Conflictos escolares y paz

AutorAndrea Milena Lafaurie Molina/José Alfredo Aparicio Serrano
Páginas99-113

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Introducción

Cada individuo de nuestra especie constituye un mundo de subjetividad particular que debe ser respetado en su singularidad. Pero además debemos reconocer que somos una especie social, por lo que nuestra realidad personal debe siempre negociar con la de otros, en el plano de la intersubjetividad. Nuestras experiencias más significativas suelen provenir de interacciones, a veces con un otro (la madre, la pareja), pero la mayoría de las veces, con grupos amplios de individuos (la familia extensa, los compañeros del colegio, del trabajo, la sociedad en su conjunto).

Tenemos vivencias que en buena medida están constituidas por las formas de relacionarnos con otros, las cuales tienen características peculiares definidas por variables individuales, pero también, por elementos sociales explícitos (como las normas) e implícitos (como los guiones) que regulan nuestro comportamiento. Por ejemplo, los grupos de pares se constituyen como un conglomerado de iguales que interactúan regularmente, con un sentido de afiliación (v.g. el nombre de su colegio), regidos por ciertas reglas más o menos explícitas, y con ciertos modos de pensar y actuar comunes entre sus miembros (Shaffer, 2002).

Bartlett (1932) ya se había referido al hecho de que muchos de los comportamientos humanos, que algunos interpretarían como un fenómeno de voluntad individual, en realidad requieren un análisis más allá del individuo, vinculado con factores propios de las relaciones dentro del grupo. Este es el caso del conflicto, el cual puede considerarse como una expresión natural de aquellas relaciones humanas en las que se da un

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vínculo sostenido en el tiempo, de tal manera que cada interacción nueva recibe la influencia de interacciones anteriores, bajo un cierto marco de expectativas.

Este concepto alude a la confrontación entre al menos dos partes que poseen intereses incompatibles. Es inevitable la existencia de conflictos en cualquier grupo y de hecho desde muchas perspectivas supone un elemento deseable de las relaciones ya que refleja la existencia de miradas distintas de una misma realidad, lo cual enriquece nuestra visión del mundo. Los conflictos pueden terminar en conductas agresivas, pero no necesariamente. Desafortunadamente la resolución pacífica de conflictos requiere del desarrollo de habilidades que deben ser aprendidas y que en su ausencia disparan nuestras formas más primitivas de afrontamiento relacionadas con la huida o el ataque.

Cuando se promueven las condiciones necesarias y los individuos poseen las habilidades pertinentes, se puede dar que el conflicto sea una oportunidad para aprender a negociar. De esta forma se podrían desarrollar el respeto mutuo y la autonomía moral, que Piaget (1984) oponía al respeto unilateral y la heteronomía moral que son propias de las relaciones niño-adulto. Esta idea ha sido acopiada por propuestas educativas en los contextos escolar y familiar, que promueven la discusión y la confrontación de ideas, como escenarios para desarrollar la tolerancia y la autonomía.

Desafortunadamente estas conductas prosociales, pueden ser menos comunes como forma de resolver conflictos, que las conductas antisociales como la victimización, el maltrato, el abuso, el rechazo, la agresión y la violencia. Para Olweus (1998) las agresiones serían una categoría más general que incluiría los comportamientos de violencia, los cuales cuando se dirigen a individuos particulares, se constituyen en formas de maltrato que pueden manifestarse a través de la victimización, el abuso o el rechazo.

En esta investigación, decidimos estudiar la percepción que tienen los maestros sobre la frecuencia con la que se presentan en sus instituciones educativas, todas estas formas de violencia, ya sea de manera presencial o por medios virtuales, que tengan como causa conflictos entre pares u obedezcan a fenómenos de exclusión hacia poblaciones específicas (personas en condición de discapacidad, población LGTBI, mujeres, afrocolombianos, indígenas) o que sean manifestación del fenómeno de maltrato entre iguales (bullying).

Esta exploración amplia obedece a que consideramos que es necesario estudiar la frecuencia de estas manifestaciones en contextos escolares, pues muchas veces se invisibilizan como comportamientos “que es natural que sucedan” o “que son propios de la edad”. Pero también esperamos que la misma indagación ayude a los docentes a reflexionar sobre la existencia de poblaciones especialmente vulnerables y sobre la necesidad de que los contextos educativos sean un espacio de convivencia que sirva de modelo a lo que esperamos que suceda en nuestra sociedad en su conjunto.

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La investigación también permitió estudiar la percepción de los docentes acerca de sus necesidades de formación para mediar los conflictos escolares y fortalecer la sana convivencia, así como la percepción de sus conocimientos sobre estrategias y técnicas para la resolución pacífica de conflictos. Estudiar su visión resulta importante porque le da la oportunidad a los docentes y directivos de reconocer fortalezas y debilidades frente a una realidad que no les es posible obviar dado el contexto social en el que desarrollan su labor, aunque no necesariamente hayan sido formados para ello. El hecho de que hagan consciente estas circunstancias, puede movilizar acciones que les provean los conocimientos, estrategias, metodologías y recursos idóneos y pertinentes para una actuación asertiva como mediadores de conflictos en su rol de formadores.

Percepción de los profesores sobre la violencia escolar

Investigaciones llevadas a cabo en diversos contextos socioculturales (Bauman y Del Rio, 2006; Boulton, 1997; Chen, 2017; Hazler, Miller, Carney y Green, 2001; y Townsend-Wiggins, 2001), revelan que los docentes pueden identificar fácilmente formas de maltrato tales como las amenazas y las agresiones físicas, pero les es difícil detectar formas de violencia como la exclusión social y los abusos emocionales. Esta dificultad puede tener serias implicaciones en el clima de convivencia escolar, pues algunos investigadores como Hurd y Gettinger (2011) han encontrado que los educadores que perciben los comportamientos relacionalmente agresivos como menos dañinos que los físicamente agresivos, también creen que es menos importante intervenir cuando este tipo de agresiones relacionales ocurren. Unido a esto, se ha encontrado que muchos profesores creen que la agresión es una característica normal del desarrollo de los niños (Swit, McMaugh, y Warburton, 2017), lo que conduce a una falta de intervención en el momento en que ocurre el comportamiento. Esta permisividad puede terminar reforzando las conductas agresivas de los niños, o promoviéndolas en aquellos testigos que aprenden por modelamiento que las conductas agresivas no tienen consecuencias (Anderson y Bushman, 2002; Bandura, 2001).

Para Leff, Patterson, Kupersmidt y Power (1999) la edad de los alumnos, la naturaleza del contacto que se produce entre ellos y la frecuencia de contacto entre profesores y estudiantes, son algunas de las variables que dificultan a los docentes identificar los fenómenos de violencia. También se ha reconocido que el nivel de empatía de los educadores puede ser relevante a la hora de identificar las conductas agresivas (Craig, Henderson y Murphy, 2000). En otros casos, la variable principal para que el profesor no perciba las conductas violentas, es que los hechos de agresión suelen suceder con más frecuencia fuera del aula, en tiempos y espacios

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en que los alumnos no están siendo observados por los adultos (Genta, Menesini, Fonzi, Costabile, y Smith, 1996).

Pero por supuesto, una de las razones principales para la falta de identificación de conductas de agresión entre niños, proviene de la ausencia de procesos específicos de formación de los docentes. En un estudio llevado a cabo por Sung y Chen (2017), encontraron que con tan sólo 1.5 horas de entrenamiento, los docentes en proceso de formación, aumentan significativamente su capacidad de identificar conductas de agresión entre escolares. Es importante tener en cuenta que se requiere una continua actualización de la formación, pues como muestran estudios recientes (Hayes, 2017), las manifestaciones de la agresión han sufrido cambios en los últimos años producto de la influencia de las tecnologías de la información y la comunicación (especial-mente en las redes sociales) en los contextos cotidianos de los niños y jóvenes.

La información presentada a continuación es el...

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