Un eclesiástico constitucionalista en la segunda República, Jerónimo García Gallego

AutorAntonio Linage Conde
Páginas485-507

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La vida de un hombre de iglesia

El 18 de septiembre de 1929, tuvo lugar en la villa de Turégano, antiguo señorío de los obispos de Segovia1, un homenaje2, en olor de multitudes eclesiásticas y seglares, a un clérigo nacido en ella, Jerónimo García Gallego, entonces canónigo de Burgo de Osma3 y profesor de Teología Dogmática en su Seminario. Veinticinco años después, en 1954 4, se presentaba en el Palacio Episcopal de Segovia un fraile franciscano de La Habana, para rogar al obispo, Daniel Llórente Federico, quien inmediatamente accedió, regularizara la situación diocesana de García Gallego, exiliado desde la guerra civil en Cuba y que antes de ella,Page 486 había sido suspendido a divinis por el antecesor de aquél, Luciano Pérez Platero, a causa de haberse presentado candidato a elecciones parlamentarias sin la venia episcopal.

En las Cortes Constituyentes de 19315, el clérigo en cuestión, en esa ocasión con el permiso prelaticio, había sido elegido diputado por Segovia como republicano independiente, y tomado parte muy activa y elocuente en el debate sobre la cuestión religiosa. Durante la guerra civil consta alguna intervención suya en contra de los sublevados, conducta rarísima en los católicos y el clero españoles fuera del país vasco 6.

Después nos ha sido imposible seguirle los pasos. En unos ambientes y tiempos que vieron caer sobre sí las tinieblas del olvido primero y el desconocimiento después, este personaje ha llegado a la plusmarca, si bien pese a tal consecución de la hipérbole, no deja de resultar representativo de una larga época, en la cual, al aflojamiento de la censura rigurosa de los primeros años, sucedió el desinterés de quienes se habían adaptado a una situación de ruptura con el pasado, y la ignorancia de los más jóvenes, aparte la continuación de las dificultades informativas7. Si tenemos en cuenta la prolongación de ese estado de cosas, aunque evolucionado, y la política incondicional de olvido seguida después de suPage 487 tramonto, estaremos en posesión de una explicación bastante del fenómeno, tan reñido con la historia8. Por lo cual es tanto más reveladora de la profundidad de sus indagaciones, la alusión de Juan Manchal9 a nuestro clérigo segoviano, a saber: «Los eclesiásticos liberales de 1812 no andaban, pues, tan descaminados cuando afirmaban sus raíces religiosas hispánicas; actitud continuada10 por la obra de fundamentación católica de la democracia republicana del padre García Gallego»11.

Como hemos dicho, el presbítero García Gallego fue diputado en el parlamento que, en 1931, elaboró y aprobó la Constitución de la Segunda República. El año anterior había recogido varios escritos sobre el tema12, en un libro titulado Necesidad de Cortes Constituyentes. Replicando a «La Época», al «ABC» y a significados hombres políticos de los partidos monárquicos. En las primeras líneas del comienzo de su introducción, al que leyere, se había definido a sí mismo sin ambages cual «un hombre de derechas genuinas; de la más rancia estirpe filosófico-católica en cuestiones de Derecho político fundamental; de una significación monárquica bien patente y en absoluto intachable por lo firme y por lo pura; enemigo por igual de todas las tendencias absolutistas y de todas las fuerzas revolucionarias». Un auto-retrato al que se mantuvo fiel a lo largo dePage 488 toda su vida y su obra, sin que podamos hacer una excepción del quebrantamiento de esa protesta de fidelidad monárquica, en cuanto se trataba de un extremo sujeto a los avatares de las contingencias 13. En aquellas Cortes, García Gallego se mostró activo, precisamente demasiado locuaz en opinión de la mayoría y del propio presidente Besteiro14, pero no es ese nuestro tema aquí15, en cuanto es su pensamiento político el que nos interesa.

Mas ese volumen de 1930 no fue el único de García Gallego escrito a propósito del trance político del país, que él quería constitucional, como acabó siendo, aunque, anticipémoslo, muy por otros rumbos que él habría deseado. En 1927 había publicado una Miscelánea política y religiosa 16, cuyos subtítulos rezaban de esta guisa: La organización del Estado del siglo XIX. Balmes y la actualidad española. De los evangelios. Las cuestiones de hoy17. Una mezcla pues de lo que podríamos llamar perenne, y lo accidental del crucial momento. Siendo en cambio esto último lo determinante en un libro más, posterior al primero que hemos citado, con la fecha de 1931 en la cubierta, aunque figurando aún 1930 en la portada interna, y por el texto sabemos que posterior a la convocatoria de las elecciones municipales de abril que traerían la República, ¿Por dónde se sale? El momento actual de España. Por otra parte, su primer libro, de 1926, se había titulado La quiebra de nuestro sistema político y la gestación de un régimen nuevo. El régimen constitucional y los principios de la filosofía cristiana 18, el subtítuloPage 489 variado a El régimen constitucional, la soberanía de la nación y el estatuto del porvenir, en la segunda parte (1928)19. Y es esta su aportación a la doctrina política, en su caso siempre con una fundamentación teológica indisoluble, en la tradición de la literatura jurídica española de los siglos de oro, nuestro argumento aquí. Si bien, antes de abordarlo, es humanamente ineludible dedicar un recuerdo a esa otra su frustrada intervención en la realidad histórica coetánea del país, y decimos frustrada en atención a la evolución colectiva de sus derroteros, con su desembocadura en la tragedia, no por su caso personal. En definitiva, ése pintiparado para darse cuenta de los posibles destinos en que podía cuajar la intersección de lo individual y lo común en los hombres de su fatídica generación, y escribimos «fatídica» con un reclamo a la literalidad del vocablo, de fatus.

En este sentido, cuando nos encontramos en sus escritos con citas muy estimativas de Jaime Balmes20, no podemos por menos de ver en su evocación, aparte la coincidencia intelectual y religiosa, la imagen de un modelo biográfico a seguir y siempre presente21. Recordemos, del clérigo de Vich, su profesorado en este Seminario y en la Universidad de Cervera; hasta 1844, en Barcelona, la fundación y casi integral autoría personal de La Sociedad; en Madrid, hasta 1848, las de El Pensamiento de la Nación, a la vez que la inspiración de El Conciliador de José María Quadrado; la fundación del partido político «El Monárquico Nacional»; su intervención22 polémica concreta en la coyuntura coetánea, tal en 1840 frente a Espartero en sus Consideraciones políticas sobre la situación en España. En fin, su ilusión de extinguir el conflicto carlista mediante el matrimonio de la reina con su primo, tan frustrada como la de nuestro canónigo de poner paz religiosa en la República naciente 23.

Pero venimos diciendo del fondo. En lo que respecta a la forma, la prosa caudalosa, los párrafos interminables, la propensión longincua, fueron en la mismaPage 490 medida perennes notas suyas tipificadoras. Se diría que era más orador que escritor, trasladando a su literatura la elocuencia endémica de los pulpitos de la época, al fin y al cabo una de las claves de la formación clerical de entonces, multiplicados los ejercicios de larga incubación tanto como los «de improvisación y tono». ¿Quizás una compensación el esponjarse en la lengua materna de la necesidad de hacerlo otras veces en la latina que era la de la Iglesia? No exageremos ni seamos acaso fantasiosos. Un botón de muestra. El día de jueves santo, 24 de marzo de 1932, en un órgano de título revelador, El Pueblo Segoviano Semanario Católico Republicano, se encabezaba con una muy larga exhortación suya, Mirando hacia el Gólgota, que comenzaba de esta guisa: «En estos apesarados días de la Gran Semana del Catolicismo, ungidos de aromas de pasionarias, conmemorativos del aniversario augusto de la enorme tragedia que la maldad y las pasiones de los hombres escribieron con los sacrilegos caracteres de la sangre de un Dios colgado de una Cruz, en el ciclo anual de la liturgia romana vuelven a proyectarse sobre nuestros espíritus creyentes los rojos resplandores de la aurora de la Redención, bañando las llamaradas de luz sanguinolenta de aquel incendio horroroso de odio humano y de amor divino el escenario inmortal del Gólgota, la más elevada prominencia de la altitud ética universal, en el que las autoridades políticas de un pueblo, que por especiales títulos históricos estaba obligado a la soberanía divina, dieron a la humanidad espantada el espectáculo horripilante de un deicidio sin nombre»24.

Mas, entrando en materia. El día 8 de junio de 1929, nuestro canónigo y futuro diputado, había pronunciado una conferencia en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, bajo la presidencia de don Angel Ossorio y Gallardo, con el título de El porvenir de la democracia en el régimen de los pueblos25.

El canónigo García Gallego había nacido el 30 de septiembre de 1894. Al terminar en el Seminario de Segovia el segundo curso de Teología fue enviado a la Univesidad Gregoriana de Roma, siendo ordenado en 1917, pasando inmediatamente a explicar en aquel mismo Seminario Filosofía y dirigiendo El Avance Social. Obtuvo la canonjía en 1920, y pasó a dirigir el semanario Hogar y Pueblo26. Vamos a evocar ahora un episodio ya decisivo de su actuación y pensamiento.Page 491

Un discurso académico

En aquel discurso27, las palabras de salutación eran y aún son parte obligada de tales piezas oratorias. Y, no es que en este texto lleguen a sorprendernos, pero sí advertimos tremendamente su desbordamiento en un torrente longincuo, por otra parte propio de los desposorios ya aludidos del autor con el pulpito de entonces, su misma condición sacerdotal inmersa en una composición de lugar de la que esa manera en cuestión hacía parte. Lo cual dejamos aquí...

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