La conformación del patrimonio etnológico. Tradición cultural y etnocentrismo en el caso de las casas-cueva

AutorDaniel Carmona Zubiri
CargoDoctor y Profesor asociado del área de antropología social de la UMH
Páginas1-21

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Introducción

Pocos elementos culturales evidencian tanto como la vivienda, la estrecha relación entre la evolución del mundo material y el ideológico de una cultura. La causa se debe a la enorme cantidad de elementos de toda índole que convergen en la vivienda: medio territorial, concepciones espaciales, tradición cultural… Estos elementos no son piezas inalterables, sino que se ven influenciados por factores como la economía, la sociedad, las circunstancias históricas y demográficas.

Este enorme conjunto de elementos y factores que condicionan la vivienda recibe el nombre de hábitat. Como cualquier otro componente de la cultura, los hábitats están sometidos a procesos de cambio y, por consiguiente, de evolución (cualquiera que sea el concepto de esta última que tengamos). La pervivencia de un determinado hábitat indica, y a la vez supone, la vigencia de la cultura y del medio que lo generan.

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La cueva fue seguramente uno de las primeras formas de morada del hombre; en ella encontró el ser humano resguardo contra la temperie y las fieras en los albores de la humanidad. Desde aquel remoto momento la cueva ha sido utilizada como refugio, lugar sagrado, de culto, escenario ritual, metáfora, hábitat…Todo hasta convertirse en un atavismo enraizado en la mentalidad colectiva. Esto por sí mismo justifica, quizá, la atracción que sentimos por ellas, materializada en las visitas turísticas que pretenden admirar sus formaciones cársticas naturales, el arte rupestre que se plasmó en sus paredes, o simplemente adentrarse en la madre tierra y desentrañar sus secretos.

Desde la década de los noventa del siglo XX este interés se ha extendido a las casas-cueva, tipo de vivienda en uso hasta el presente en algunos sitios, que constituye una simbiosis entre arquitectura y medio. Para un “urbanita” actual visitar una casa-cueva supone un impacto que le induce a reflexionar sobre las pintorescas formas de vivir de los “antiguos”, sobre la miseria que había en el pasado, o las virtudes e inconvenientes de habitar una “cueva”, aunque curiosamente casi nunca se relaciona con la tradición cultural propia, a pesar de que siempre hay alguien que reconoce espontáneamente que su abuelo/a vivió en una “cueva”. De cualquier manera, se le da la consideración de algo exótico y la prueba es que son fácilmente convertibles en reclamo turístico y alojamiento rural.

Las viviendas-cueva o casas-cueva han llamado también la atención de distintas disciplinas técnicas y científicas (Arquitectura, Geografía Humana, Etnología, Arqueología), generando así una cierta bibliografía caracterizada fundamentalmente por nutrir el apartado de lo insólito y anecdótico, quizá como un ejemplo más del “Spain is different”.

En la geografía nacional podemos encontrar numerosos conjuntos de casas-cueva, especialmente significativos en el sureste peninsular y sur de la meseta. Aquellos que gozan de más renombre por su magnitud y relevancia son los del sureste peninsular, con Guadix (Granada) a la cabeza. También son los más estudiados. De menos fama popular son los de Comunidad Valenciana, Madrid o Castilla-La Mancha, comunidad en la que por cierto nos centraremos. Concretamente la comarca del Campo de Hellín (Albacete) se ha podido estudiar distintos conjuntos de casas-cueva que estuvieron en uso hasta los años 70 del siglo XX.

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El hábitat de casas-cueva

Definir la comarca del Campo de Hellín es emplear el calificativo de transición. Su posición geográfica le convierte en nudo de comunicaciones entre áreas culturales bien definidas: al sur Murcia (interior y valle del Segura); al norte la Mancha albaceteña; al oeste las sierras béticas de la Alta Andalucía; al este, el altiplano Jumilla-Yecla y la costa mediterránea alicantina. En definitiva, un área periférica, aunque el mayor peso cultural corresponde al del área de Murcia, a la que ha estado ligada históricamente, seguida de la también a la Mancha, y por último de la Alta Andalucía a través de las Sierras del Segura.

El principal núcleo urbano de la comarca es la villa de Hellín, ciudad de carácter industrioso y comercial de unos 30.000 habitantes, que dispone además de una importante huerta en la vega del río Mundo, afluente del río Segura, al que precisamente vierte sus aguas unos kilómetros al sur de Hellín, en unos criaderos de azufre conocidos por Las Minas.

En el campo de Hellín se han estudiado fundamentalmente dos conjuntos de casas-cueva. Uno al sureste de Hellín, en el yacimiento arqueológico del Tolmo de Minateda, reconocido como BIC. El otro, mucho mayor, es precisamente el de Las Minas, asociado a la explotación del azufre.

Hacia finales de los años 70 los dos estaban ya completamente abandonados. La mayor parte de sus antiguos moradores emigraron a las grandes urbes y zonas de expansión económica, donde se incorporaría al hábitat urbano. Unos pocos, los menos, se trasladaron a casas “normales” de las inmediaciones (Hellín o aldeas cercanas como Minateda). Por ellos sabemos que durante el siglo XX estos conjuntos de casas-cueva formaban auténticas comunidades conscientes de sí mismas, siendo algunos de ellos descendientes de varias generaciones de “trogloditas” y, otros, personas que moraron allí durante un determinado período de su existencia.

El nombre que recibían sus viviendas era el de “cuevas”, aunque en ocasiones (Minateda), también se utilizaba el despectivo término “covachas”. Este desprecio era extensivo hacia sus habitantes, a los que se conocía por “los de las cabilas”, “cabileños” o “los de los covachos”, debido a que se les consideraba personas dePage 4 mal vivir: holgazanes, ladrones, pendencieros, incivilizados. Es la “mala fama” de la que hablan testimonios, y que hace que aún hoy día muchos antiguos habitantes de casas-cueva se avergüenzan de reconocer que moraron allí.

En consecuencia, ¿estamos ante viviendas de población marginal, sin otra alternativa? ¿Eran subviviendas fruto de la ausencia de recursos y de una adaptación circunstancial? ¿Por qué proliferaron tanto? ¿Qué es una casa-cueva en realidad?

Para responder a estos interrogantes parece conveniente con centrarnos primero en los hechos materiales: las propias casas-cueva. De inmediato se plantea la primera cuestión: aunque sólo poseemos el término de “cuevas” para nombrarlas, la evidencia muestra claramente dos tipos constructivos, a los que llamaremos rupestre y semirupestre, definidos por características técnicas propias:

- Rupestre o subterráneo1. Es excavado íntegramente en la roca. El empleo de otras técnicas constructivas, como el mampuesto, tiene carácter complementario (refuerzo de superficies murales), secundario (apriscos para el ganado) o menor (muebles de obra).

Para su instalación necesita de litologías blandas de tipo sedimentario que faciliten la excavación y a la vez sean estables (materiales mesozoicos y cenozoicos como margas calizas) Requiere también de un clima árido o semiárido, pues la humedad es el principal factor de erosión de estas litologías y, por tanto, de la vivienda.

- Semirupestre o mixta2. Son construcciones realizadas con mampuesto y mortero bastardo que buscan el apoyo de una pared rocosa, generalmente en abrigos. La excavación resulta aquí la técnica complementaria, limitada a adaptar la superficie rocosa o algún ambiente rupestre integrado en el conjunto edilicio. Precisa de un paisaje geomorfológico propicio, compuesto de farallones rocosos en los que elPage 5 viento pueda modelar abrigos eólicos y, además, requiere de terraplenado para poder construir.

En este caso, como punto común entre ambos se puede señalar el asentamiento en abruptas laderas de nulo aprovechamiento para la agricultura. La inutilidad agrícola de estos suelos determinaría su baratura o gratuidad.

En consecuencia, el término “cueva” hay que interpretarlo aquí en sentido global, referido a vivienda en simbiosis con el medio; y también genérico, puesto que coexisten ocasionalmente en los mismos espacios, son ocupadas por gentes de similar posición socioeconómica y sus características técnicas aparecen combinadas con frecuencia.

Para determinar la antigüedad de las casas-cuevas hemos recurrido tanto a los testimonios como a la cultura material3. La mayoría de los informantes recuerda de siempre la presencia de las casas-cueva, aunque en pocas ocasiones vieron la construcción de una. Sin embargo, los más ancianos señalan la existencia de varios artífices cualificados, los “cueveros”4, que actuaban por encargo.

Por su parte, la mayoría de los restos de patrimonio mueble (cerámica, ajuar doméstico) pertenece al siglo XX; ciertos materiales de construcción como los ladrillos huecos, el cemento Pórtland y las tejas alicantinas son igualmente indicadores del siglo XX, aunque aparecen de forma muy puntual. Por otro lado, las técnicas constructivas y la distribución interna con ausencia de espacios de tránsito específicos apuntan a tipos anteriores al siglo XIX (Sánchez Soria, 1997: 300-301)

Debemos interpretar todo esto como que se trata de unas construcciones basadas en modelos preindustriales del siglo XIX, por lo que su establecimiento se remonta, al menos, a un periodo comprendido entre el último cuarto del XIX y primera década del XX. Su ocupación ha sido constante y continua hasta su abandono final, lo que implica el mantenimiento o la modificación de las estructuras y los espacios domésticos durante casi todo el siglo XX. Por eso, losPage 6 restos muebles encontrados son reflejo del último período de ocupación de la casas, especialmente el lapso entre las décadas de los 50 a 70.

Hasta aquí nada parece invalidar la hipótesis de que estamos antes unas subviviendas rurales para marginales, fruto quizá de una adaptación puntual a circunstancias difíciles, más que ninguna otra cosa, lo que ocasionó su abandono tan...

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