Córdoba, la prueba del cielo

AutorJosé Luis;Rodríguez García-Abogado

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Cuando llega mayo hace días que las golondrinas escriben sobre el Guadalquivir, en vuelos raudos, versos moros y cristianos; esos que sólo los poetas sabrán leer desde el minarete de la Mezquita y las almenas del Alcázar; mientras, las cordobesas, se afanan en cortar flores para dulcificar las aristas y ángulos de las cruces, cuando aún queda en el aire el eco de la última saeta...

Después, acabada la fiesta, habrá que ir a los patios, espejos de luz encalados donde se guarda el tesoro del frescor del aljibe, vida y alma de flores enclaustradas; entretanto allá en el hondón del soto, seguirá pudriéndose, lentamente, la noria, esa que al girar con chirridos despertaba del sueño a la reina.

Y qué decir del paseo al aire libre por calles, plazas y avenidas, oyendo el acompasado trotecillo con cascabeleo de caballos paseando a visitantes de todo el mundo que, desde la mañana hasta que se recogerán, se irán enamorando de esta proteica ciudad que fue emporio romano, moro y cristiano.

Córdoba tiene solera y es moderna. Desde que se pisa su suelo, se siente uno de súbito acogido por la historia que la envuelve, pasado que explica el presente, lo que se es y de dónde se es.

No aconsejaría ninguna guía para visitar Córdoba. La ciudad, ya lo dije, tiene su cielo escrito con caligrafía alada en el que se puede adivinar la verdad de su ayer en verso, y sus calles nos invitan a barzonear desde el alba hasta ese inesperado momento en que un regador municipal nos salpique con la manguera.

A Córdoba...

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