sociales que pueden ser recogidos en el ámbito del derecho.

1.2. ¿La neutralidad al hacer bioética es posible?

Empecemos por la primera negación sin matices e intentemos comprender a los que propugnan la neutralidad bioética; diríamos, la «no contaminación de prejuicios», para ser candidatos a hacer bioética. Hay que reconocer que es evidente que uno de los problemas actuales que tienen nuestras sociedades occidentales es la conciliación de la diversidad de pensamientos con la necesidad de encontrar criterios comunes para los problemas que nos afectan. Así, nadie pone en duda que es necesario llegar en el ámbito de la toma de decisiones a consensos o a resoluciones que expresen el sentir de las mayorías. Esta dinámica es propia del sistema democrático y supone, junto al pleno respeto de todas las posturas y el libre ejercicio de la disidencia, el cumplimiento de lo acordado, sea en la esfera donde hay responsabilidades compartidas o en la de elaboración de leyes que afectan a todos los individuos de una sociedad. Según esta premisa, los diversos interlocutores que abordan una cuestión podrán proponer sus razones, basadas en los argumentos que crean convenientes y, a través del diálogo y la deliberación, se alcanzará el acuerdo común. Es fácil comprender que este procedimiento no supone haber alcanzado la verdad sobre la cuestión planteada, sino simplemente solucionarla de una forma respetuosa, dejando abierto el debate intelectual sobre la misma. De lo contrario, estaríamos ante la dictadura del consenso o de la mayoría. Se abortaría la libertad de pensamiento y el espíritu crítico, únicas formas de seguir buscando la verdad y de liberar a la propia democracia de ser autodestruida, por posiciones dictatoriales nacidas al amparo de las mayorías democráticas. En este contexto, pierde todo sentido una estrategia perversa utilizada por ciertos sectores intelectuales y políticos para intentar descalificar al oponente y sacarlo de los foros en los que se toman las decisiones. Tal argucia es la de acusar de heteronomía al interlocutor, es decir, suponer en él una insinceridad en sus argumentos racionales, lo que algunos han denominado sospecha sistemática3sobre la argumentación del creyente, en cuanto que estos responden a creencias religiosas, que como tales, no tiene derecho a imponer a los demás. Esta argumentación, que pretende dejar al oponente en una situación de inferioridad en el debate, es no sólo una falacia, sino también una cínica forma de fundamentalismo. Por un lado, la neutralidad de pensamiento es una utopía: todos llevamos una carga de creencias o increencias convicciones o agnosticismos, fobias o filias más o menos conscientes. Lo importante pues, para la discusión, especulativa o la toma de decisiones en bioética no es...

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