Cosmos y taxis. La relevancia metodológica de una distinción ontológica

AutorJosé María Carabante Muntada
Cargo del AutorProfesor de Filosofía del Derecho del C. U. Villanueva (U.C.M.)
Páginas85-102

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I Introducción

Se tiende a pensar que la idea de orden, así como otras muchas que se aplican al mundo de los sucesos humanos, provienen de una analogía física. Hayek, sin embargo, ha advertido en numerosos escritos que más bien ocurre a la inversa: lo que se considera originariamente una característica de la naturaleza cósmica procede strictu sensu de metáforas humanas. Así lo ha visto en el caso de la evolución. De ahí que nos parezca adecuado recordar que cosmos, como afirma W. Jaeger, significó primeramente "orden adecuado a una comunidad"1y que sólo con posterioridad pasó a explicar la regularidad del mundo físico, en contraposición a caos2. Y también es menester señalar que caos se aleja bastante de la noción habitual que tenemos como hablantes3. En apoyo de estas ideas preliminares podríamos recurrir a Hesíodo, cuya Teogonía es ya expresiva de ese carácter originario de lo humano frente a lo físico: ¿no es ya suficientemente revelador que su explicación se base en la humanización de las fuerzas naturales, para deshacernos de la idea de que el hombre explica su mundo a partir de lo natural?. Cierto es también que, con posterioridad, la imbricación entre lo humano y lo natural en el mundo antiguo llegó a ser tal que a nuestros ojos algunas de sus concepciones resultan incomprensibles. Por ejemplo, entre ellos no llegó a afirmarse la contraposición entre la naturaleza física inerte y el ámbito del deber ser -un hecho moderno que llevó a Hume a configurar su famosa guillotina-, ni tampoco tuvo éxito el reduccionismo naturalista en el ámbito del derecho4. Pero estas cuestiones merecerían una investigación aparte.

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Debemos concluir que el problema del orden afecta primeramente a la sociedad como un todo y sólo con posterioridad echó mano el hombre de analogías naturalistas, que, como veremos, no se ofrecen sin inconvenientes. Estas fueron suficientes cuando el hombre no podía atisbar una visión completa del universo, es decir, cuando las pretensiones de la razón se movían en la modestia que posibilitaba la admiración -y con ella la filosofía-. Si la Modernidad fue entendida por Max Weber como desencantamiento, nada mejor que aplicar esta noción a la evolución científica, ya que en la medida en que el entorno físico quedaba cada vez más sometido a la discrecionalidad de la razón calculadora se atisbaba que algo similar habría de ocurrir con el mundo humano, con la sociedad y con el individuo. Es por ello que la problemática en torno a dos concepciones de orden tiene una naturaleza estrictamente metodológica y desde este punto de vista es como tradicionalmente se ha tratado5. Así también lo hace Hayek. Lo que ya no es tan frecuente es considerar el entramado ontológico que se encuentra en juego. Precisamente, consideramos que este tema del orden es importante en cuanto en él confiuyen, como intentaremos demostrar, no sólo determinadas concepciones metodológicas, sino también metafísicas y políticas.

II El problema del orden desde la perspectiva del individualismo metodológico

La preocupación de Hayek sobre el problema del orden responde a dos motivaciones principalmente. En primer lugar, el pensamiento del autor austriaco hay que situarlo en el entramado sociológico del siglo XX, con el fin de vislumbrar su proyecto teórico como alternativa al positivismo dominante. En segundo término, con la noción de orden social -así como con la distinción entre orden construido y orden espontáneo-, Hayek recupera una tradición de pensamiento estrictamente moderna y, en línea con los pensadores liberales, subraya el carácter falible, tentativo, provisional y evolutivo del saber científico. Aunque en el momento en que escribe todavía no se había consumado el giro postempirista de la epistemología, Popper ya había dado un paso de gigante al proponer la

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falsación como criterio de cientificidad. En cualquier caso, se empezaba a generalizar el pesimismo sobre la razón humana que, tras unos siglos entusiasmada con su poder omnímodo, reconocía su hybris. La teoría del conocimiento propia del pensamiento liberal había acentuado desde sus inicios no sólo el primado de la experiencia y la imposibilidad de ir más allá de nuestros sentidos, sino sobre todo las limitaciones del sujeto y la pretensiones ilusorias de la abstracción formalista.

Sobre todo este entramado se construye el pensamiento de Hayek, quien se mantiene pues en la perspectiva del individualismo metodológico. Desde este punto de vista, lo interesante no es tanto explicar el surgimiento de lo social, sino más bien comprender cómo puede darse un orden no imputable a las decisiones de los individuos a partir de una dinámica de acciones que sí lo son6. Los primeros individualistas, como Mandeville o Smith, se refirieron al orden del mercado, pero esta característica también resulta predicable del resto de órdenes sociales, por ejemplo, las instituciones, la moral o el derecho.

En Derecho, legislación y libertad es donde propiamente el pensador austriaco expone sus ideas en torno al orden7. Pero antes de exponer las nociones contrapuestas del mismo -cosmos y taxis-, Hayek ofrece una definición del mismo. Orden es la categoría propia para el análisis de los fenómenos complejos, así como ley lo es del estudio de los simples. Y orden es una "situación en la que una multiplicidad de elementos de diverso género se hallan en relación unos con otros" hasta el punto que del conocimiento de alguna parte temporal o espacial del conjunto podemos aprender a formarnos expectativas sobre otras partes del mismo conjunto o, "por lo menos, expectativas con una buena posibilidad de resultar acertadas"8. El orden, en este sentido, constituye un principio fundamental de la epistemología y también de la concepción científica del mundo, ya que las relaciones recíprocas entre fenómenos permiten descubrir regularidades y formas de comportamiento. Pero lo que a Hayek le importa no es, evidentemente, el orden del universo, sino más bien la posibilidad de que las acciones humanas, el mundo social, sea también comprensible bajo esta categoría. La noción hayekiana de orden

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es deudora, como él mismo reconoce, de la teoría de sistemas, que supuso un intento de explicar científicamente la discrepancia entre la libertad de los individuos y la constitución de estructuras viables y duraderas donde una perspectiva orgánico-evolucionista. En efecto, el modelo más adecuado para explicar la constitución de un orden social es el de los fenómenos vivos, en el que los elementos responden a sus funciones y al tiempo hacen posible el todo, sin obliterar el cambio, en la medida en que el sistema se ha de adaptar a nuevas situaciones y, por tanto, se encuentra sometido a evolución9.

Nótese que la idea de sistema surge como consecuencia de la desaparición de la mente ordenadora, de forma que "sistema" es una categoría explicativa que permite el orden interno y la evolución inmanente. Y, aunque no explícitamente, sistémica es la concepción de Mandeville y, sobre todo de Adam Smith, que ante la imposibilidad de concebir un sistema autorregulado, no tuvo más remedio que aludir a una "mano invisible" que ejerciera de criterio explicativo. Porque lo fundamental del sistema es que consigue un equilibrio endógeno, frente a otros tipos de orden, como los externos, en los que predomina un factor ajeno y extraño al todo. La alternativa al sistema autorregulado es el mecanismo, propio de la máquina10. Lo que es curioso es que en un entorno de predominio del mecanicismo, pudieran haber surgido las primeras ideas que fundamentan una metodología individualista. Veremos más adelante qué las hizo posible.

A partir de estas definiciones, Hayek diferencia entre dos tipos de orden: cosmos y taxis, que son las categorías que nos interesan. Cosmos hace referencia, incluso ya intuitivamente, a un conjunto de fenómenos que sobrepasan las capacidades de la razón humana y, por tanto, como ámbito de la realidad, el cosmos excede al poder del hombre. A diferencia de ello, taxis es la forma humana de ordenar diversas unidades bajo un criterio común (de ahí taxonomía). El orden relativo al cosmos es, ciertamente, un orden pero se escapa la razón de la ordenación, mientras que en el caso de la taxis el criterio de ordenación está establecido por

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el individuo. Cosmos es pues el orden de carácter espontáneo, abstracto y complejo, irreductible a la formalización racional a priori. El hombre sólo puede llegar a reconstruir el orden, a adivinar en función de rastreos y huellas la regularidad de los fenómenos, pero se le escapa el control definitivo sobre los mismos. No puede, en definitiva, asegurar la exclusión de la probabilidad. Sin embargo, en los órdenes calificados de taxis las disposiciones de los elementos resultan ser creaciones humanas artificiales y, por tanto controlables. Ahora bien, para que sea posible conformar externamente un orden de elementos no sólo es necesario disponer de una finalidad o criterio, sino también hacerlo sobre fenómenos simples y concretos.

En su caracterización de estos órdenes, lo que es importante a nuestro juicio es la incidencia de Hayek en la teleología: en el primer caso, cosmos, la inconmensurabilidad de su propia realidad impide al sujeto situarse en la atalaya que le ofrecería la posibilidad de aprehender el orden completo (sólo Dios podría ser la mente ordenadora, por emplear una analogía); en cambio, los órdenes creados permiten el control y la disposición de los elementos porque obedecen a una razón ordenadora, de forma que la finalidad del conjunto guía su viabilidad y, decide en su caso, su fin. Es el diseño, el plan...

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