La naturaleza de las cosas y de cada cosa y su cognoscibilidad por el hombre

AutorJuan Bms. Vallet de Goytisolo
Páginas1319-1368

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1. Planteamiento del tema: La naturaleza de las cosas y de cada cosa, y la imagen que de ellas configuramos los hombres

En el segundo volumen de mi Metodología de la determinación del derecho he dedicado a la naturaleza de las cosas un capítulo entero1 y dos epígrafes de otro2. Sin perjuicio de remitir a ellos a los lectores a quienes especialmente interese, creo que es necesario exponer sintética y ordenadamente los resultados a los que allí llegamos. Y, para ello, en esta exposición voy a partir fundamentalmente de dos distinciones, que allí establecí:

  1. Entre naturaleza de todas las cosas (natura rerum) y naturaleza de cada cosa (natura rei o Natur der Sache).Page 1320

  2. Entre la realidad óntica de ambas y la imagen mental que de ellas podemos captar los hombres.

    La imagen de la naturaleza de las cosas y de cada cosa que podemos formarnos los hombres y el modo de captarla no puede alcanzar la conocida por Dios, creador y ordenador suyo, y es muy distinta de la que observan las águilas, los delfines, las serpientes o las hormigas, pongo por ejemplo.

    El hombre -repito- forma parte de la naturaleza de las cosas como objeto y como sujeto, pasivo y activo. En este último papel es causa segunda de su orden. Lo capta, observa e interviene desde dentro, integrado en ella, formando parte de las cosas. No como un observador exterior y ajeno, situado fuera del mundo.

    La primera cuestión que la naturaleza de las cosas plantea, puede concretarse en estas dos preguntas:

    1. a ¿Existe en la naturaleza un orden formal -es decir, tienen alguna realidad los universales- y causal -material, eficiente y final (teleológico)-, y contiene unos valores -su axiología-, por ser un orden no sólo físico sino también metafísico, en cuanto moral?

    2. a En caso de existir ese orden, ¿es asequible a los hombres su conocimiento?

    La primera de estas dos preguntas se centra en lo debatido en la conocida como disputa de los universales. Fue antecedida por otra disputa teológica acerca de si la voluntad de Dios va unida, en el acto creador, a su razón infinita de la que necesariamente es inseparable, o bien su voluntad suprema puede, en todo momento, variar ese orden diseñado por su razón al crearlo, que es precisamente lo que afirma el voluntarismo.

    El nominalismo va más allá, pues entiende que Dios no ha creado sino cosas singulares, que -según la originaria concepción teo-logista- Él dirige; y aquello en lo que Él no interviene queda sometido a la voluntad de los hombres. Después -conforme la concepción laicista- es el hombre quien debe conformar el mundo material, sometiéndolo a su razón y a su voluntad autónomas, o -a tenor de cierto progresismo cristiano- Dios ha delegado en el hombre para que concluya su obra.

    Pero veamos por partes los pasos dados por el voluntarismo y el nominalismo.Page 1321

  3. El voluntarismo, según refirió en 1190 el rabino cordobés Maimonides3, había sido sostenido por los mutaclines, tanto griegos cristianizados como musulmanes.

    Ciertamente, entre éstos, un siglo antes el teólogo musulmán Algacel había defendido el voluntarismo divino, en su obra Destrucción de los filósofos, a la que respondió el filósofo cordobés Averroes con otra suya, Destrucción de la destrucción 4.

    En el siglo XIV, Juan Duns Escoto5, con referencia al orden de la naturaleza, diferenciaría la perspectiva de los filósofos y lo que él, como teólogo, consideraba; e hizo ésta reflexión: «Si Dios pudiera causar cualquier efecto fuera del orden de las causas en el universo, este orden no sería simplemente necesario. Luego tampoco sería esencial; lo que según los filósofos es inconveniente». Y, en sus respuestas correspondientes, efectúa esta precisión6: «El filósofo pone este poder necesariamente unido al acto porque entre los extremos absolutamente necesarios hay relación absolutamente necesaria», y «necesaria con necesidad de inmutabilidad», «de inevitabilidad». En cambio: «El teólogo disiente» [...] «no afirma que Dios mueve el cielo necesariamente, sólo afirma que lo puede mover en tiempo infinito».

    Este franciscano escocés no se detuvo en esa sola afirmación, sino que, desde ella, fue más allá; desentendiéndose de la ley eterna. A su juicio, eterna no es la ley; eterno es el legislador. De ese modo, en la ley moral una cosa es mala quia prohibita y no prohibita quia mala. Afirmación que también se traslada al ámbito de la ley positiva humana.

    En el campo jurídico, Duns Escoto además: a) Pone como norma primera, para la determinación del derecho, la ley divina positiva, dando, con ello, entrada a las interpretaciones teologistas. b) Reduce enormemente el ámbito de la naturaleza de las cosas y de cada cosa para la determinación del derecho, pues sólo exige que sea «consonante con el amor divino», y acentúa el valor de las normas de derecho positivo humano, si son «determinaciones consonantes», sin requerir que sean «conclusiones» o «determinaciones» de derecho natural, c) Fundamenta el método exegético, que los comentaristas habían superado y dejado en segundo plano. d) Pone el cimiento sobre el cual se asentará el contrato social -porPage 1322 el cual, a partir de Hobbes, el estado de naturaleza sería cancelado por el establecimiento de la sociedad civil, subsumida por el Estado surgido del pacto-, origen del constructivismo y del positivismo formalista, que deja el derecho al arbitrio, más o menos reglado, del órgano estatal correspondiente7.

  4. El nominalismo, con indudables antecedentes en los sofistas y atomistas griegos y, en el siglo V, en Boecio, fue designado ya con esta denominación en el siglo XI por el Obispo de Compiegne, Roscelino, y, en el siglo XIV, se impuso en la filosofía de Guillermo de Ockham y, después, en la concepción de la ciencia que prevalecería en la Modernidad.

    El primer paso dado en el voluntarismo por Escoto sería seguido por su hermano en religión, franciscano como él, Guillermo de Ockham8, que dio el siguiente y decisivo que condujo al nominalismo. En él, el límite puesto a la potencia absoluta de Dios de no contradecirse queda tan reducido, que no se opone a que Dios pueda ordenar al hombre el odio contra Él, que, en su caso y desde el momento en que Él lo mandara, sería una acción buena y misericordiosa 9. Así desaparecía también el principio escotista de la «consonancia», única base para inducir, según Escoto, el derecho natural. Pero, además, Ockham negaba que exista un orden en la naturaleza ni siquiera en la mente de Dios. Según él, las denominaciones dadas a los universales no son sino signos expresivos, nombres, que sirven lingüísticamente para connotar la concurrencia de varios fenómenos singulares, significando un conocimiento confuso, imperfecto y parcial, indiferenciado de los individuos comprendidos en la denominación. Así trasladó al mundo del lenguaje y del pensamiento lo que por el realismo metódico se observa como géneros y especies de las cosas y como orden ínsito en ellas.

    De ese modo, la res cogitans, el mundo del pensamiento, se separa del mundo de las cosas, res extensa, al reducir ésta a la materia inerte e informe, a la que aquélla -movida por la voluntad de Dios o de los hombres- debe configurar y poner en movimiento.

    La separación de ambos mundos, el del espíritu y el de las cosas, conllevó una contraposición entre idealistas -con Descartes 10 a su cabeza- y de empiristas 11.Page 1323

    Entre estos últimos, Francis Bacon aplicó a las ciencias humanas el nuevo método que Galileo había utilizado para las ciencias físicas, resolutivo-compositivo. Pretendía el Señor de Berulam que el hombre conquistara la naturaleza; que sólo debería ser tenida en consideración para vencer su resistencia a ese pretendido dominio del hombre. Como nominalista, desechaba las causas formales y finales, a las que califica de «vírgenes estériles»; pero, en cambio, consideraba que la causalidad eficiente, entendida mecanicistamente, es la única categoría explicativa de los fenómenos sociales. Por eso debe decaer la función de la praxis en el hombre y prevalecer la operatividad de la poiésis y la teckné. El homo faver, gracias al progreso conseguido por esa vía, se adelanta y desplaza al homo sapiens12.

    El nominalismo alcanza su máximo vigor con Hobbes, para quien todo entendimiento y todo progreso lingüístico resultan de convenciones, por las que se asigna sentido y contenido a las palabras, lo mismo que se impone un orden a la sociedad humana. En su manera de operar partió del análisis del hombre aislado, en estado asocial y del análisis de sus sensaciones; y no de sentido ni razón naturales capaces de enjuiciar moralmente lo bueno y lo malo 13.

    La realidad de las causas materiales y las eficientes -afirmada por F. Bacon- que había sido puesta de antemano en duda por Ockham -planteando que tal vez resultaba únicamente de una ilación psicológica- sería revisada por Hume, que no veía en ellas sino una idea relacionada o asociada con una impresión presente que nos hace creer en la conjunción causal de ciertos objetos por aparecernos siempre unidos 14.

    El descarte por el nominalismo de que exista un orden ínsito en las cosas...

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